Trompas por Gilberto Monreal



                  


Karla repasó los últimos encuentros con su novio, hurgaba entre recuerdos la fecha donde inició la hinchazón del vientre que mantenía oculta bajo los ajustados jeans. El miedo, más que la abultada prominencia de sus pechos candorosamente discretos, le asfixiaba, iba en el cuarto mes y el disimulo francamente le resultaba imposible.  Que no se vayan, gritaba en sus adentros, con los dedos cruzados y la sonrisa desplegada, a los invitados que en la sala chocaban las copas en un brindis.
¿Qué les voy a decir?, ¿Cómo lo tomará mamá?, y ¿papá?...
    El comedor al fondo de la sala se encontraba iluminado de candelas, se vestía de fiesta ese día último en espera del Año Nuevo. Desparramados como los bocadillos por la sala, los amigos del papá, sin soltar las copas, comenzaban a repetir en coro El Brindis del bohemio, de Manuel Bernal:
Los doce compañeros, brindemos por el año que comienza…
  
    Karla había decidido confesarlo hoy a sus padres, antes de que ellos la descubrieran. Lo haría en cuanto terminara la fiesta. Imaginaba el drama y los reproches:
 Eres una zorra gritaría su papá, y remataría agresivo culpando a su mamá por solaparla.

    Apenas cumplió los quince Karla, la angustiada mamá la llevó al ginecólogo por la irregularidad que le advirtió en su período incipiente. En el consultorio, terminada la revisión, Karla pegó la oreja a la puerta por donde salió y se desanimó con el hermetismo que impedía escucharlos.
    Su familia a base de esfuerzo se había hecho de buena posición, por el celo profesional que los papás dedicaban en jornadas completas durante toda la semana. A Karla, hija única, le dolía al principio la desatención, hasta que resignada se acostumbró a su soledad; indiferente al afecto desaparecido en su casa. El bienestar que disfrutaba pasó a segundo término cuando conoció a un ángel: Fernando. Con quien cubrió el desamparo en la complicidad de una rara pero divertida relación. Comenzó en el verano anterior durante los cursos Intensivos de las vacaciones largas; ocurrió en el último año de la prepa cuando descubrió con Fernando y su osadía, los mejores momentos que jamás había tenido. A escondidas intimó en juegos cada vez más atrevidos. El pudor, lo mismo que sus padres, permanecía ausente en sus juegos.
   
      Pero hoy todo era diferente. Tembló cuando las visitas se despidieron al terminar la cena, y se distrajo ayudando a la mamá a recoger el trasterío que quedó en las mesas tras la fiesta. Estaban a punto de dejar la cocina para subir a las recámaras cuando Karla soltó el miedo anudado en la garganta, y se atrevió a decir:
–Mamá, estoy embarazada.
–No es posible cariño. Tú no tienes posibilidades de lograrlo. No tienes manera sin las trompas de Falopio.
–¿Qué dices mamá?, te juro que estoy embarazada.
–No digas tonterías Karla.
–¿Por qué nunca me lo contaste, mamá? Ahora estoy doblemente angustiada. Ocurrió un milagro, o tú, mamá, estás equivocada.
    En ese momento, como un rayo apareció el papá hecho una furia.
–¡Eres una piruja! Una perdida malagradecida, que no sabe corresponder a la confianza y cariño que recibe. Y tú tienes la culpa Sofía, por andar de alcahuete. Ya te lo había advertido desde que la encontré abrazada con el pendejo ése en la sala.
–Miguel, es tu hija, respondió Sofía.
–Y la tuya. ¡Si quiere permanecer en esta casa, que aborte!, y asuma las consecuencias de lo que hizo, para no truncar su vida. Si no, que se largue.

    La discusión se centró en los papás y remató entre gritos y ofensas. Karla nunca había considerado un plan B.  Ni a Fernando ni a ella, les pasó nunca por la cabeza el tema del aborto. Su Ángel desapareció cobardemente el Año Nuevo, el mismo día que Karla fue a dar a casa de Cristina cargando en la mochila sus escasos ahorros y pertenencias. Cristina, su compañera y mejor amiga, le ofreció que se mudara a su departamento cuando la noche anterior Karla se desahogó contándole lo que ocurría.
    Una vez instalada, Cristina le presentó a Rubén, un amigo médico, quien al conocer a Karla, se hizo cargo desinteresadamente de su embarazo y le encontró trabajo. Tuvo un hermoso y sano crío, que llegó con su torta bajo el brazo: una beca que obtuvo Karla en la universidad donde continúa estudiando.
–Las trompas que el ginecólogo no advirtió en la primera y única revisión que practicó, se desarrollaron naturalmente. Ayer, al regresar a casa, Karla me dio la sorpresa de que voy a ser papá –Dijo Rubén.

 

Derechos Reservados © Escuela de Escritores Sogem Guadalajara