¿Suerte? por Adriana Orozco Castro




                       
                                                                    
Camino a la parada del camión, Iván entró en la tiendita de doña Baudelia. El negocio es el mejor surtido del vecindario y también la central de chismes del barrio, la dueña conoce a todos y todo lo que pasa por aquellos rumbos.
Iván coloca su Coca-Cola en el mostrador y paga con un billete de cincuenta. A la tendera le faltan diez pesos para completar el vuelto y ofrece en su lugar un boleto de raspadito.
Sin alejarse del mostrador, Iván rasca la primera casilla; aparece el dibujo de un fajo de billetes, el símbolo del premio mayor. Cuando la segunda figura es igual a la anterior, don Paco que está pagando unos cigarros, mira con curiosidad sobre el hombro del jugador. La tercera coincidencia detiene el movimiento de la fila y los clientes se acercan a ver, atrayendo con sus murmullos emocionados a algunos curiosos de la calle.
Iván siente el corazón en los oídos, le sudan las manos y toma un trago a la coca para aflojar el nudo de su garganta. La moneda de a peso con la que rasca el boleto le cosquillea entre los dedos mientras retira la pintura plateada que cubre la última figura, el sonido del metálico sobre el papel se escucha como amplificado hasta el rincón más remoto de la tienda.
Poco a poco el garabato cobra forma y cuando aparece un cuarto y final fajo de billetes, todos en el negocio exclaman de júbilo, asombro o aplauden de emoción. Iván no sabe de quién son las manos que le dan palmadas en la espalda, en los brazos, en los hombros.
Ve de reojo a Doña Baudelia tomando el teléfono y comprende que su mujer no tardará en aparecerse. Entonces, con la cara colorada, aprieta los dientes y tuerce las manos hasta desgarrar el papel que lo hizo rico por menos de cuatro minutos. Los demás gritan, se abalanzan y le quitan los restos del boleto como intentando darle primeros auxilios a su fortuna muerta.
Iván se detuvo por una coca antes de ir en camión a ver otra vez, al abogado del divorcio. Tras estériles años de peleas, gritos, insultos y humillaciones mutuas, él que ahora sabe lo que “bienes mancomunados” significa, prefiere seguir partiéndose el lomo el resto de su vida, a darle a la libertina esa una vida de lujos.

 

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