La tía Chonita es de esas
personas con las que no quieres toparte, todo el día tiene quejas y chismes que
a los demás no nos importan. Te chinga y chinga con la misma canción sobre el
mismo tema que da vueltas mientras habla, hasta que se cansa. Una vez que
comienza, ten por seguro que estarás dos horas escuchándola cacarear.
Hace tres años, la tía Chonita se rompió
la nariz, mi madre se ofreció a cuidar a mi tía, sólo porque era su hermana “Y
quién más que la familia está para ayudar”. Recuerdo, fueron los peores días de
mi vida, mi madre llegaba de mal humor a casa, gracias a la mala vibra de mi
tía Chonita. Ni siquiera porque no podía respirar dejaba de hablar, al
contrario, parecía que los doctores le habían jalado una cuerda, encendiendo su
modo “mega-quejas”. Desde entonces, mi familia siempre rodea la casa de la tía
Chonita para ir al mercado. Los demás familiares también lo hacen.
La Navidad estaba por llegar, la familia
completa se reunió para decidir: “Cómo hacer que la tía Chonita no se entere
que haremos una fiesta sin ella”.
—La única forma de que la tía Chonita no se
entere, es que hagamos la fiesta en otra parte, fuera del pueblo —dijo mi primo
Alberto.
—Eso que ni qué… pero, ¿cómo le vamos a
hacer con el transporte de los que no tenemos carro? —objetó mamá.
—Podemos rentar una “Van”, — respondió el
tío Luis.
—Están muy caras, en lugar de pagar
prefiero escuchar a la tía Chonita, —dijo el tío Ricardo.
—Bien, entonces, tú te quedas con la tía Chonita, haces una fiesta con
ella y nosotros hacemos la nuestra aquí en casa, mientras tú la entretienes, —dijo
papá.
—Eso no es justo, si es así, hagamos un
sorteo.
Tomaron papelitos y pusieron el primer
apellido de cada familia. Nosotros siempre hemos tenido mala suerte, así que
era de esperarse nuestra victoria en el sorteo.
—Un sorteo es un sorteo, —nos resignamos.
A la semana siguiente, estábamos frente a
la puerta de la tía Chonita para ofrecerle pasar juntos la navidad. Nos mirábamos entre los tres esperando que un
ángel llegara del cielo y nos dijera: “Han pasado la prueba de nuestro padre
celestial y no tienen por qué sacrificarse”, pero eso no pasaría.
—Toca tú.
—¿Y yo por qué si es tu hermana?
—Pero es tu tía, ándale, tócale.
Tomé una bocanada de aire y con valentía
toqué la puerta una vez, dos veces, tres veces… y nada.
—Parece que no está.
—Bueno, el intento se hizo. Podemos decir que venimos a avisarle, no
estaba y por eso, no la invitamos a la fiesta de navidad.
Regresamos a casa felices. Dos días después
pasábamos la Navidad en familia, claro, sin la tía Chonita. A la semana
siguiente llegó año nuevo, y la Chona, sin aparecer.
Parecía un regalo del cielo, sin embargo, después de llegar el día de la
Candelaria, sin ella, ya fue extraño no verla durante todos esos meses, era
hora de llamar a la policía.
—¿Cuándo fue la última vez que la vieron? —preguntó el gendarme.
—Desde noviembre.
— Ya estamos a febrero, ¿por qué hasta hoy se dieron cuenta de su
ausencia?
—Verá, ya nos habíamos percatado desde antes, a nosotros nos parecía
bien no estarla escuchando. Usted sabe, es de esos familiares que todo el día
hablan y hablan de lo mismo.
—Si, los entiendo, en mi familia también tenemos una tía así.
Pasaron meses, y aún sin saber nada de la tía Chonita. La conciencia
comenzaba a quemarnos. ¿Cómo
pudimos ser tan malos con ella? Ahora quién sabe dónde estará, si estará
pasando frío, calor, si la habrán matado, ¡Dios no lo quiera!, ¿estará
deambulando como un mendigo en la calle?, ¡ay no!, ¡qué vergüenza! Por más mala
vibra que fuera, no se merecía algo tan terrible.
Después de un año de la desaparición de la tía Chonita, estábamos
reunidos para la cena de Navidad. Partíamos el pavo relleno, cuando la puerta
sonó.
—¿Porqué nadie me invitó a la fiesta de Navidad? —Se escuchó desde fuera
la tía Chonita.
Todos corrimos a abrazarla, la vimos con un hombre a su lado.
—Les presento a mi esposo Juliard, estuvimos viajando por el mundo
durante este año, lamento no haberlos invitado a ustedes a mi boda, fue en
Italia, y como ustedes no tienen dinero para ir allá, pues ni les dije.
Nos quedamos petrificados en la puerta, quién iba a pensar que al final,
la tía Chonita se casaría, cuando ella era una solterona a sus 50 años. Es más,
quién iba a pensar que no nos invitaría a su boda, eso es cruel, más, que no
haberla invitado a la navidad pasada. Navidades pasan cada año, pero su boda,
fue única, y no fuimos invitados, pero bueno, el karma llegó a nosotros, lo
merecíamos.
De todas maneras, nos dio gusto verla. Por
primera vez, la escuchamos cacarear toda la noche de Navidad, sin cansarnos.
Compartimos y cenamos juntos, cantamos villancicos y nos divertimos. Al
siguiente día, todo volvió a la normalidad. De nuevo, todos rodeábamos la casa
de la tía Chonita, para ir al mercado.