Problema resuelto por Isabel Ayala

 


La pluma tamborileando sobre el papel era lo único que quebraba el silencio dentro de la habitación. La Dra. Sandra, veía impaciente a Rodrigo, quien se encontraba sentado unos cuantos metros frente a ella, inmerso en sus pensamientos. Desde que había entrado al consultorio, no había dicho palabra alguna, y por más que la doctora había intentado conversar con él, no había logrado sacarlo del trance en el que se encontraba.   

─Rodrigo –Le dijo en un tono de cansancio y molestia ─. Creí que habías venido a consulta porque necesitabas platicar. Me doy cuenta que tan sólo has venido para hacerme perder el tiempo; no es la primera vez que ocurre esto, ni la primera vez que te pido que te marches, así que… –comenzó la Dra. Sandra mientras se ponía de pie y caminaba en dirección a la puerta. Cuando tuvo la mano en la perilla, sintió cómo Rodrigo, quien se había levantado unos segundos después de ella, colocaba una mano sobre la suya, impidiéndole que abriera la puerta. La Dra. Sandra dirigió su mirada hacia los ojos de él, había un vacío en ellos que no había notado en las sesiones pasadas.

─Bien –dijo la doctora mientras se alejaba, incómoda, de él ─. Toma asiento –con la cabeza le señaló el sillón; Rodrigo volvió a deslizarse en él y clavó su mirada en el piso. Después de unos segundos de contemplarlo, la doctora le preguntó –. Y dime, ¿cómo van las cosas en casa? Tu madre me comentó que tu hermana tuvo una bebé, y que se está recuperando con ustedes.

Sus ojos, perdidos en el espacio, se enfocaron en los de ella.

─Sí. Esa cosa nada más llora y perturba mi silencio. Ya le dije a mi hermana que sus chillidos me impiden grabar mis videos.

─¿Tus videos? –lo interrumpió la Dra. Sandra ─Algo había escuchado de que quieres ser youtuber…

─Soy youtuber –la corrigió Rodrigo ─. Hago videos acerca de videojuegos…, algo que no entendería –le dijo ─. Nadie me entiende.

─Por nadie, ¿te refieres a tu familia? –le preguntó la doctora mientras hacía correr la pluma sobre el papel.

Los ojos de Rodrigo se clavaron en su mano.

─¿Familia? No. Yo no la llamaría así –dijo mientras cerraba los ojos y se recostaba en el sillón.

─¿Por qué no? –le preguntó la Dra. Sandra, con un hoyo en la boca del estómago. Siempre se sentía incómoda a medida que la conversación con Rodrigo se profundizaba; algo en ella sentía que debía permanecer alerta, vigilante.

─Empecé a trabajar en algo –cambió de tema ─. Pensé que, quizás le gustaría echarle un vistazo –le dijo abriendo los ojos y fijándolos en ella, mientras alargaba el brazo hacia su mochila, introducía la mano y sacaba un cuaderno de pasta negra.

─Rodrigo. La pregunta, contéstala –la Dra. Sandra intentó retomar el tema, pero él le entregó el cuaderno. Ella lo tomó y lo abrió en la primera página ─. Rodrigo… –comenzó a decir al tiempo que se quitaba los lentes, pero las ilustraciones del cuaderno evitaron que terminara la oración; volvió a colocarse los lentes. A medida que sus dedos daban vuelta a las páginas, se encontraba con dibujos diferentes, pero de tonalidades oscuras similares.

─He encontrado una gran satisfacción por el dibujo, como podrá darse cuenta. Además, se me da muy bien –dijo mientras se incorporaba y caminaba hacia la ventana.

La oscuridad de cada una de las ilustraciones, hacía que la doctora sintiera la perversión que se ocultaba dentro del individuo que estaba frente a ella.

