La venganza por Esteban Sevastián

 


Aquí en el campo, las personas y los animales somos iguales. Nací en medio de un surco mientras mi mamá sembraba, me cortó el ombligo con un machete, me envolvió en un rebozo, me aventó a su espalda y siguió tirando granos de maíz y frijol tras mi papá. Entre los pobres el dolor se deja para luego, lo guardas pues, para sacarlo cuando nadie te ve; ni los hijos ni la esposa y a veces ni uno mismo.  Debe ser uno hombre cabal.   

    Ayer apareció Benja, bajo unos zapotes, con la cabeza partida con un machete, cuando pasa esto, uno ya sabe lo que sigue. Aquí viene un padrecito cada mes a decir: “Trátense con misericordia”, pero nadie sabe qué es eso y por estos rumbos, nadie es dado a preguntar, nos quedamos pues con lo sabido; esa palabra ha de servir en otros lugares, pero no aquí. Tampoco hay eso de la ley como en las ciudades, yo creo la misericordia y la ley es lo que aquí llamamos venganza. Por eso Marcial mató al Benja, por los amores de Olivia Mateo. Cuando Olivia aceptó ser novia de Benja a Marcial le cayó el cielo en la mollera, pero después, todo ese peso se volvió coraje y hasta reía gruñendo. En los últimos meses ya se venían haciendo de palabras y Marcial amenazó con matarlo, varias veces. En estos lugares, cuando pasa algo, nadie dice nada en voz alta; lo piensan y por mucho, se murmura. Y es muy normal que hasta el asesino vaya al velorio y hasta le deje una vela encendida en el campo santo.  

    Metía leños al fogón cuando supe, jalé el rebozo y el ánima se me adelantó al cerro sin creerlo. En el camino recé varias veces para que no fuera cierto. Cuando llegué lo miré tirado bajo el encino con la cabeza destazada y cuajos de sangre alrededor; las rodillas se me doblaron, tenía los ojos abiertos y blancos, la boca abierta y morada. Me quité el rebozo, le cubrí la cara y me quedé arrodillada apretándome el pecho. Me dolía más que cuando nació. Si un hijo muere, queda uno preñada de la muerte y somos tantas mujeres con la muerte en el vientre. Apenas ayer por la noche salió a cuidar el horno de carbón y lo esperé por la mañana con el café caliente, como siempre, pero sólo llegaron malos aires. Yo siempre te aconsejé no meterte con las hijas de Apolonio, esa tal Olivia Mateo te trajo la muerte. Esa mujer suelta y liviana. Pero si fuera por su papá quitaba a la virgen del Carmen y ponía a esa alcahueta. Pero mi Benja, mi pobre Benja se prendó. Lo supe la noche que llegó del baile y me habló de ella, le miré el nombre de esa curuca, encenderse en sus ojos, ahora blancos y ciegos. Pero a los hijos de Apolonio yo misma les voy a acortar los años, como acorto los hilos largos de la costura. Apolonio donde miraba a mi Benja le giraba el machete al aire, amenazándolo. Fue él, quién más pudo haber sido. Apolonio quería de yerno a Marcial, no a mi Benja.

    Yo también fui a verlo. Estaba tirado entre los encinos y los zapotes, apenas brincando un cerco de piedra, a lado del potrero del finado Lipito. Cuando llegué doña Cata, su mamá, lloraba tapándole la cara con el mandil rojo que traía puesto. En el brazo derecho se le veía una herida grande, un cuchillazo seguro. Yo le había dicho que no fuera con esos cuatreros, ya saben la fama de los Amezcua. Yo hablé con él apenas ayer. Iban a robarse las vacas de don Pedro Calixto allá en el llano. Él no quería ir, pero la Olivia, le había dicho: “Sin casa y algún animalito ni loca me caso”, y por eso se animó. Olivia nunca lo quiso, eso se sabía por todos, menos por Benja. Las ilusiones son pues, como las luciérnagas en las noches de agosto, prenden mejor entre las espineras y los barrancos. Y Benja se fue a eso de las diez de la noche con un lazo en la espalda y luciérnagas aluzándole el paso. Y pues aquí está el resultado, algún capataz de Pedro Calixto, lo ha de haber alcanzado.

     Yo fui luego a dejar flores a escondidas allá donde lo hallaron. La noche de velación lo lloré desde mi casa, yo nunca quise nada malo para él, no era su culpa no poder quererme. Mi mamá cuando me veía llorar por él, me decía: “Los hombres son como los pájaros, hija, ellos deciden en qué árbol hacen el nido”, y mi pajarito eligió a Olivia y no a mí. Cuando iba al agua, muchas veces lo hallé bañándose y lo reojeaba. Era alto y flaco con la cara delgada y el pelo quebrado, era también el más güerito, por eso yo sentía que olía a ocote. Y me imaginaba que el agua que corría por su cuerpo me la traía yo todita en el cántaro y ya de regreso, no me cansaba el cántaro, quien se cansa de cargar amor. Y cuando me daba harta sed sentía que lo tomaba a él. Dónde estará mi pajarito que olía a ocote y sabía a agua de presa. No sé quién lo haya matado, eso de matarse es cosa de hombres, las mujeres envejecemos llorando hijos y maridos.

