Cuando entré a la tienda de
antigüedades desconocía si iba a encontrar ese fonógrafo que tanto buscaba, ya
había ido a varios lugares durante algún tiempo y nada, había preguntado a amigos,
familiares, y muchos coincidieron en que aquí lo encontraría. El dueño me
recibió con un - buenas tardes - al cual hice eco contestándole de la misma
manera, y continuó – es bienvenido, pase y esperamos que encuentre lo que busca
– sin contestarle, para mis adentros pensé lo mismo.
La
tienda, aunque sólo tenía una puerta y un ventanal por fuera, era amplia, había
un olor a polvo en el ambiente que me gustaba, como cuando hojeas un libro;
primer pasillo, figuras de cristal y de mármol, más allá un clavecín; segundo
pasillo, muchas campanas de muchos tamaños, una máquina de escribir; siguiente
pasillo lámparas, libros, y al final, entre algunos bustos, un fonógrafo.
Lioret,
se llamaba, una réplica exacta de la original, de las 23 únicas que se hicieron,
allí estaba, con su corneta plateada al igual que su caja; su brazo brillaba, y
a pesar de estar en una tienda de antigüedades, además de ese olor a libros, la
mantenían impecable, me encantaría escuchar su sonido, pensé; observé al dueño
dándome cuenta que él me observaba a mí, se acercó y me platicó la historia de
los Lioret; la conocía, le pregunté por el precio, estaba fuera de mi alcance,
le agradecí dejando la tienda al instante.
Di
varias vueltas antes de conciliar el sueño ese día, Lioret, se escuchaba ese
nombre en mi mente, Lioret, una y otra vez.
Al
día siguiente sin pensarlo mucho me dirigí a la tienda, cerrada aún, faltaban
algunos minutos antes de… No podía creerlo, Lioret estaba a la vista de todo
mundo, la habían colocado junto al ventanal, se acercaba el dueño por la calle,
mis manos comenzaron a temblar como mi quijada, llegó saludándome, tan amable,
tan elocuente, tan cordial, abrió la puerta y repitió con la misma voz y tono
su – es bienvenido, pase… - lo interrumpí - la Lioret - fue lo único que le
dije, extendí el dinero y lo dejé sobre su mesa, me entregó a Lioret
queriéndome decir los cuidados que debía tener, sin prestarle importancia salí
de allí, en mis manos la tenía, estaba conmigo, después de tanto buscarla.
En
el camino había un café, me sentía emocionado, quería que se dieran cuenta que
estaba conmigo, una mesa vacía, me senté, la acomodé para admirarla, toda
plateada, brillaba, la gente pasaba y murmuraba, me imaginaba sus palabras – la
viste – todas llenas de envidia, claro, con tanta vida; de repente Lioret
comenzó a hablarme, a través de su corneta salía su bella voz de soprano,
platicándome que desde ayer había estado pensando en mí, sobre cuántos la
habían visto como si nada, se erguía cada vez que entraba alguien a la tienda,
y por más que se estiraba nadie la veía, se sentía sola, a veces quería
platicar con el clavecín pero a él lo callaban, las campanas hacían de las
suyas para confundir las voces, la máquina de escribir pretendía hacerlo, todos
estaban en su contra, decía; envidia, pensaba; le dije que contaba conmigo, que
nunca más se sentiría sola, tomamos un café, pagué la cuenta y nos fuimos a la
casa, antes pasamos por unas rosas, quería que la casa estuviera reluciente por
nuestra visita. Llegamos, la coloqué en la sala, seguiríamos charlando, preparé
el whisky y allí estábamos, como dos locos, hablando de su pasado, también le
compartí que mi vida había sido como la de ella, solo, le confesé que la había
soñado un día antes, y comenzó a seducirme con su voz angelical, acariciaba mi
cuerpo, escuchaba lo fuerte que latía mi corazón, sentía el suyo, endulzaba mis
oídos con sus sonidos, nos abrazamos y terminamos en el suelo, fundidos.
Al
día siguiente ella estaba sobre de mí, lucía tan hermosa, la hice a un lado,
preparé el desayuno y otra vez estábamos riéndonos, me olvidé del trabajo,
¿quién extrañaría a un portero en un hotel olvidado por el tiempo? Platicamos
toda la mañana, me habló sobre él, un piano que había sido su compañero mucho
tiempo antes, hacían melodía y armonía juntos, fundiéndose en el aire; me negué
a aceptar esas imágenes, vaya que el primer amor aún daba vueltas en su mente,
traté de distraerla, la invité a que me dijera cómo había llegado a la tienda
de antigüedades.
Me
confesó que lo había olvidado, que ya hacía tiempo que esos recuerdos estaban
más que enterrados, recordaba al piano, y la tienda de antigüedades, y en ese
momento le dije que necesitaba un poco de aire, me negué a que me acompañara,
necesitaba pensar en otra cosa en vez de ese piano, que la había seducido con
sus tonos graves y agudos; encontré un lugar abierto donde ya ofrecían cerveza,
pasé, comencé a tomar, en mi mente estaban, otra vez, los dos, haciendo melodía
y armonía juntos, regresé a casa pasada la media noche, y allí estaba, en medio
de la sala, esperando una respuesta; sin contestarle nada me dirigí a la recámara,
me acosté.
Cuando desperté, la luz del sol se reflejaba en
la pared, nadie a mi lado, recordé a Lioret, la extrañaba, bajé a buscarla, la
encontré inmóvil, había encendido una radio, escuchaba música de piano, sigue
pensando en él… Ese día abandoné la casa, hablé con el dueño del hotel donde
trabajaba ofreciéndole disculpas por lo sucedido, y en mi casa, donde vivía
ahora Lioret, parece que a diario hay conciertos, que la cuadra goza de muchos
colores y alegrías; en cambio, con mi cara más amable, les abro la puerta a
nuestros huéspedes, sintiéndome un payaso al que acaban de asesinar su risa,
pero el espectáculo debe continuar.