El sacristán
La doctora es una mujer peligrosa. Desde
que llegó al pueblo, las tragedias nos han caído como maldición. La gente la
pasa enferma, el sol sale poco y las cosechas son malas. El mismo Satanás ha
venido con ella. ¿Ha visto su casa? Ah, pues antes de entrar a su consultorio,
ahí en el zaguán tiene una pintura de la virgencita, pero la virgencita está
desnuda, parada sobre una concha del mar. Quién sabe de qué religión
diabólica. También tiene montón de
libros para que los pacientes se entretengan mientras esperan. En sus revistas
médicas encontré unos hombres que se habían operado para convertirse en mujeres
y puño de cirugías que se hace la gente para parecerse más al diablo. Una vez
que me sentía mal de los huesos, me pidió que me desabotonara la camisa. ¿Usted
cree? Yo soy un hombre casado, soy el sacristán. Me manoseó sin sentido
alguno. Tuve que ir a confesarme al
instante. Por supuesto que fue ella, la doctora sabe dónde está la muchacha. A
las mujeres les da pastillas anticonceptivas y las incita al pecado. La señora
de la fruta la vio cómo hacía ritos satánicos una vez que llegó en la noche a
pedirle medicinas, su bebé ardía en fiebre y la doctora la pasó a su casa. En
el centro del patio tenía unas velas y estaba con otra mujer de ojos rojos como
el infierno. La mujer no caminaba, sino que se desplazaba por el piso como los
fantasmas. Cuando la doctora regresó con los frascos de medicamentos, sus manos
tenían garras y al hablar, su lengua se salía como la de las víboras, todo lo
presenció la señora de la fruta, sí, sí se curó su hijo, mas los demonios ya se
habían metido a su cuerpo con las pócimas de esa doctora. Pobre de Lorenita, la
hija de don Pablo, era inquieta por supuesto, como todas las jóvenes de este
lugar, pero siempre muy linda con todos. Sin embargo, desde que llegó la
doctora y le empezó a dar esas medicinas, la muchacha cambió, se volvió astuta
como las zorras, se escapaba de su casa y se iba con los foráneos, dejó la
bondad y se hizo perversa. Se vestía como las prostitutas y se pintaba los
ojos. Todo por ir con la doctora. Ella es la culpable de que la muchacha Lorena
esté perdida.
La hermana
A Lorena no la veo desde hace una semana, otras veces se escapaba
de la casa y volvía en la madrugada, sin embargo, no sabemos de ella. Su teléfono
está apagado. Lo último fue que había ido con la doctora, me dijo que se sentía
mal, como si tuviera gripa. Pero yo no la vi mal, andaba bastante arreglada,
como cuando la invitaban los de la ciudad a sus fiestas. Aunque no llevaba
maleta, sí iba con una bolsa muy grande.
Al siguiente día fui con la doctora a preguntar si la había visto.
No ha venido a consulta desde hace meses, me dijo. Es que no sabemos dónde está
desde hace tres días y mis padres no se atreven a preguntar a la gente del
pueblo, son muy habladores, más de mi hermana. Las señoras no la quieren mucho,
ya ve que es muy coqueta con los hombres y eso no les gusta. Pero así es mi
hermana. Por eso se ha metido en problemas. Espero que esta ocasión no regrese
golpeada como la vez pasada. Se acuerda, que la trajimos mi mamá y yo con un
ojo morado. Pues no era cierto que se había caído de la cama. La había
maltratado uno de los pretendientes porque la vio en una moto con los que
vienen de paseo, ya ve cómo son celosos los hombres en este pueblo.
Yo creo que se fue a la ciudad, ella nunca ha pertenecido aquí. Al
principio mi padre la regañaba y la castigaba, pero sabía cómo convencerlo; a
pesar de los gritos y las cachetadas, al rato iba ella y lo abrazaba y le pedía
disculpas y le hacía de cenar y le cortaba su cabello y le arreglaba su barba,
entonces a él se le olvidaban todas las vagancias y le levantaba el castigo. Si
Lorena se iba de la casa, él era el primero en hablarle para que se regresara.