Sus dedos corrían a través de las páginas, hasta que una la forzó a detenerse. Lo que parecía una figura humana, se encontraba de pie frente a una pila de algo a lo que la doctora no le encontraba forma. Se ajustó los lentes y miró de cerca; sus ojos pasaron de la pila gris en el suelo, a la silueta negra. Se detuvo en esta última; no tenía rostro alguno y, sin embargo, parecía mirar fijamente a lo que se encontraba frente a él. La doctora siguió el camino de la cabeza hacia la pila; parecían ser varias figuras en diferentes tonos de grises. No, no eran figuras… de entre los trazos descubrió manos, así como cabezas y pies. Eran cuerpos humanos, todos de diferentes tamaños. Uno, dos, tres, cuatro, ¡cinco! para ser exactos. La doctora enfocó la sombra humana de nuevo, había pasado un detalle por alto, un pequeño detalle que colgaba de la mano derecha del dibujo; un cuchillo, del cual chorreaba una sustancia de color gris, ¿sangre quizás?

─Son cinco cuerpos… –dijo la Dra. Sandra mirando a Rodrigo, quien volvía a acomodarse en el sillón frente a ella.

─Cinco –repitió él ─, cinco mentes pequeñas que creen que pueden salvarlo a él –señaló con el mentón a la figura negra ─. De lo que sea que creen que está enfermo.

─¿Acaso creen que estás enfermo? –le preguntó la doctora, nerviosa por lo que el chico le pudiera contestar.

─¿Quién dijo que el dibujo se trata de mí? –le respondió con fuego en sus ojos ─Planeo hacer una historieta –dijo después de una pausa ─. Creo que esa ilustración –señala con los ojos el cuaderno que la doctora sostiene entre sus manos ─, merece ser contada. Sólo imagínelo… –comenzó Rodrigo al tiempo que se recargaba en el sillón y alzaba las manos intentado formar un cuadro digno de admirar ─imagine el terror, viñeta por viñeta.

─Rodrigo…

─Sólo imagínelo… La historia comienza con el hijo menor, en su habitación…, jugando videojuegos. Supongamos que es una noche como las que hemos tenido en estos últimos días, siendo más precisos, como la de ayer, lluviosa –Rodrigo hizo una pausa para comprobar que la doctora lo escuchaba, atenta, sin despegar los ojos de él. Entonces continuó ─. A medida que avanza en su juego, unos llantos se comienzan a escuchar en la habitación de al lado. Él sube el volumen de la consola sin prestar atención e irritándose un poco. Entonces unos puños en la puerta, más los gritos de su hermana pidiendo que le baje a la maldita cosa, lo fuerzan a ponerle pausa al juego y salir de su habitación.

─Imagine el inicio de una noche en vela, donde primero, la hermana le grita que no puede dormir a la bebé por el ruido, y luego él le grita que no le importa un comino que esa cosa no pueda dormir. Y supongamos que en las viñetas comienzan a aparecer las siguientes escenas…, el chico cierra, en las narices de su hermana, la puerta de su habitación, le pone play al videojuego y sube todo el volumen que la consola puede alcanzar. Entonces, la situación pasa a mayores cuando su hermana irrumpe en la habitación para desconectar la consola. Él se levanta y comienza a insultarla; la abuela aparece en las viñetas e intenta calmarlos. Y supongamos que lo hace, o cree que lo hace, pues la casa vuelve a sumirse en una incómoda calma. La cual se ve perturbada al momento que llega la madre, cansada, después de un largo día de trabajo.

─Rodrigo, espera… –dijo la doctora Sandra levantando la mano para que parara, pero el chico no hizo caso y continuó con su historia.

