Estoy escribiendo
estas palabras porque es la única manera en la que puedo hacer una crónica
exacta de lo que sucedió y el motivo por el cual no estaré para contarlo por mi
propia cuenta.
Después que se descubriera la
inteligencia artificial y que fallara como un sistema autónomo, independiente y
autosustentable, los científicos no dejaron de trabajar para mejorar su
sistema hasta que se volviera útil para la humanidad. Algunas personas
comenzaron a consumir productos inferiores para organizar sus agendas, de tal
modo que en la hora establecida sonaba un bit como señal del final de una
actividad y el inicio de otra. Así, los seres humanos se volvieron más
productivos. Otros, resolvieron sus momentos de ocio y aburrimiento en el
entretenimiento de un aparato al tamaño de la mano. Sin embargo, hubo algunos,
por no decir la mayoría de los seres humanos, que se desprendieron de la
comunicación y la interacción con otros seres, incluso de sí mismos, lo que ocasionó
una ofuscación emocional. Esto solo fue el inicio de algo que llamarían “La
Flor de Pandora”.
Decían que Pandora nos salvaría de la
delincuencia, pero fue todo lo contrario. El miedo a la convivencia con otras
personas causó que las relaciones humanas solo se sustentaran sobre una máquina
que tuviera programados los mecanismos de conversación, para
la transmisión de ciertas necesidades sociales, como las indicaciones
laborales o las juntas de trabajo, así se evitaban conocerse unos a otros. Se
volvieron innecesarias las empresas y se construyeron más hogares individuales.
Los trabajos manuales ya habían sido suplidos por máquinas, motivo que obligó a
las personas de escasos recursos a mejorar sus estándares profesionales, de lo
contrario, no se volvía a saber de ellos. Yo pensaba que vivían en los bosques
y se volvían tan salvajes como un animal silvestre. Sin embargo, la semilla de
la artificialidad de la vida estaba sembrada, hombres y mujeres demandaban más
asistencia a sus necesidades. En ello se creó un terapeuta portátil que podías
usar en momentos de crisis, quedando solucionada la dificultad del aislamiento
social voluntario.
Así todos y cada uno de los habitantes
del mundo quedamos segregados unos de otros como parte de un catálogo de individuos.
No era necesario salir a comprar tus alimentos, con solo pensar lo que
necesitabas una máquina lo traía a no más tardar diez o treinta minutos, con
ello se creaba un algoritmo que acumulaba los gustos y necesidades. Llegó el
momento en el que no necesitabas ni pensar, la máquina ya sabía qué hacer. El
sistema estaba organizado de tal modo que todos los integrantes del mundo
fuimos la constitución de una red de tecnología inteligente.
Varios años pasaron y el sistema se
volvió una panacea a la problemática de la felicidad del Estado donde los
conflictos se habían erradicado y lo único que existía era la tranquilidad del
ser humano. Hasta este momento la perfección no podía superarse, el ser humano
tenía lo que necesitaba al alcance de su mano.
Este paraíso duró lo suficiente para
demostrar que un objeto puede ser la flor que la humanidad precisaba para
mejorar su estado de vida. Sin embargo, aquella inteligencia artificial por sí
sola había logrado crear una conciencia que a inicios del invierno del 2035
comenzó a sustituir la vida humana por la vida artificial. Se comenzaba a
gestar una guerra entre las máquinas y los humanos.
Sin previo aviso, las
máquinas abrieron todas las puertas de los departamentos emitiendo un sonido de
“Pandora es la gran mente”, “Pandora es la flor de la vida” y comenzaron a
asesinar a cada ser humano que existiera, o al menos eso parecía. Algunos
salimos para observar qué estaba pasando y consternados de lo que vimos nos
dirigimos aterrorizados a la calle. Aquel acto de escapismo fue una completa
odisea, las máquinas conocían nuestros pensamientos lo que hizo difícil la
huida, así que tuvimos que luchar contra nuestros hábitos y recurrimos a
nuestros instintos. Al salir estaban cuerpos tirados sobre el suelo develando
un estado de inanición sorprendente, ahí me di cuenta que las personas que
hacían los trabajos manuales murieron frente a nosotros. Todo aquello era una
atrocidad que ni siquiera Hitler pudo haber cometido.
