Cuenta
la leyenda que Bjorn, hijo de Boromir, era el hijo del patriarca en una pequeña
tribu de nómadas que acababan de sedentarizarse hacía apenas un par de
generaciones. Se establecieron en un valle junto al cauce de un río, en las
orillas de la actual ciudad de Valencia, España.
De
acuerdo a los usos y costumbres de esta tribu, al llegar a la mayoría de edad -que
de acuerdo a su calendario era a los dieciséis años- el príncipe debería de
contraer matrimonio con la joven que su padre eligiera para él. Bjorn se negaba
a casarse a pesar de que esto rompía con las costumbres de su pueblo, y no
había día que no se lo dijera a su padre. Boromir enfurecía debido a la
deshonra que esta negativa representaba para su familia, ya que él tenía
arreglado el matrimonio de Bjorn desde que éste era un niño de brazos. Debía de
unirse con la hija de uno de los miembros del grupo de los siete, esto es, los
hombres más respetables y sabios, integrantes de la asamblea, que asesoraban al
patriarca en las decisiones más importantes del clan.
El
príncipe, por otro lado, soñaba con hacerlo cuando llegara el momento; pero no
con la joven designada por su padre sino con quien él eligiera. Boromir puso un ultimátum a su hijo: un plazo
no mayor a seis lunas, cediendo por fin en la decisión de que él mismo eligiera
a su futura mujer.
Seis
lunas era poco tiempo. ¿Cómo podría elegir a la indicada si solo conocía un
grupo muy reducido de mujeres? Pensó en las más diversas estrategias, desde
organizar una fiesta tribal hasta citar a todas las jóvenes de su edad para
poder conocerlas. Ninguna idea le satisfacía por completo y lo único que
lograba era enfadarse más; pues el tiempo no se detenía y las lunas estaban por
llegar.
Finalmente,
un buen día Bjorn llegó con una idea que le pareció genial. Convocaría a todas
las mujeres en edad fértil para que presentaran el mejor alimento que nunca
hubiera probado. Aquella que lo hiciera tendría el honor de ser su compañera y
preservar su estirpe. Llevó a cabo su plan. Con ayuda de sus servidores
organizó el concurso e hizo la difusión por todo el territorio.
Las
jóvenes estaban encantadas con la noticia, pues era la primera vez en la
historia de esa tribu que algo así sucedía. Se creó gran expectación y se
comenzaron a preparar para el gran día.
Finalmente,
la fecha límite llegó una luna antes del plazo impuesto por el padre de Bjorn.
Durante todo el día una fila interminable de mujeres colocó frente a él
diversos platillos, desde los sencillos hasta los más rebuscados y complejos.
Era tarde y aun no terminaba; no lograba elegir a la ganadora hasta que tocó el
turno a una joven sencilla; de apenas quince años, quien traía entre sus manos
una rústica vasija de barro con un trozo de pan bañado en una salsa ámbar. El
silencio fue abrumador; todos se preguntaban qué era ese extraño líquido dorado
que desconocían.
La
sorpresa de Bjorn se transformó en asombro una vez que lo saboreó. ¡Era lo más
dulce y delicioso que había probado en su vida! Sin duda alguna ella era la
ganadora. El príncipe preguntó su nombre a la joven:
— Elin – respondió la chica.
— Elin, tu platillo ha sido mi favorito. Eres
la elegida. Solo falta una condición
— ¿Cuál es?
—Que me digas qué es este extraño ámbar
transparente y cómo lo preparaste.
Uno
de los sacerdotes acercó el cuenco con tintes de cochinilla, y mediante un
dibujo sobre el muro de piedra, dentro del recinto de los rituales, Elin dio a
conocer al joven y al clan el proceso: La imagen de la mujer en la roca,
subiendo a un árbol para recolectar la miel de un panal de abejas, pasó a la
posteridad con la leyenda del patriarca Bjorn y la matriarca Elin, grandes
dirigentes que llevaron a su pueblo a una época de paz y prosperidad.