Lunes por Mariana G. Acosta Castro

  


  

1.    No es ninguna sorpresa que los lunes son un día difícil para muchos y yo no soy la excepción. Sin embargo, con el tiempo he desarrollado una estrategia que me ha ayudado a sobrellevar el día en que la realidad te agarra de golpe. Es el golpe del trabajo digno, pero mal pagado; el golpe de la desmañanada con la que dios promete la ayuda que nunca llega; el golpe del apretujamiento en el transporte público; el golpe con el que el cansancio se te engancha con el sonar del despertador. Si uno logra esquivar semejante golpe desde el lunes, el resto de la semana será más llevadero. Para ello, los lunes por la mañana camino a la parada del camión y hago fila esperando mi turno. Justo al lado de la parada, hay un puesto de cachitos de lotería, así que dejo apartado mi lugar, paso a escoger el boleto ganador y doy rienda suelta a mis sueños de opio.

 

1.1.       Lo primero que haría al ganar la lotería, sería dar un poco a la caridad, pues es mal visto que uno se engulla toda su buena fortuna. De preferencia, deberá ser una ligada con la Iglesia, para de paso interceder en mi salvación. Después, por aquello de no quedar como oscuridad de la casa y candil de la calle, ofrecería un pequeño presente a mis familiares que, como dicta la etiqueta, dirán que “qué bárbara”, que “no era necesario” mientras maldicen mi tacañería. Recordaría siempre que fue un lunes el bendito día en el que la suerte me sonrió.

 

1.2.       Habiendo resuelto los compromisos sociales, me daría una pequeña acicalada de bisturí reclamando aquello que la naturaleza me negó: una nariz afilada, unos dientes rectos, unos cachetes proporcionados con el resto de mi cara, unos senos perceptibles y una cintura. Me convertiría en la nueva envidia de conocidos y desconocidos, desplegaría modestamente mis encantos en la sección de sociales de las publicaciones nacionales. Así, cada vez que me viera en el espejo recordaría que fue un lunes el que cambió mi cuerpo de pera a coca cola.

 

1.2.1.   Con la nueva artillería corporal, me desbocaría a los clubes, fiestas y restaurantes de moda para encender lujurias a mi paso. Desde joven aprendí que el amor entra por la cartera y las caderas; permanece por la culpa y el chantaje; y sale por carteras menos gastadas y caderas menos usadas. En ese entendido, me dedicaría a crear un acervo nutrido de solteros codiciados que servirían como repuesto del anterior. Con cada romance volvería a ese lunes que me abrió la puerta giratoria del amor.

 

1.3.       Para abandonar la soltería, elegiría de entre mis pretendientes al más apuesto y sofisticado. Nos mudaríamos a una colonia de renombre, contrataríamos servidumbre y engendraríamos criaturitas para completar el hogar. Claro que como el dinero no es para siempre, el pobre hombre tendría que ir a trabajar porque como le decía mi abuela a su marido: “mi dinero es mío y el tuyo, de los dos”. Viviríamos una vida de ensueño y cada mañana, al despedirlo en el umbral del hogar, bendeciría el lunes que me había permitido tenerlo todo.

 

1.3.1.   Sería perfecto hasta la fatídica mañana en que lo encontraría empiernado con su secretaria. En un ataque de celos les arrancaría la vida desde las entrañas e iría a la cárcel dejando huérfanos de padre a mis pobres hijos. Sin duda sería el hazme reír de aquellos que alguna vez impresioné y mi adquirida belleza se oxidaría tras barrotes de venganza. Pensaría entonces en ese día, ese lunes de lotería que conspiró en mi contra. 

 

2.      Una vez concluido mi delirio de oráculo de a pie, dejo el boleto ganador en su lugar y vuelvo a la fila. Me convierto en una persona nueva, aunque voy como los demás, entre codazos, pisotones y empujones como res al rastro, sonrío al amargado, saludo al desdeñoso y veo con ojos renovados el día. Me he salvado de los engañosos laberintos de la suerte que cada lunes me muestra la nueva tragedia que esa semana habré de evitar.

 

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