Aquí
en el campo, las personas y los animales somos iguales. Nací en medio de un
surco mientras mi mamá sembraba, me cortó el ombligo con un machete, me
envolvió en un rebozo, me aventó a su espalda y siguió tirando granos de maíz y
frijol tras mi papá. Entre los pobres el dolor se deja para luego, lo guardas
pues, para sacarlo cuando nadie te ve; ni los hijos ni la esposa y a veces ni
uno mismo. Debe ser uno hombre cabal.
Ayer apareció Benja, bajo unos zapotes, con
la cabeza partida con un machete, cuando pasa esto, uno ya sabe lo que sigue.
Aquí viene un padrecito cada mes a decir: “Trátense con misericordia”, pero
nadie sabe qué es eso y por estos rumbos, nadie es dado a preguntar, nos
quedamos pues con lo sabido; esa palabra ha de servir en otros lugares, pero no
aquí. Tampoco hay eso de la ley como en las ciudades, yo creo la misericordia y
la ley es lo que aquí llamamos venganza. Por eso Marcial mató al Benja, por los
amores de Olivia Mateo. Cuando Olivia aceptó ser novia de Benja a Marcial le cayó
el cielo en la mollera, pero después, todo ese peso se volvió coraje y hasta
reía gruñendo. En los últimos meses ya se venían haciendo de palabras y Marcial
amenazó con matarlo, varias veces. En estos lugares, cuando pasa algo, nadie
dice nada en voz alta; lo piensan y por mucho, se murmura. Y es muy normal que
hasta el asesino vaya al velorio y hasta le deje una vela encendida en el campo
santo.
Metía
leños al fogón cuando supe, jalé el rebozo y el ánima se me adelantó al cerro
sin creerlo. En el camino recé varias veces para que no fuera cierto. Cuando
llegué lo miré tirado bajo el encino con la cabeza destazada y cuajos de sangre
alrededor; las rodillas se me doblaron, tenía los ojos abiertos y blancos, la
boca abierta y morada. Me quité el rebozo, le cubrí la cara y me quedé
arrodillada apretándome el pecho. Me dolía más que cuando nació. Si un hijo
muere, queda uno preñada de la muerte y somos tantas mujeres con la muerte en
el vientre. Apenas ayer por la noche salió a cuidar el horno de carbón y lo
esperé por la mañana con el café caliente, como siempre, pero sólo llegaron
malos aires. Yo siempre te aconsejé no meterte con las hijas de Apolonio, esa
tal Olivia Mateo te trajo la muerte. Esa mujer suelta y liviana. Pero si fuera
por su papá quitaba a la virgen del Carmen y ponía a esa alcahueta. Pero mi
Benja, mi pobre Benja se prendó. Lo supe la noche que llegó del baile y me
habló de ella, le miré el nombre de esa curuca, encenderse en sus ojos, ahora
blancos y ciegos. Pero a los hijos de Apolonio yo misma les voy a acortar los
años, como acorto los hilos largos de la costura. Apolonio donde miraba a mi
Benja le giraba el machete al aire, amenazándolo. Fue él, quién más pudo haber
sido. Apolonio quería de yerno a Marcial, no a mi Benja.
Yo también fui a verlo. Estaba tirado entre
los encinos y los zapotes, apenas brincando un cerco de piedra, a lado del
potrero del finado Lipito. Cuando llegué doña Cata, su mamá, lloraba tapándole
la cara con el mandil rojo que traía puesto. En el brazo derecho se le veía una
herida grande, un cuchillazo seguro. Yo le había dicho que no fuera con esos
cuatreros, ya saben la fama de los Amezcua. Yo hablé con él apenas ayer. Iban a
robarse las vacas de don Pedro Calixto allá en el llano. Él no quería ir, pero
la Olivia, le había dicho: “Sin casa y algún animalito ni loca me caso”, y por
eso se animó. Olivia nunca lo quiso, eso se sabía por todos, menos por Benja.
Las ilusiones son pues, como las luciérnagas en las noches de agosto, prenden
mejor entre las espineras y los barrancos. Y Benja se fue a eso de las diez de
la noche con un lazo en la espalda y luciérnagas aluzándole el paso. Y pues
aquí está el resultado, algún capataz de Pedro Calixto, lo ha de haber
alcanzado.
Yo fui luego a dejar flores a escondidas
allá donde lo hallaron. La noche de velación lo lloré desde mi casa, yo nunca
quise nada malo para él, no era su culpa no poder quererme. Mi mamá cuando me
veía llorar por él, me decía: “Los hombres son como los pájaros, hija, ellos
deciden en qué árbol hacen el nido”, y mi pajarito eligió a Olivia y no a mí. Cuando
iba al agua, muchas veces lo hallé bañándose y lo reojeaba. Era alto y flaco
con la cara delgada y el pelo quebrado, era también el más güerito, por eso yo sentía
que olía a ocote. Y me imaginaba que el agua que corría por su cuerpo me la
traía yo todita en el cántaro y ya de regreso, no me cansaba el cántaro, quien
se cansa de cargar amor. Y cuando me daba harta sed sentía que lo tomaba a él.
