Todas las personas lloran, aunque algunos nieguen haberlo
hecho, como sea, imagina que, en uno de esos días grises que piensas que están
hechos sólo para ti, te encuentras a la orilla de un caudaloso río, sentado
sobre una gran piedra, pensando que sería bueno amarrarte esa misma piedra al
cuello y lanzarte a esas mismas aguas para terminar con tu llanto. Imagina que
buscas una cuerda que te ayude a lograr el propósito, pero que en lugar de
encontrarla, das con un monje de hábito color café ceñido con un cordón de tres
nudos al que le pides su lazo explicándole que te quitarás la vida. Imagina que
el monje te dice que sí, que con gusto te lo dará pero que tendrás que desatar
los tres nudos y tú, porque te sientes solo y confundido, tomas el cordón para
desenredar el primer nudo mientras el monje se sienta en otra piedra mirándote
y asintiendo con la cabeza.
Imagina que hay un Creador Supremo dueño de todo, que pensó
tu existencia sin que tú te enteraras y que, sin tu autorización, te entregó a
una madre de frágil vientre y ojos claros. Si hay un Creador Supremo, mientras
desatas el primer nudo podrías preguntarle qué sabe él sobre tu desconocida
madre. Y Él te respondería modelando una figurita de barro, que el día que tú
naciste, tu madre ordenó al doctor que
tomara su vida, con tal de proteger la tuya. El quirófano es un lugar frío
piensas, tan frío como el doctor que aceptó tal propuesta y llega a tus oídos
el eco del monje que te dice que sí te regala su cordón.
Imagina que quieres más información de parte de Dios, pero
mientras formulas mentalmente el cuestionario, ves al Creador cercado por un
grupo de niños lanzándose una pelota rosa con verde que se les escapa rodando a
tus pies. Los niños corren por la pelota, pero viendo que forcejeas con el
segundo nudo, desplazan su mirada hacia tus manos tratando de adivinar cómo lo
desatarás. Mientras te escudriñan armando un mitote, crees que lo tuyo, lo
tuyo, son los deportes y tomas el balón tratando de comprender por qué el monje
dijo que sí cuando debió decir que no.
Imagina que el Creador grita -pásame el balón- y empieza a hacer una larga serie de
“cabecitas” retándolos a ganarle, los niños brincan de emoción y tú tienes una
mejor idea: armar un partido de fútbol en el que participan los jugadores más
atrevidos del territorio “de arriba” y los más bravos del barrio “de abajo”, a
quienes chamuscarán en el partido. El estadio está lleno de colores y algarabía
al cuarto para las doce. Echas un vistazo a las impetuosas porristas, te
detienes en la chica de ojos claros que parece baila sólo para ti; tú estás a
punto desatar el tercer nudo del cordón. Le escuchas gritar tu nombre una y
otra vez, te gustaría estar con ella mientras pateas la pelota hacia la
portería. Un apuesto joven ciñe su cintura justo cuando la pelota rebota en el
marco, saliéndose de la cancha. En ese momento imaginas que el monje al que le
pediste el cordón te dijo que no y tú, furioso, vas hacia la tribuna, arrancas
a la chica de los brazos que la rodean y la posicionas como el jugador número 1
dentro de tu cancha. Ella, con un guiño te dice: --Yo no sé jugar- y tú sonríes
pasándole el balón.