Han pasado veinticinco años y
la dulce niña que amaba en ese entonces con tanto fervor a la dríade, ha
heredado la casa después que su mamá falleciera. Pero no la quiso, está en venta, ¿la compras?
Un
cuarto de siglo antes:
Testimonio
del ojo derecho de un hada bizca
Sí, mi dulce niña, yo la vi con
mi ojo derecho, la luz del candil iluminaba bien el ángulo. La noche estaba
tibia, eran las dos de la mañana, lo sé por la ubicación de la doble luna que
contemplaba. ¿Te gusta mirar la luna? Si observas bien, puedes ver reflejado
parte del universo en su brillante luz.
Supe que fue ella y no un vándalo.
Su espalda curva era inconfundible, el camisón feo color palo de rosa lo
llevaba puesto, sus senos caídos se transparentaban a través de la delgada
tela, usaba los calcetines viejos de dormir y las pantuflas de peluche
enredado. La observé desde que salió al jardín por la puerta trasera, ella está
media sorda, por lo mismo hace mucho escándalo a su paso. La motosierra que
fuera de tu abuelo la llevaba en las manos, ¡su cara!, cómo olvidarla, la
mandíbula la llevaba sellada y su nariz arrugada, supongo que por apretar la
boca y, su mirada era lúgubre en aquellos ojos pistache con inicios de
cataratas.
En pocos minutos estuvo parada
frente al árbol de la dríade, sin reflexionarlo siquiera y sin ningún parpadeo
visible, lo cortó en un sólo movimiento, sin piedad alguna. La dríade salió del
angosto tronco, pero no logró escapar, su cuerpo estaba cortado a la mitad y
falleció en seguida. La sangre derramada pintó parte del tronco y un lago rojo
quedó tendido en el pasto recién cortado.
Si tuviéramos vecinos, alguno de ellos hubiera venido a revisar el
singular ruido, pero cómo sabes, aquí únicamente hay baldíos y un cielo triste
cuando no vienes a visitar a tu abuela.
Testimonio
del ojo izquierdo de un hada bizca
Sí, mi querida y dulce niña,
yo la vi con mi ojo izquierdo, en la penumbra de la noche; a pesar de la luz de
la doble luna que contemplaba, el candil estaba del otro lado de mi ojo, no
tenía mucha visibilidad, además la noche vestía de neblina, sin embargo, aun así,
la distinguí. Supe que era ella y no un
ladrón. ¿Te he preguntado antes si te gusta la luna? Si la observas bien,
puedes obsequiarte su reflejo para tu mortalidad. Aquella noche distinguí su
espalda curva que es inconfundible, vestía un camisón transparente, sus senos
caídos y movedizos danzaban a su paso; llevaba calcetines altos y calzaba pantuflas
anchas.
Mi ojo izquierdo volteado
hacia el lado opuesto del derecho, fijó a la luna en lo alto de la colina, por
tal motivo eran las tres y media de la mañana. La anciana llevaba una especie
de artefacto, parecía pesado, pero ya conoces a tu abuela, es de brazos
fuertes. Cuando lo encendió junto al árbol de la dríade, supe que se trataba de
una sierra de motor de gasolina. ¡Su cara! Lo poco que alcance a ver era
perturbador, la mandíbula estaba chueca y firme, su nariz chata tenía como ocho
pliegues, supongo que por fruncir el ceño y, su mirada, era de cuervo, sí, de
cuervo sombrío, daba miedo.
Sin titubear, cortó en un sólo
movimiento el pequeño árbol junto con su habitante, la dríade. Como mi ojo
izquierdo estaba más cargado hacia el oeste, no logré divisar la cara de la
ninfa, lo único que percibí, fue un líquido oscuro que brotaba del tronco y
chorreaba como un riachuelo vertical en el pasto. Nadie pudo evitar la
tragedia, ni los buitres que vienen a revisar cada noche, si la viejecita ha
muerto, ni la doble luna que fungió como testigo, nadie.
Testimonio
de la sombra de la abuela
En realidad, mi pequeña niña
de sombra cálida, yo estuve presente algunos instantes, irónicamente la
oscuridad apaga mi gris semblante, desaparezco como un fantasma en el limbo. La
luz del farol iluminó mi negrura, pegada a la anciana observé la atrocidad de
frente al hogar de la dríade; el hermoso y floreado árbol del jardín fue
dividido en dos con un dispositivo filoso que producía un fuerte ruido. La
dríade brotó desde adentro del tronco hacia la intemperie, herida, muy herida,
su delicado cuerpo de ninfa se partió y falleció a los pocos segundos. Su
cabeza colgaba del tronco, sus largos cabellos tornasol cual cascada anochecían
en muerte, como un lienzo surrealista. Los chorros de sangre llovían como
granizos en mi humanidad deforme y aplastada.
¿Acaso soy yo también culpable del asesinato? Pertenezco a tu abuela,
soy parte de ella, es mi conciencia y obediencia. Soy cómplice y seré desterrada a un mundo sin
luz.
Testimonio
de la Abuela
Mi dulce nietecita, estoy muy
triste. Ha caído una tormenta muy fuerte a las cuatro de la mañana, el pequeño
árbol de la dríade se partió a la mitad y lamentablemente murió. Me di cuenta
al día siguiente que salí al jardín para checar los destrozos, no pude hacer
nada. La dríade estuvo en nuestra familia por generaciones y algún día tenía
que pasar algo así. La enterré junto a los rosales, sus favoritos. Sé que la
amabas y te gustaba mucho platicar con ella, pero ahora yo estoy aquí contigo,
para que me cuentes tus cosas, yo sabré aconsejarte bien, así como la
dríade. Ahora estaremos juntas todo el
tiempo, ya no pasarás el fin de semana sentada frente a ese árbol podrido
platicando con la ninfa. Yo me siento muy sola, mi pequeña niña, la soledad me
carcome, nadie me visita; sólo te veo a ti. Tu madre te deja los viernes
conmigo para poder irse de fiesta, no porque tenga trabajo como suele mentirte.
El domingo la veo cinco minutos, según ella, tiene prisa de regresar a casa
contigo y terminar quehaceres. Mi propia hija no me quiere. Tú eres lo único
que me queda, tú le das alegría a mi vejez; ven, acércate, platícame cómo te va
en el tercer año de primaria.