Yo por Laura Celis





Al atardecer, cuando las colinas de los viñedos se cubren de luz cálida y el sonido de los insectos casi se vuelve imperceptible,  el paseo en bicicleta por el campo me protege de murmuraciones y desencantos, con la certeza de que en soledad no hay traición ni juicios sobre mis acciones.
Fui engañada por mi esposo Raúl. No hubo indicios o advertencia alguna de lo que ocurría delante de mí. Un soplo de dolor en mi cara me convirtió en una persona resentida y huraña.
Un día decidí liberarme de mis fantasmas y tormentos, aceleré el pedaleo, corría en la bicicleta para que el viento en mi cara se llevara lejos mis pensamientos. Pasé por caminos de tierra largos que como listones se desenrollaban delante de mis ojos y por fin llegué al campo abierto. Me recosté sobre el pasto a observar las nubes que sobre mí flotaban con formas extrañas como la de un Pegaso, el cual más tarde se convirtió en una flecha blanca, que apuntaba hacia mí. Perdí la noción del tiempo, tal vez dormí unos minutos y por fin me levanté un poco aturdida. Volvería a casa, cenaría y después dejaría mi amargura escurrida sobre la cama en el insomnio de la noche.
La prisa por soltar mis tormentos,  hizo que perdiera el equilibrio y salí disparada varios metros al momento en que mi bicicleta derrapó. Escuché cómo mi cabeza golpeaba una gran piedra y después sólo sentí dolor. Mucho dolor en la cabeza,  en el brazo izquierdo, la vista borrosa, confusión. Justo en ese estado escuché la voz.
–Déjame ayudarte –dijo
Para ser sincera sí quería ayuda, la necesitaba. Rompí en un llanto incontrolable. Lo único que me faltaba, un accidente.
–Claro, piensas que es lo único que podía faltarte: un accidente y romperte algún hueso, y ya no más paseos por el campo en bicicleta, que es lo único que te hace olvidar a Raúl. ¡Pero ya no llores, mujer!
Por supuesto que me sorprendió que hubiera leído mis pensamientos pero estaba tan adolorida que lo único que salía de mi boca eran gruñidos y lamentos.
–Piensas que estás tan adolorida que no puedes hablar. Pues qué bueno, por fin me podrás escuchar sin interrupciones. Excuso decirte que soy tú, o más bien, tú sabes que tú eres yo. Tus lamentos son tan fuertes que aturden al grado que ni siquiera puedes atender a lo esencial. Pues bien, ahora que estamos solas en donde nadie nos escucha y sin la posibilidad de regresar a casa por esta noche, nos quedaremos a arreglar lo que nos compete. Lo bueno es que yo podré exponer mi punto y escucharás. Antes que nada, debo decirte que luces miserable. Ni siquiera te has depilado el bigote y tus ojos están tan hinchados de lloriqueos, que cualquiera podría pensar que te estás convirtiendo en sapo, en un sapo bigotón.
Creí que el golpe en la cabeza me había llevado a la locura. Que tal vez había muerto y estaba en las puertas del purgatorio o del infierno. Pero una mano me abofeteó levemente la cara y enseguida vi su cara sobre la mía, muy cerca, tan cerca que incluso respiraba su aliento. ¡Era idéntica a mi!, en realidad era yo.
–¡Hey! ¡Nada de que te estás volviendo loca! ¿Pues qué no ves que lo que tienes es una obsesión por sentirte víctima? Vamos a ver… Piensa en qué pudiste hacer para que Raúl se quedara a tu lado. A fin de cuentas, su secretaria no era más guapa ni más buena que tú.  Es decir, que yo, bueno, que nosotras. Incluso te diste cuenta de que tarde o temprano él se cansaría de verte tan fachosa. Cuando te invitaba a salir, tenías demasiado trabajo y si quería invitar a su mamá a comer, le decías que no sabías preparar comida o pócimas para brujas… pues así ni cómo ayudarte.
Era verdad, a mi suegra yo la consideraba muy fastidiosa y tal vez me había pasado diciendo esas cosas.
– A ver, ¿recuerdas cuando Raúl te invitó de sorpresa por tu aniversario a Cancún? Te la pasaste quejándote del vuelo retrasado, de los mosquitos, del servicio del hotel, de la comida, de lo frío del mar, de lo aburrido que era él y lo ridículo de su traje de baño. ¡Hasta te burlaste de su panza de pozolero! Pues, ¿qué nunca viste la tuya, bueno, la nuestra?
Ay! Pero eso era como de broma, pensé. Pues qué mal sentido del humor de Raúl.
–Los fines de semana inventabas mil excusas para estar con tu mamá todo el día y si llegabas a la casa y él estaba viendo el futbol, le decías que apagara la tele porque te parecía que eso era de nacos. Y nunca le preguntaste qué le gustaría que hicieran juntos.
Bueno, pero es que el futbol es aburridísimo y dura mucho tiempo.
–¡Ja! ¡Todavía duermes con esa pijama café de franela y los calcetines rojos con puntitos amarillos! ¡Ni lo niegues porque duermo contigo todas las noches! Recuerda que yo soy tú. Podías haber usado algo más lindo para él.
Por fin pude abrir, poco a poco, los ojos. Empezaba a oscurecer y vi que ella, bueno, yo, estaba de frente a mí con ese suéter verde lleno de bolitas y los pants morados que siempre uso cuando me siento miserable. Cuando vi la ropa que traía puesta yo, me sorprendí. Era la misma. Seguimos recordando cada instante de mi vida con Raúl y los momentos en que mi mal humor hacía que él se fuera de regreso a la oficina. Seguramente ahí se encontraba con la méndiga de su secretaria. ¡Traicioneros!
–¿Estás segura que ellos son los traicioneros? Te reto a que te bañes todos los días, te arregles, cambies tu actitud y disfrutes de la vida. La mayor traición es la que te haces a ti misma. Y deja de hacer panchos. En realidad,  me caes gordísima. Tenías todo para ser feliz, o hacerle feliz a él. ¡Que fuéramos felices los tres! Bueno,  creo que eso sonó raro…
Verme tan descuidada y amargada fue como una sacudida. Pero mi orgullo dolía ahora tal vez más que mi cabeza. Seguimos hablando durante horas y al fin me quedé dormida. Desperté con el sonido de las aves y el sol saliendo por el oriente. El más bello sol que hubiera contemplado en mucho tiempo. Tenía frío pero ella, es decir, yo, ya no estaba. Me incorporé todavía con un dolor de cabeza intenso. Pude caminar rodando la bicicleta a un lado y al llegar a mi casa, noté que la puerta estaba abierta. Pasé con inquietud de encontrar una sorpresa no deseada. Subí a mi habitación y lo más increíble sucedió. Ahí estaba yo dormida con Raúl a mi lado.


 

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