La verdad es que mi hermana siempre fue su consentida. Mi madre la dejaba hacer
lo que quisiera. A veces cuando se escapaba, le inventaba cosas a mi papá de
que se había ido con sus primas, pero andaba con los muchachos, ya regresaba al
siguiente día toda greñuda y borracha. Por eso la ando buscando, porque esta
vez no regresó. Ya pregunté por todos lados y no anda con mis tíos en la
ciudad. Ni su novio sabe nada de ella. Ojalá esté bien mi hermana, ojalá vuelva
pronto.
El vecino
Ya no la va a encontrar, la doctora se fue del pueblo desde la
semana pasada. Le digo, querían lincharla. Llegaron en la noche montón de
hombres y mujeres con machetes y el padre de la muchacha desaparecida traía una
pistola. La madre gritaba desde la calle que le regresaran a su hija.
En esos días, el pueblo era frío por todos lados, las tierras se
asoleaban sin calentarse y las milpas no terminaban de sacar elotes. Por más
que saliera el sol, las casas seguían heladas y las crías enfermas. Todos
culparon a la doctora, pero los causantes de la frialdad éramos nosotros, los habitantes
del pueblo. Ariscos y desconfiados, con nuestros corazones apáticos. No
sudábamos, sino que se nos pegaba la humedad a nuestros cuerpos, como los vasos
con hielo.
Ya había oído rumores de esas gentes que no querían a la doctora,
y es que era muy joven. Las señoras le tenían envidia y no les gustaba que
revisara a sus maridos si se enfermaban, yo nunca supe que se anduviera
metiendo con los hombres del pueblo, ella traía siempre su anillo, con una
piedra bien brillosa.
Sólo buscaron un pretexto y fue esa vez que se perdió esa
muchacha. Lorena se llamaba. Como siempre, culparon al de fuera. Así eran las
gentes del pueblo, embusteros y malosos, no les importaba soltar la boca,
aunque perjudicaran a los demás.
Los padres de Lorena, al principio, no querían hacer mucho
alboroto, fue hasta una semana después, cuando el joven que la pretendía
regresó al pueblo solo. Pensaban que se había ido con él. A ella le gustaba
pasearse, se iba en las motos y en las camionetas con el que pasara de fuera;
siempre regresaba el mismo día, o al siguiente, pero esa ocasión no volvió.
Entonces el sacristán, ese señor paliducho y seco, empezó diciendo que la
doctora le había metido ideas a la muchacha. Nomás porque la doctora le hacía
sus revisiones y le daba la medicina para que no se embaracen las mujeres.
Yo no sé de dónde sacaron
que la doctora tenía a la muchacha. Aquella vez, cuando me asomé por la
ventana, al momento que vi adelante de todos al sacristán, diciendo montón de
oraciones y aventando agua bendita por la calle, me preocupé, así se habían
juntado todos cuando lincharon a mi sobrino por haber rayado las paredes del
templo. El sacristán se la pasa haciendo rumores de quien le desagrada, vive
ansioso y desconfía hasta de su mujer. Persona que llega al pueblo, dice que
son satánicos o que traen algún mal.
Esa noche, estaban ahí afuera de su casa, el montón de gentes se
disponían a derribar la puerta. Llévese a la doctora por la azotea, le dije a
mi mujer. Nomas porque mi casa está a las espaldas de aquí la pudimos sacar. Mi
esposa le prestó unas ropas de las que usan las indias y la trepó al caballo.
Se quedó unos días en el rancho de mis suegros y ahí estuvo hasta el día de
ayer. Por eso le digo que no la va a encontrar, lo siento por su mujer que está
malita. Con eso de que no hay doctor ya estamos llenos de niños enfermos. El
otro día se nos murió la vecina por andar yendo con la partera a que le sacara
la cría.