Dónde estará mi pajarito que olía a ocote y sabía a agua de presa. No sé quién
lo haya matado, eso de matarse es cosa de hombres, las mujeres envejecemos
llorando hijos y maridos.
Yo acompañé a Olivia a verlo, todavía
estaba tirado allá entre los huizachales. Su mamá lo había cubierto con un
rebozo azul, pero los pies quedaron fuera. Yo me fijé entonces, estaba descalzo
de un pie, como que lo cazaron antes de matarlo. Olivia a mi lado no decía
nada. Un día antes, Olivia andaba muy enojada con Benja, le llegó el chisme que
lo vieron saliendo de con La Cachis. Yo traté de hablar con ella, le dije que
la Cachis era el respiradero de todos los hombres, pero no me escuchó, se enojó
y dijo que a ella nadie la hacía pendeja. El pañuelo blanco que dicen encontraron
tirado del otro lado de la cerca, en las tierras de don Pancho, yo se lo miré a
Olivia la tarde de aquella noche cuando lo mataron. Olivia ni se acercó, lo
miró de lejos y se regresó sola. Yo no la miré triste y tampoco la miré en el
velorio. Es más, cuentan que la han visto muy cariñosa con Marcial.
Yo levanté el cuerpo, estaba tirado a lado
de una ruda, poquito antes de donde el camino se parte para ir a la presa de don
Ramón. Aquí, si hay muerto, los familiares levantan el cuerpo. En este caso me
ayudaron mis otros tres hermanos y, mis hermanas, Luisa, María, Lupe y Chayo
acomodaron el petate y el rosario de Tejocote, donde íbamos a tender a mi hermano.
Era mal educado con mi papá, aunque trabajador. El sueño de irse al norte lo
mató. Quería hacerle una casita a mi mamá, juntar dinero y robarse a Oli, su
novia. Pero nunca le alcanzó el dinero y quedó debiéndole dos veces a un coyote
allá de los Ucuares. La última vez yo escuché que le dijo el Coyote: “O me
pagas a la buena o a la mala”, y mira, allí quedó mi hermano, con las manos
negras de carbonero. Había rastros de que lo mataron y luego lo arrastraron,
había un camino de sangre y los zapatos se encontraron como a cien metros. Ni
modo, alguno de nosotros debe matar a uno de los hijos del Coyote, sólo así mi
hermano sabrá cuánto lo queremos y la gente nos va a respetar.
Los pobres nos partimos la cabeza a
machetazos para matar primero los sueños. Las cosas para nosotros no se dan
como uno piensa, casi nunca. El Garrote aprendió a trabajar desde muy pequeño.
De chiquito le gustaba jalarle las orejas a los burros y perseguir ratas que se
comían las mazorcas; era mejor que los gatos. Cuando Cata y yo recordamos las
cosas alegres del Garrote, se nos alumbra por ratitos la cara triste, como un
relámpago por la noche. No puedo borrarme de la cabeza a mi hijo tirado y a su
mamá hincada a lado, bajo el chirimoyo. Cuando lo cargué para llevarlo, a cada
paso mi cuerpo se iba convirtiendo en piedra y llegué duro y seco. El problema
era conmigo, por qué Pérez se había desquitado con mi hijo. Yo le iba a pagar
lo que se comieron mis animales, le pedí tiempo. Ya le había juntado más de la
mitad del dinero, pero la pena de un pobre lo paga con tres centavos un rico.
Pero esto no se queda así, ¡juro por Dios!, que no se va a quedar así. Vete
despidiendo de tus hijos, Cabrón, Jesús Pérez.
Se lo conté, pero antes le hice jurar que
no iba a decir ni hacer nada. Cuando Amador me violó por la vereda que corta
del camino grande, sentí que se llevó la punta de hilo donde dios me dio
terminación y desde entonces me deshacía de a poquito todos los días. Siempre le
tuve más confianza a Benja. Pero mi hermano, apenas supo, fue y golpeó a Amador
hasta dejarle un ojo ciego. Y lo amenazó con violar a una de sus hermanas
también. Y desde entonces, Amador siempre buscó la forma de vengarse. Yo sé que
fue él, pues Amador tiene un cuaco rojizo y cuando lo encontramos, a lado de mi
hermano había pisadas anchas de un caballo. Y seguro le dio el primer machetazo
desde arriba del cuaco. Y luego le dio por las piernas, porque tenía heridas
muy grandes. Había sangre hasta en la punta de la capitaneja donde lo
encontraron.
Yo miré el cuerpo tirado en medio de las
piedras grandes, donde creció un nopal agrio. En el camino de a lado se
encontró una cola de coyote. Verdad de Dios que fue muy rara la muerte de
Benja. En el velorio, cuando me acerqué, tenía las manos amarradas con un
pedazo de palma bendita de domingo de ramos. Pero a su mano le faltaban dos
dedos de la mano izquierda. Y pensé en Lucrecia. Benja había tenido un hijo con
ella, pero nunca lo reconoció. Y ella se metió a eso de la brujería sólo para
fregar al Benja. Se le veía a Lucre, por las noches, rondar la casa de Benja y
tirar cenizas por los caminos donde él andaba. Y eso de que le faltan dedos es
muy raro, también que lo hayan hallado con los ojos nublados.