“Los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de
nosotros y, a veces, ellos ganan.”
Stephen King
Siempre se ha creído que la mujer
tiene la capacidad de manipular al hombre a su antojo y lo cierto es que, la
mayoría de las veces, es al revés, la mujer nunca ha tenido el control.
Mi tía Elizabeth normalmente
repetía un dicho superficial, más terriblemente verdadero “En este mundo la
belleza atrae a la riqueza, y esta trae consigo el poder”.
La mitad de la población dice ser
imparcial ante este frívolo aspecto, pero todos sabemos que en mujeres la
bonita siempre obtiene el empleo. En cuanto a que la belleza atrae la riqueza, por
lo general se cumple el enunciado, pues todos, o al menos la mayoría, deciden
votar por el guapo, dándole a una persona casi siempre sin integridad una
fuente de poder ilimitado del que luego no se le puede revocar. Verdadero o
falso, no hay nadie lo suficientemente justo para aclararnos la cuestión.
Así que no tiene gran relevancia,
en este entorno fuimos educados, desde chicos la niña güerita siempre era la abanderada.
En la universidad, la estudiante de 10, diario era la que lograba atrapar con
sus curvas al maestro. En el trabajo, la que ascendía de puesto mucho más
rápido, era la que le hacía favorcitos en la oficina al jefe.
Siempre ha sido y será así, porque
sin un buen cuerpo y sin un buen rostro para el hombre, la mujer pierde
significancia. No todos son así de crueles, pero en casi todos los casos, las
decisiones son tomadas de esta lamentable manera.
Mi tía fue la primera en mostrarme
aquella cruda realidad, esa mujer siempre estaba de amargada y poseía un muy
mal carácter, aun así había sido muy querida por su físico. Según ella, el
atractivo no era todo sino lo único que hacía distinguirse a una mujer de otra.
Jamás podré olvidar sus malos
tratos y sus críticas hacia mi persona por mi mala postura y resequedad de la
piel. Simplemente, aquella irritable tía se creía inalcanzable. Y el día en el
que por fin parecía haberme librado de ella, algo retuvo a su espíritu conmigo.
Era el año de 1999 la primera vez
que se me apareció después de su supuesta muerte. Yo acababa de estar en su
funeral, dándoles el pésame a mis otros tíos cuando ella, de repente, en medio
de la oscuridad que cobijaba a la luna a plena noche, se metió en mi cabeza. Al
principio parecían sueños, pero luego pude comprender que más bien era la tía
Beth quien venía a visitarme. La prolongada visita de la primera vez, luego de
un tiempo se convirtió en una rutina.
Todos los días era lo mismo, justo
a las 3:33 de la mañana, ella me despertaba y albergaba por un par de minutos mi
cuerpo, esto ocurría una vez al día durante el primer año; mas, fue luego del
segundo, que mí no muy gentil huésped demoró su estadía. Intenté todo para
dejarla atrás, pero jamás pude librarme de ella.
Su espíritu estaba aferrado al mío,
la situación en la que nos encontrábamos era confusa y yo no lograba entender
por qué me había tomado a mí, yo nunca había sido lo suficiente para merecer su
compañía en vida, por qué habría de merecerla luego de su muerte.
No sabía cuál de las dos no dejaba
ir a la otra, acaso era yo la que la mantenía aquí por el odio y el desprecio
que le tenía. O era su necedad la que la retenía, tratando de controlarme cómo
lo quiso y no pudo en los tiempos pasados. Quizás era el remordimiento que nos perseguía a ambas.
Las cosas con mi tía nunca fueron
fáciles, pero al menos yo esperaba poder remediarlas, el conflicto por el que
no completé mi anhelo fue que todo se complicó después del accidente
automovilístico en el que su único hijo falleció.
Posiblemente, Beth no tenía una gran
relación con él por sus problemas con el alcohol; sin embargo, su muerte la
destrozó y la volvió una fantasma aún estando viva. Incluso su tristeza llegó a
denotarse en su aspecto físico: dejó de pintarse el cabello y de maquillarse.
No tuve la oportunidad de
despedirme de ella cuando aún vivía, porque su mente siempre parecía estar
nublada. Luego de la tragedia de su hijo, a ella se le podía encontrar a diario
sentada en el viejo sillón de teflón blanco, frente a la ventana, mirando al
horizonte, perdida en algún punto entre el manzano y el naranjo.
En sus enormes ojos grises se
podían notar sus sentimientos de culpa y su único anhelo en el que albergaba su
esperanza, era que en un futuro próximo se diera su final para así poder
reunirse con Jack, su único hijo.
Tal vez hoy, por eso está aquí
porque ella también quería despedirse de mí para dejar atrás la culpa, que
siempre parece regresar para cobrar venganza. Quizá esa es la atadura que la
mantiene por aquí.