─Todo es paz y tranquilidad en la habitación del chico, mientras dispara con el control remoto a los adversarios que tiene frente a él en el campo de batalla, hasta que la puerta se abre, dándole paso a la luz y a la sombra de su madre. Te regaña por el simple hecho de existir… –al voltear hacia la doctora, Rodrigo se dio cuenta de la confusión que le cubría el rostro ─. Digo, al personaje. Imagine que lo regaña por su actitud y por ser tan holgazán, además de inútil, bla bla bla. Él simula escucharla, entonces la madre prende la luz y le apaga la consola. Le grita al hijo mayor para que saque “esa fregadera” del cuarto de su hermano y eso sucede. En cuanto el hijo mayor los deja solos, la madre le dice lo siguiente: “Deberías ser como tu hermano, un chico obediente…, si continúas así, te juro que te mando a vivir con tu padre.” –Rodrigo hizo una pausa, una pausa que duró unos cuantos segundos. La doctora no dijo nada, intentaba procesar lo que salía de los labios del chico ─. Supongamos que el enojo corre por las venas del personaje y todo toma un giro en la historieta. Se acerca al cajón de la cómoda y saca un cuchillo de entre la ropa. Sin pensarlo dos veces, y haciendo caso omiso a los gritos de su madre, la persigue fuera de la habitación, y alcanzándola a la mitad del pasillo que lleva a la cocina, le encaja el arma en la espalda. El primer cuerpo cae. Ahora, supongamos que el hijo mayor, al escuchar los gritos de la madre, corrió en su ayuda, y al ver la sangre escurrir del cuchillo que sostenía su hermano menor, se le echó encima, pero nuestro personaje fue más astuto y logró esquivarlo; no atacó inmediatamente, sino que se esperó hasta que su hermano mayor estuviera en el suelo para poder encajarle el cuchillo en la yugular.

Rodrigo sonrió mientras sus ojos se mantenían fijos en los de la doctora.

─Se preguntará, ¿qué hay de los otros tres cuerpos faltantes? Ahora lo sabrá… –hizo una pausa y continuó ─Ni la abuela ni su hermana se encontraban por ningún lado de la casa, al parecer habían logrado ocultarse mientras él se encargaba de su madre y hermano mayor. A medida que transcurrían los minutos, la desesperación y el enojo crecían en su interior. Entonces la escuchó…, el llanto del bebé –los ojos de la doctora lo miraban aterrorizada ─. Sus pies corrieron hacia el sonido. La puerta del cuarto de servicio comenzaba a abrirse. Al momento en que los ojos de la abuela lo vieron, comenzó a implorarle que no lo hiciera, que “por Dios…, no lo hiciera”. Pero la apartó de su camino. Entonces, imagine al personaje arrancándole a su hermana, de los brazos, a la bebé. El tercer cuerpo cae.

Rodrigo guardó silencio. Sus ojos perdidos en el horizonte.

─Dígame doctora, ¿puede escucharlo? ¿Escucha los gritos de una madre desesperada? Imagínelos. Imagine lo fácil que fue para él terminar con la vida de su hermana después de haberle quitado lo que más amaba. Para entonces ya sólo quedaban la abuela y él. Imagine, Dra. Sandra, al chico girando para verla y encontrarla llorando en el suelo. Imagínelo acercándose lentamente hacia ella. Imagine el cuchillo hundiéndose en su piel. – Hizo una pausa. ─ Cinco, cinco…

─Rodrigo, ¿sigues tomando tus medicinas? –la Dra. Sandra le preguntó, pero él se mantuvo en silencio, contemplando el vacío ─¿Quién te trajo?

–Vine solo –Rodrigo entornó los ojos; un fuego parecía emanar de dentro de ellos. Entonces, el chico, suspirando y sonriendo, se incorporó.

─Rodrigo –comenzó la doctora ─, no hemos terminado.

─En realidad, sí –respondió él ─. Muchas gracias por toda su ayuda doctora, pero, ya no voy a necesitar de sus servicios –Rodrigo se acercó a ella y le estrechó la mano.

─Pero…, tienes un problema que aún hay que resolver –comenzó ella, sin embargo, Rodrigo ya se encontraba tomando la perilla de la puerta. Justo antes de salir, volteó hacia ella y le dijo.

─Se equivoca, todo está resuelto. Yo mismo me he encargado de que así fuera –los ojos de Rodrigo pasaron del cuaderno negro en las manos de la doctora a los ojos de ésta. La miró en silencio por unos segundos. Después le dio la espalda y atravesó la puerta.

 

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