De pie
en la puerta observo la iglesia sumergida en un ambiente rebosante de magia:
los rayos del ocaso disuelven los vitrales bañando el espacio con destellos
rojo, azul cobalto, verdes y amarillos; centenas de claveles rosas y lisianthus
blancos esparcen su fragancia por toda la nave, mezclándose con los perfumes de
los asistentes; miles de pétalos rojos marcan mi camino, en el fondo del cual
me espera Adán. En sus ojos cristalinos alcanzo a vislumbrar el reflejo de mi
nerviosismo y emoción.
Un
destello a mi izquierda atrae mi atención. Apoyado en el marco de la puerta
lateral se encuentra un hombre arrebatador enfundado en un elegante traje gris
plata, hace girar un anillo dorado sobre uno de sus largos dedos mientras posa su
ardiente mirada en mí. Tan solo verlo me quita el aliento.
–¿Estás
bien hija? –mi padre llama mi atención cogiendo mi mano y posándola sobre su
brazo. Asiento e inicio el recorrido a su lado al son del Canon en re mayor de
Pachelbel.
Cada
paso que doy resuena con una pisada del extraño de traje plata que camina a la
par mía por el pasillo lateral izquierdo. Tratando de ser discreta lo sigo con
el rabillo del ojo. Sé que lo conozco, pero no recuerdo su nombre. ¿Cómo puede
una olvidar el nombre de semejante dios griego? Mi padre posa su mano sobre la
mía y la aprieta, lo que regresa mi atención hacia Adán. Ya estoy a solo tres
pasos de él. Ni siquiera cuando acepté su propuesta compuso una sonrisa como la
que adorna ahora su rostro. No puedo más que devolvérsela y entrelazar mis
dedos con los suyos cuando papá le entrega mi mano. Paula, tú amas a este
hombre con locura, ¡ya deja de distraerte en el mejor día de tu vida!
Da
inicio la ceremonia, el Adonis de traje plata ha recorrido la nave hasta
situarse en el fondo del templo, tras el altar. Necesito ver su rostro de
nuevo, pero las sombras proyectadas por las paredes lo han devorado. Adán sigue
mi mirada y hundiendo las cejas me cuestiona en silencio. Yo le hago un guiño y
sonrió para tranquilizarlo. Él aprieta mi mano, pero no deja de mirarme,
preocupado.
Tomamos
asiento y comienza la homilía, pero no logro concentrarme en las palabras del
sacerdote. Siento una gota de sudor que escapa de mi tocado y deja un rastro
helado en mi espalda, tras ella empiezan a descender más. Noto mi mano fría y
pegajosa entre los dedos de Adán. Percibo sobre mí la mirada del hombre entre
las sombras.
–¿Te
sientes bien, amor? te estás poniendo pálida –me pregunta Adán cuando el
sacerdote nos da la espalda.
– Sí,
son los nervios por lo que viene –balbuceo y ensancho mi sonrisa. ¿De dónde lo
conozco?, con cada momento que pasa siento la respuesta más cerca, sé con
certeza que no es la primera vez que lo veo, todo en él me atrae.
Cuando
me piden que me levante para recitar los votos vuelvo mi mirada tras el altar,
hacia él. Sé que posa sus ojos en los míos porque distingo su brillo. Verlo,
saber que me observa, me hace sentir plena, hasta un poco mareada, hace que
todo lo demás se desvanezca, esto que siento oprimir mi pecho cada que mis ojos
lo encuentran debe de ser amor. Todo me parece mal, Adán, el cura, mi familia…
¿qué hago aún con ellos?
Volteo
a ver mi mano unida a la de Adán, noto su piel sonrosada, su contacto me quema.
Levanto la cara y veo terror en su mirada, lo sabe, ha leído mi rostro como yo
leí el suyo. Sé que lo lastimaré profundamente al dejarlo en este momento tan
propio de una telenovela, pero tengo que abandonarlo, si me quedo a su lado
todo perderá sentido. Siento un dolor lacerante en el pecho cuando mi corazón
emite un último latido en honor a Adán y el aire escapa de mis pulmones cuando
suelto su mano. Mi padre ha saltado de su silla y mi madre se tapa la boca
conteniendo un grito. Mis hermanas y mis primos corren hacia mí, pero ya no
pueden detenerme. Lo siento, necesito hacerlo. Al fin un arrebato propio de una
diva en mi vida. Decidida los dejo atrás y floto hacia mi verdadero amor.
Al
acercarme noto que su traje ha absorbido las sombras en las que estaba
sumergido. Su mirada mantiene esa chispa de cazador que danzaba en su iris
cuando lo vi en la puerta. Extiende su mano cuando me acerco, al tocarlo siento
una paz inmensa, sé que esta fue la decisión correcta.
– Me
fuiste prometida al nacer, me perteneces, es momento de que vengas conmigo –me
susurra al oído cuando me tiene entre sus brazos, envolviéndome en su aliento.
Tras de mí escucho gritos y llanto, Adán me llama entre alaridos. Vuelvo mi
mirada y lo observo postrado sobre un mar de tul blanco, sé que está
destrozado, pero yo me siento feliz. Dando un paso atrás, mi amante me sumerge
junto con él en las sombras.