Unos recuerdos imborrables por Laura Méndez

 


 

Leonora cerró la carpeta. Se levantó, se despidió de la señorita Androida que tenía enfrente, y salió de la oficina. Le molestaba que la atendieran esas personas falsas, esas máquinas horribles (como las nombraban ella y su esposo, cuando vivía), le asustaba pensar que eso era el progreso del que tanto se hablaba.  Con su paso lento, ayudada por su bastón, fue recorriendo los pasillos de ese edificio lleno de luces que la encandilaban, y de miradas que la hacían sentir incómoda, como si ser vieja la convirtiera en un bicho raro. Finalmente llegó a la calle. Pudo respirar hondo y, sin más, tomó el primer taxi que pasó por ahí. Saludó al chofer y dio el domicilio de su casa: -2350 de la avenida Romero, por favor.

Al descender del auto se detuvo a ver el alto edificio. En ese momento le hubiera gustado no tener que pasar por lo que seguía: saludar al portero Roboto, entablar unas palabras con el mismo y saludar a quien se encontrara en el elevador. Después, al llegar a su piso, saludar a los vecinos con los que tuviera la infortuna de cruzarse. En cambio, le hubiera gustado solo atravesar su porche y meterse a su casa, sentarse en su sillón de descanso y pensar en lo acontecido en ese edificio… reflexionar el contenido de esa carpeta… contenido que no la alcanzaba a convencer.

                                                            -o-

Leonora observa desde su tapete, tendida en la playa bajo la pequeña sombrilla, a sus hijos aventándose pedazos de arena hecha lodo, se perseguían con pequeños baldes de agua del mar, emanando carcajadas frescas. Su esposo, a su costado, dormitaba con su libro en la mano. Ella les alcanzaba a gritar que tuvieran cuidado y sonreía. Le parecía que sus navidades cada año en esa playa le daban una paz infinita, se olvidaba de preparar pavos, de visitas incómodas, de sonrisas forzadas y de dinero despilfarrado en regalos que seguramente terminarían en la basura…no, no cambiaba esas sonrisas de sus hijos, ese calor playero y esa comida sencilla bajo la palapa del Pifas por nada…

                                                            -0-

“Ceder sus recuerdos, su memoria para la ciencia”. La señorita Androida le explicó que toda esta información quedaría guardada en un archivo que serviría para futuras investigaciones, para rescatar algo de esas vivencias que ella a sus 90 años aún conservaba. Querían, según lo que leyó en ese par de hojas, que ella firmara para que sus recuerdos fueran extraídos con su consentimiento y, a cambio, ella se quedaría sin recuerdos que la martirizaran, que la hicieran sufrir…como la muerte reciente de su esposo Álvaro. No le dolería…no le causaría ningún problema y lo que le quedara de vida estaría siendo monitoreada por una asistente social, que la visitaría de forma regular para darle seguimiento y no se sintiera perdida sin su memoria…

                                                            -0-

La pequeña lancha los transporta en un río turbulento y los que deseen se pueden dejar caer al mismo río con su chaleco salvavidas…su esposo se queda en la lancha resguardando las pertenencias familiares…Leonora y sus hijos  se tiran al río con risas nerviosas, aunque finalmente sueltan su cuerpo a que la corriente los jale a la orilla…llegan gozosos sintiendo una satisfacción por el reto logrado…luego todos juntos, ahora sí incluido Álvaro, se lanzan a la siguiente aventura del recorrido:  la poza de agua helada, obscura; salen temblando y soltando carcajadas…regresan a la pequeña barca que los lleva al embarcadero. En el trayecto se suelta una gran tormenta, el agua no deja ver mucho el paisaje y aunque se asustan un poco llegan sanos y salvos, salen del bote y se dirigen al auto a ponerse ropa seca y reírse durante todo el trayecto al hotel, hablando de sus sensaciones en el río y en la poza helada…

                                                            -0-

¿Cómo podría vivir sin esos recuerdos…cómo podía ser tan fácil borrar algo así nomás…qué tipo de vida le esperaría…qué harían con su memoria…a quién le serviría?

Desde hacía varios años las cosas a su alrededor habían cambiado bastante. Ahora sus hijos y sus nietos estaban muy lejos para explicarle, vivían en otros países… había pocas personas de su generación y la mayoría de esas personas ya habían donado su memoria para “la ciencia”. Ya no la reconocían. Ya no sabían quiénes eran ellas mismas. Las veía sonriendo, pero hablaban poco. Ya no tenía amigas cerca. Algunas se habían mudado con sus hijos a otras ciudades y otras estaban muertas desde hacía mucho tiempo. No hablaba con nadie más allá de saludos banales. Cruzaba algunas palabras con la señora que sus hijos pagaban para que fuera a limpiarle y ayudarle con las compras. Era su único contacto humano que lograba, muy a su modo, sacarla de ese mundo sintético… Y esos robots por todos lados, en los lugares menos esperados, la asustaban, le parecía estar en medio de una pesadilla…

Esa mañana recibió una llamada de la señorita Androida, que la había atendido aquella tarde en el edificio ese con luces brillantes.

– Señora Leonora, estamos esperando su decisión -- sentenciaba la voz del otro lado.

¿Qué sería lo conveniente? Si su esposo viviera podrían hablar de ese asunto juntos, discutirlo y tomar la mejor decisión, ahora le tocaba decidir a ella sola, no quería molestar a sus hijos con eso, ellos ya tendrían suficiente con sus asuntos. Morir y que sus recuerdos se fueran con ella o “trascender a través de esos recuerdos” como lo decía aquella carpeta. Era cuestión de papel y una pluma…

¿Por qué a esta edad se tendría que seguir preocupando por esas cosas? ¿Que la vejez no era para vivir en paz, tranquila?

 Desde que se había enterado en los noticieros de esos “experimentos científicos” se sentía con cierta zozobra, sabía que tarde o temprano la abordarían…que llegarían a quitarle sus recuerdos. ¿Qué pasaría si se negaba? ¿Lo harían sin su consentimiento?  Lo planteaban muy fácil, pero ella no estaba segura que lo fuera tanto. Vivir sin sus recuerdos, ¿qué se sentiría vivir así, con la mente vacía?

                                                     -0-

Su perra, Bonita, corre por el bosque que rodea su casa de campo. Leonora junto con su familia asisten a su cabaña todos los fines de semana; desde que era un proyecto, desde que compraron el terreno y se iban a sembrar árboles, a cortar los matorrales, a ver cómo iba dando forma ese plan para su vejez. Fines de semana enteros con familiares y amigos; divertidos, jugando, sonriendo, cocinando, conversando…

                                                        -0-     

A la mañana siguiente Leonora no salió como siempre a tomar el sol al parque de la esquina, ni a la mañana que siguió, ni la siguiente. El guardia Roboto notó la ausencia de Leonora por varios días, dio aviso a la seguridad del edificio, estos llegaron de inmediato…después de tocar varias veces forzaron la puerta, encontraron a Leonora sentada en su sillón de descanso, con una sonrisa en los labios y con  un  álbum de fotografías viejas en su regazo.

Murió recordando.

 

Derechos Reservados © Escuela de Escritores Sogem Guadalajara