1.
No es ninguna
sorpresa que los lunes son un día difícil para muchos y yo no soy la excepción.
Sin embargo, con el tiempo he desarrollado una estrategia que me ha ayudado a
sobrellevar el día en que la realidad te agarra de golpe. Es el golpe del
trabajo digno, pero mal pagado; el golpe de la desmañanada con la que dios
promete la ayuda que nunca llega; el golpe del apretujamiento en el transporte
público; el golpe con el que el cansancio se te engancha con el sonar del despertador.
Si uno logra esquivar semejante golpe desde el lunes, el resto de la semana
será más llevadero. Para ello, los lunes por la mañana camino a la parada del
camión y hago fila esperando mi turno. Justo al lado de la parada, hay un
puesto de cachitos de lotería, así que dejo apartado mi lugar, paso a escoger
el boleto ganador y doy rienda suelta a mis sueños de opio.
1.1.
Lo primero que
haría al ganar la lotería, sería dar un poco a la caridad, pues es mal visto
que uno se engulla toda su buena fortuna. De preferencia, deberá ser una ligada
con la Iglesia, para de paso interceder en mi salvación. Después, por aquello
de no quedar como oscuridad de la casa y candil de la calle, ofrecería un
pequeño presente a mis familiares que, como dicta la etiqueta, dirán que “qué
bárbara”, que “no era necesario” mientras maldicen mi tacañería. Recordaría
siempre que fue un lunes el bendito día en el que la suerte me sonrió.
1.2.
Habiendo resuelto
los compromisos sociales, me daría una pequeña acicalada de bisturí reclamando
aquello que la naturaleza me negó: una nariz afilada, unos dientes rectos, unos
cachetes proporcionados con el resto de mi cara, unos senos perceptibles y una
cintura. Me convertiría en la nueva envidia de conocidos y desconocidos,
desplegaría modestamente mis encantos en la sección de sociales de las
publicaciones nacionales. Así, cada vez que me viera en el espejo recordaría
que fue un lunes el que cambió mi cuerpo de pera a coca cola.
1.2.1.
Con la nueva
artillería corporal, me desbocaría a los clubes, fiestas y restaurantes de moda
para encender lujurias a mi paso. Desde joven aprendí que el amor entra por la
cartera y las caderas; permanece por la culpa y el chantaje; y sale por
carteras menos gastadas y caderas menos usadas. En ese entendido, me dedicaría a
crear un acervo nutrido de solteros codiciados que servirían como repuesto del
anterior. Con cada romance volvería a ese lunes que me abrió la puerta
giratoria del amor.
1.3.
Para abandonar la
soltería, elegiría de entre mis pretendientes al más apuesto y sofisticado. Nos
mudaríamos a una colonia de renombre, contrataríamos servidumbre y
engendraríamos criaturitas para completar el hogar. Claro que como el dinero no
es para siempre, el pobre hombre tendría que ir a trabajar porque como le decía
mi abuela a su marido: “mi dinero es mío y el tuyo, de los dos”. Viviríamos una
vida de ensueño y cada mañana, al despedirlo en el umbral del hogar, bendeciría
el lunes que me había permitido tenerlo todo.
1.3.1.
Sería perfecto
hasta la fatídica mañana en que lo encontraría empiernado con su secretaria. En
un ataque de celos les arrancaría la vida desde las entrañas e iría a la cárcel
dejando huérfanos de padre a mis pobres hijos. Sin duda sería el hazme reír de
aquellos que alguna vez impresioné y mi adquirida belleza se oxidaría tras
barrotes de venganza. Pensaría entonces en ese día, ese lunes de lotería que
conspiró en mi contra.
2.
Una vez concluido
mi delirio de oráculo de a pie, dejo el boleto ganador en su lugar y vuelvo a
la fila. Me convierto en una persona nueva, aunque voy como los demás, entre
codazos, pisotones y empujones como res al rastro, sonrío al amargado, saludo
al desdeñoso y veo con ojos renovados el día. Me he salvado de los engañosos
laberintos de la suerte que cada lunes me muestra la nueva tragedia que esa
semana habré de evitar.