Angélica se oculta entre sus cobijas,
el corazón desbocado se agita violentamente en su pecho y respira con
dificultad, como quien hace un esfuerzo físico llevando su cuerpo al límite.
Tiene miedo, el celular sigue vibrando bajo su almohada. No lo entiende, ha
silenciado las notificaciones y bloqueado a ese número apenas se presentó el
primer mensaje: “ABRE LA PUERTA”.
Uno,
dos, tres…, más notificaciones llegan sucesivamente, repitiendo las mismas
palabras. Todas dan esa orden. Angélica apaga el aparato, encontrando así un
poco de tranquilidad momentánea.
Sólo
desea que sus padres lleguen de su cita romántica. Piensa en marcarles, pero la
idea es desechada de su mente apenas recuerda que el teléfono está en la sala.
Si va a buscarlo abrirá la puerta y es lo que no quiere. No sabe qué la espera
detrás del acceso de madera.
Angélica
intenta calmarse, se asoma con precaución entre las colchas y ve desde la cama
su escritorio con su computador. Se imagina echando un vistazo a Facebook,
riéndose de los memes y olvidando su susto de hallarse sola, ignorante de quién
la busca con insistencia.
La
puerta del cuarto es aporreada desde afuera con violencia. El miedo arrebata un
grito de terror de los pulmones de Angélica quien vuelve a su guarida entre las
cobijas. Cierra los ojos, repitiéndose a sí misma que aquello no es más que su
imaginación.
Hay
una insistencia en los toques y debajo de su almohada la luz de su celular
resurge mostrando que siguen llegando mensajes de WhatsApp. No importa lo que
ella haga.
Angélica
toma el aparato y lo arroja contra la puerta en un gesto desesperado. No
funciona, la pantalla sigue prendida y las vibraciones se escuchan desde el
piso.
No
puede ignorarlo más, los golpes se han vuelto más insistentes, acribillan sus
oídos. Los métodos que usa, con ambas almohadas envolviendo su cabeza no
mitigan el ruido.
Angélica
se decide, se levanta de golpe y acude a la puerta entre pasos temblorosos.
Quita el seguro, toma la manija y le permite la entrada a lo que fuera que
estuviera esperando en el corredor.
Una
caja posa sobre el suelo, un viscoso líquido carmín se desliza por las
esquinas, el cartón se ha vuelto blando y da la impresión de que se destrozará
en cualquier momento.
Angélica
se agacha, siente que el aire se ha escapado de sus pulmones y deduce, por el
frío que siente, que su tez está pálida. Hay una nota que espera por ella:
“Debiste contestarme”.
No
quiere, pero su cerebro actúa de forma mecánica. Angélica abre la caja, un
grotesco espectáculo la recibe. Los restos de sus padres aguardan a sus pies…
La notificación de WhatsApp la
arrebata de sus sueños. Angélica despierta sorprendida y aliviada. No está en
su habitación, se encuentra en el sofá de su sala y la televisión frente a ella
reproduce la película de Destino Final 3.
Se
lleva una mano al pecho y toma su celular antes de estrecharlo. Ha tenido la
peor de sus pesadillas, destruía su amado teléfono.