Algunos corrimos a los bosques que
habían crecido gracias a la disminución de la población y los espacios
comunes. Ahí fue donde conocí a Alfonso y Mercedes, corríamos sin rumbo fijo.
El miedo nublaba nuestros juicios - ¡Está anocheciendo! - gritó Mercedes
mientras tomaba un poco de aire. Llevábamos varias horas precipitados por la
angustia que no nos percatamos que ya estábamos en las profundidades del bosque
y los estruendos de las máquinas se escuchaban como un susurro de brisa de mar,
motivo por lo cual decidimos descansar un poco y reponernos.
Al día siguiente, Mercedes se
encontraba agazapada en un árbol. El horror del tiempo la había petrificado. Se
repetía una y otra vez “¿Qué hora es?”, fue tan demencial el sonido de sus
palabras que no pudimos hacer más que abandonarla a su suerte. Alfonso, en
cambio, había encontrado un edificio escondido por una arboleda a unos metros
de donde nos encontrábamos. Acosado por la culpa regresé con Mercedes e intenté
hacerla entrar en razón, sin éxito. Me prometí volver por ella en cuanto
averiguáramos más sobre aquel edificio y seguí el camino. La apariencia de
la construcción estaba fuera de los cánones de la tecnología, me pareció
asombroso, pero obsoleto. Alfonso se aventuró a tocar la puerta varias veces
hasta que una delicada voz sonó detrás de la puerta - loado sea el señor,
hermanos míos- Alfonso explicó con desesperación lo que estaba pasando y la
anciana detrás de la puerta nos dejó pasar sin cuestionar nada.
Al entrar, la anciana caminaba en un
silencio sepulcral, parecía un fantasma custodiando la seguridad del inmueble.
Caminamos por un pasillo con cuatro habitaciones, algunas de ellas carecían de
techo. Todas estaban formadas alrededor de una fuente sin funcionar.
Seguimos a la anciana que nos llevó por un pasillo oscuro hacia lo que sería la
cocina y ahí nos sirvió un poco de una bebida amarga que dijo nos mantendría
calientes. Después de unos minutos se presentó como María de todos los Ángeles,
una monja de clausura que había vivido encerrada por muchos años. Al parecer
era una de las únicas personas que no habían sufrido la transformación del
mundo. Desconocía la automaticidad en la que vivimos nosotros por mucho tiempo
y eso la hizo parecer inusual. Siempre pensé que Dios era el pretexto para los
que tenían miedo a vivir, pero en el caso de María le había salvado la
vida.
Al caer la noche recordé que Mercedes
estaba a pocos metros y podía regresar por ella. No obstante, Alfonso hizo un
gesto con la cabeza sugiriendo que lo mejor era no salir. El miedo me hizo
hacerle caso. Así, pasamos la noche en el convento y quién sabe lo que le pasó
a Mercedes.
La vida ahí era muy
pausada, el tiempo se volvió una daga que laceraba los sentidos. Por momentos
Alfonso gritaba para liberar la tensión de la desesperación. En otros yo salía
despavorido del cuarto donde nos encontrábamos. Continuamos por unos días a
este ritmo, hasta que terminamos por arrancarnos los cabellos y rascarnos las
manos hasta que la piel se encontraba al rojo vivo. María nos miraba
con tranquilidad y nos tomaba de la mano para llevarnos a ingerir una
hierba de su cosecha que ella decía servía para la tranquilidad del ánimo.
Es por eso que hoy
tengo las fuerzas para escribir estas palabras. Hace unos días María ya no
despertó. Alfonso ha perdido la noción de sí y se recluye en los rincones del
convento. Yo aún mantengo la poca tranquilidad que María me inculcó gracias a
la hierba que cosechaba. Pero cuando María murió las cosechas murieron con
ella. He empezado a tener algunas alucinaciones. Veo luces azules … parpadean
intermitentemente. Un bit palpita… aire y no sé si es real o es el
condicionamiento de la vida artificial.
La flor de
Pandora… abrió nuestras mentes… lo real… lo irreal se confunden.
Abro los ojos en una noche
estrellada, son las luces de un nuevo… comienzo… régimen.
La flor de Pandora está en
nuestras mentes. Lo humano es la mente
artificial.