Los sueños le
susurrabana Samuel secretos sobre lo que sucedería. Una sílaba, un sonido o un
sentimiento sumaban su saber. Un sábado, lo cimbró el sueño de un ciclón, un
socavón saturado de sobrevivientes y un sinfín de zanates sobrevolando el
cementerio de su ciudad, Santiaguito. Un sombrío sentir le zumbaba sin cesar,
cual zancudo. Sospechó que un ciclón circularía Santiaguito y él sería el
soldado suscrito para socavar el suelo como socaire.
Tras
seis semanas, sus sueños soplaban aún señales sazonadas de siniestro. El sudor
le surcaba la sien, pues de sol a sol sumía la zapa en la superficie hasta que
surgió un socavón suficiente para cincuenta. Los santiaguitenses seguían sin
sospechar la cercanía del suceso, por lo que Samuel salió por la ciudad y soltó
las certezas científicas de sus sueños. Los “¡sonso!”, “¡zopenco!”, “¡zoquete!”
y similares, salpicaron su ser. Samuelito Sandeces sería su seudónimo desde ese
sainete.
Eso le sucedía por suponerse salvavidas… Sollozó de zozobra, se sentó en su zanja y se zambulló en sotol. El ciclón saqueó la zona y cerró esa cicatriz del suelo sofocando al sonso que soñaba. No zanates, sino zopilotes se suspendían