     Yo acompañé a Olivia a verlo, todavía estaba tirado allá entre los huizachales. Su mamá lo había cubierto con un rebozo azul, pero los pies quedaron fuera. Yo me fijé entonces, estaba descalzo de un pie, como que lo cazaron antes de matarlo. Olivia a mi lado no decía nada. Un día antes, Olivia andaba muy enojada con Benja, le llegó el chisme que lo vieron saliendo de con La Cachis. Yo traté de hablar con ella, le dije que la Cachis era el respiradero de todos los hombres, pero no me escuchó, se enojó y dijo que a ella nadie la hacía pendeja. El pañuelo blanco que dicen encontraron tirado del otro lado de la cerca, en las tierras de don Pancho, yo se lo miré a Olivia la tarde de aquella noche cuando lo mataron. Olivia ni se acercó, lo miró de lejos y se regresó sola. Yo no la miré triste y tampoco la miré en el velorio. Es más, cuentan que la han visto muy cariñosa con Marcial.

    Yo levanté el cuerpo, estaba tirado a lado de una ruda, poquito antes de donde el camino se parte para ir a la presa de don Ramón. Aquí, si hay muerto, los familiares levantan el cuerpo. En este caso me ayudaron mis otros tres hermanos y, mis hermanas, Luisa, María, Lupe y Chayo acomodaron el petate y el rosario de Tejocote, donde íbamos a tender a mi hermano. Era mal educado con mi papá, aunque trabajador. El sueño de irse al norte lo mató. Quería hacerle una casita a mi mamá, juntar dinero y robarse a Oli, su novia. Pero nunca le alcanzó el dinero y quedó debiéndole dos veces a un coyote allá de los Ucuares. La última vez yo escuché que le dijo el Coyote: “O me pagas a la buena o a la mala”, y mira, allí quedó mi hermano, con las manos negras de carbonero. Había rastros de que lo mataron y luego lo arrastraron, había un camino de sangre y los zapatos se encontraron como a cien metros. Ni modo, alguno de nosotros debe matar a uno de los hijos del Coyote, sólo así mi hermano sabrá cuánto lo queremos y la gente nos va a respetar.  

    Los pobres nos partimos la cabeza a machetazos para matar primero los sueños. Las cosas para nosotros no se dan como uno piensa, casi nunca. El Garrote aprendió a trabajar desde muy pequeño. De chiquito le gustaba jalarle las orejas a los burros y perseguir ratas que se comían las mazorcas; era mejor que los gatos. Cuando Cata y yo recordamos las cosas alegres del Garrote, se nos alumbra por ratitos la cara triste, como un relámpago por la noche. No puedo borrarme de la cabeza a mi hijo tirado y a su mamá hincada a lado, bajo el chirimoyo. Cuando lo cargué para llevarlo, a cada paso mi cuerpo se iba convirtiendo en piedra y llegué duro y seco. El problema era conmigo, por qué Pérez se había desquitado con mi hijo. Yo le iba a pagar lo que se comieron mis animales, le pedí tiempo. Ya le había juntado más de la mitad del dinero, pero la pena de un pobre lo paga con tres centavos un rico. Pero esto no se queda así, ¡juro por Dios!, que no se va a quedar así. Vete despidiendo de tus hijos, Cabrón, Jesús Pérez.

    Se lo conté, pero antes le hice jurar que no iba a decir ni hacer nada. Cuando Amador me violó por la vereda que corta del camino grande, sentí que se llevó la punta de hilo donde dios me dio terminación y desde entonces me deshacía de a poquito todos los días. Siempre le tuve más confianza a Benja. Pero mi hermano, apenas supo, fue y golpeó a Amador hasta dejarle un ojo ciego. Y lo amenazó con violar a una de sus hermanas también. Y desde entonces, Amador siempre buscó la forma de vengarse. Yo sé que fue él, pues Amador tiene un cuaco rojizo y cuando lo encontramos, a lado de mi hermano había pisadas anchas de un caballo. Y seguro le dio el primer machetazo desde arriba del cuaco. Y luego le dio por las piernas, porque tenía heridas muy grandes. Había sangre hasta en la punta de la capitaneja donde lo encontraron.     

     Yo miré el cuerpo tirado en medio de las piedras grandes, donde creció un nopal agrio. En el camino de a lado se encontró una cola de coyote. Verdad de Dios que fue muy rara la muerte de Benja. En el velorio, cuando me acerqué, tenía las manos amarradas con un pedazo de palma bendita de domingo de ramos. Pero a su mano le faltaban dos dedos de la mano izquierda. Y pensé en Lucrecia. Benja había tenido un hijo con ella, pero nunca lo reconoció. Y ella se metió a eso de la brujería sólo para fregar al Benja. Se le veía a Lucre, por las noches, rondar la casa de Benja y tirar cenizas por los caminos donde él andaba. Y eso de que le faltan dedos es muy raro, también que lo hayan hallado con los ojos nublados.

 

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