Sólo contesta el WhatsApp por Ana Paula Romero



                                              
                                                                                               

Angélica se oculta entre sus cobijas, el corazón desbocado se agita violentamente en su pecho y respira con dificultad, como quien hace un esfuerzo físico llevando su cuerpo al límite. Tiene miedo, el celular sigue vibrando bajo su almohada. No lo entiende, ha silenciado las notificaciones y bloqueado a ese número apenas se presentó el primer mensaje: “ABRE LA PUERTA”.
  
          Uno, dos, tres…, más notificaciones llegan sucesivamente, repitiendo las mismas palabras. Todas dan esa orden. Angélica apaga el aparato, encontrando así un poco de tranquilidad momentánea.

            Sólo desea que sus padres lleguen de su cita romántica. Piensa en marcarles, pero la idea es desechada de su mente apenas recuerda que el teléfono está en la sala. Si va a buscarlo abrirá la puerta y es lo que no quiere. No sabe qué la espera detrás del acceso de madera.

            Angélica intenta calmarse, se asoma con precaución entre las colchas y ve desde la cama su escritorio con su computador. Se imagina echando un vistazo a Facebook, riéndose de los memes y olvidando su susto de hallarse sola, ignorante de quién la busca con insistencia.

            La puerta del cuarto es aporreada desde afuera con violencia. El miedo arrebata un grito de terror de los pulmones de Angélica quien vuelve a su guarida entre las cobijas. Cierra los ojos, repitiéndose a sí misma que aquello no es más que su imaginación.

            Hay una insistencia en los toques y debajo de su almohada la luz de su celular resurge mostrando que siguen llegando mensajes de WhatsApp. No importa lo que ella haga.

            Angélica toma el aparato y lo arroja contra la puerta en un gesto desesperado. No funciona, la pantalla sigue prendida y las vibraciones se escuchan desde el piso.

            No puede ignorarlo más, los golpes se han vuelto más insistentes, acribillan sus oídos. Los métodos que usa, con ambas almohadas envolviendo su cabeza no mitigan el ruido.

            Angélica se decide, se levanta de golpe y acude a la puerta entre pasos temblorosos. Quita el seguro, toma la manija y le permite la entrada a lo que fuera que estuviera esperando en el corredor.

            Una caja posa sobre el suelo, un viscoso líquido carmín se desliza por las esquinas, el cartón se ha vuelto blando y da la impresión de que se destrozará en cualquier momento.

            Angélica se agacha, siente que el aire se ha escapado de sus pulmones y deduce, por el frío que siente, que su tez está pálida. Hay una nota que espera por ella: “Debiste contestarme”.

            No quiere, pero su cerebro actúa de forma mecánica. Angélica abre la caja, un grotesco espectáculo la recibe. Los restos de sus padres aguardan a sus pies…


La notificación de WhatsApp la arrebata de sus sueños. Angélica despierta sorprendida y aliviada. No está en su habitación, se encuentra en el sofá de su sala y la televisión frente a ella reproduce la película de Destino Final 3.

            Se lleva una mano al pecho y toma su celular antes de estrecharlo. Ha tenido la peor de sus pesadillas, destruía su amado teléfono.

 

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