Reproducción por Valeria Durán

 



Me encontraba en el complejo arqueológico de Saqqara, a unos 30 km. de El Cairo, ese domingo quise recorrer yo solo el extraordinario descubrimiento que mis compañeros y yo habíamos hecho unas semanas antes. Lo siento, olvidé presentarme soy Amsu Al-Khaled un apasionado de la arqueología y egiptólogo desde hace 25 años. Como decía, recorría la tumba de cuatro mil cuatrocientos años que habíamos encontrado por casualidad unas semanas antes, la temperatura exterior alcanzaba quizás los treinta y cinco  grados Celcius, y en el subterráneo que era la tumba donde yo me ubicaba el calor era sofocante; no me di cuenta cuántas horas había pasado registrando una a una las estatuas talladas en piedra, las vasijas y los relieves que habían estado escondidos por tantos años cuando el sopor me obligó a sentarme, el  sudor descendía por mi rostro desde la frente hasta las comisuras de la boca, lo limpié un poco, cerré los ojos, sentí una frescura que recorría mi cuerpo, estaba en un auditorio, parado en el escenario, de frente, una audiencia considerablemente grande sentada sobre unas butacas rojas con dorado.  A decir por la hora, estuve alrededor de  40 minutos dormido, o tal vez inconsciente en la tumba, quizá el calor y la falta de oxígeno me habían hecho tener alucinaciones.

Regresé a casa, me preparé un Shay bil na’na’ frío para refrescarme, me duché, acomodé un poco mis escritos y me fui a la cama.

Al día siguiente, muy temprano, me dirigí al complejo de Saqqara para continuar el inventario y el registro de la tumba, mis compañeros ya me esperaban, bajamos juntos los cinco metros que separan la superficie del sepulcro, después de unas horas en el subsuelo el calor me detuvo una vez más, limpié mi frente de nueva cuenta y recargué mi cuerpo sobre una de las estatuas, comencé a cotejar mis apuntes, estaba frente a un ordenador, investigando y preparando un discurso, me sentía ansioso como si el tiempo no me fuera a alcanzar, me levanté y caminé por un vestíbulo con un tapete de colores, me dirigí hacia un librero, tomé un libro, Amsu, Amsu, hay que salir un poco a la superficie a tomar aire me dijo Nailah, mi compañera, jalándome por el brazo.

Terminamos la jornada y una vez más regresé a mi casa, me duché con agua fría y me puse a organizar los registros de la tumba, abrí el libro, “Mecánica cuántica y mundos paralelos”, copié un párrafo en la computadora, releí el escrito, estaba terminado. Desperté algo aturdido en el mueble de la sala.

Al día siguiente pasé por Nailah para continuar los trabajos de la tumba, en el camino me invitó a una interesante plática, según dijo, algo de universos paralelos, ¡vamos!, me insistió.

Nos vimos a las ocho afuera del teatro, ¿quién imparte la conferencia?, le pregunté, me dijo que reparó en el tema más no en el expositor, entramos riendo al recinto.

Nunca había estado allí y sin embargo el lugar me pareció muy familiar, experimenté un escalofrío pero decidí no darle mayor importancia.

Cuando abrieron el telón sentí que toda  la sangre me subía hasta la cabeza, presentaron a la eminencia en física Amsu Al-Khaled, no sabía qué decir, ¿acaso era una broma u otra alucinación?, miré a Nailah y al ver su cara de terror comprendí que, allí estaba yo, o, mi otro yo, con mi mismo nombre que significa reproducción, parado en el escenario enfrente de mí, o, yo enfrente de él sentado en las butacas rojo con dorado, o, dictando la conferencia que había, o, que habíamos terminado de escribir la noche anterior, en el mismo auditorio que vi cuando comenzaron las que creí eran alucinaciones.

** Shay bil na’na’ (Te negro con menta)

 

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