La banca por Berenice Clifton

  


Eran las seis y veinte de la tarde, cuando se escuchó la suave voz de una señorita:

─¡Hola¡

─Hola ─respondió automáticamente el joven sentando en la banca, sin levantar la cabeza de su celular.

Carlos estaba nervioso por su primera cita, después de tres meses por fin había invitado a Adriana a salir. Habían quedado de verse a la seis en el parque, acababa de recibir un Whatsapp de Adriana que decía que iba caminando al punto de reunión.

Mientras él respondía, escuchó cómo las pisadas hacían crujir las hojas secas al rodear la banca, sintió un par de manos sobre sus hombros y la suave voz le susurró:

─Deberías levantar la mirada cuando alguien te habla.

Carlos levantó rápidamente la cabeza y miró hacia los lados, se giró para ver detrás de él, pero no había nadie, le atribuyó el susto a sus nervios. Sintió el teléfono vibrar y vio que Adriana le respondió que había llegado, al momento mismo sintió un zape, se levantó tan rápido como una señora cuando empieza a llover y tiene ropa tendida.

─Hasta que te levantas ─dijo la suave voz.

Carlos vio a Adriana acercarse frente a él, pero siguió mirando a los lados para encontrar a la dueña de las últimas palabras que escuchó.

─¿Está todo bien? ─preguntó Adriana al notar los extraños movimientos de la cabeza de Carlos.

─Sí, Adriana, solo oí el zumbido de una abeja y la estaba buscando.

─Ok ─respondió extrañada ella.

─¡Una abeja! ─dijo la voz.

─Perdón, ¿dijiste algo? ─preguntó un poco confundida Adriana.

─No, para nada. Mejor vamos a sentarnos ─respondió tímidamente Carlos.

Carlos se sentó dejando su mano derecha sobre la banca y después de un minuto de un silencio incómodo decidió preguntarle algo a Adriana.

─¿Ya hiciste la tarea ─enmudeció durante un microsegundo al sentir una mano sobre la suya ─la tarea de historia?

─Sií ─titubeó Adriana.

─Jajaja ─ se escuchó una carcajada atrás de ellos.

Ninguno de los dos se atrevió a decir algo más, pero Carlos escuchó un susurro en su oído izquierdo.

─Hubieras visto tu cara cuando creíste que te había tomado la mano, y la de ella se puso roja cuando la toqué, jajaja.

Carlos estaba desesperándose ante la situación, pero no quería parecer un loco al gritarle al viento. En ese momento el señor de los helados pasó y Carlos encontró una oportunidad para ponerle fin a aquella vocecita.

─¿Adriana, quieres un helado? ─preguntó Carlos.

─Claro.

Carlos sacó su cartera del pantalón y le dio cien pesos a Adriana.

─Me traes un cono sencillo de fresa.

─Claro ─respondió Adriana mientras se alejaba.

─Ya déjame en paz, es mi primera cita y la estás arruinando ─murmuró Carlos.

─Jajaja, ¿yo? tú eres el que la está arruinando por ser tan descortés todo el tiempo ─gruñó la voz.

Carlos vio a Adriana pedir el helado mientras escribía en su celular. Al regresar la joven con solo un cono de fresa, le confesó:

─Sabes, esto es muy extraño, mejor nos vemos el lunes en la escuela, mi mamá ya me está esperando ─y se fue rápidamente.

El chico se quedó sin poderle dar ninguna respuesta para detenerla y solo observó cómo se iba la chica a la que había tardado tres meses en invitar a salir después de estar con él solo quince minutos.

─Sabes, estoy muy enojada, deberías de irte, primero llegas a mi banca y me ignoras, ni siquiera me preguntaste mi nombre ─dijo molesta aquella suave voz ─. Y no vuelvas nunca.

Nuevamente Carlos se quedó sin palabras, solo sintió una fuerza invisible tirarle el cono de la mano. Con paso lento se alejó el joven de aquella banca, más confundido que nunca, preguntándose si salir con mujeres siempre eran tan complicado y sin entender como dos chicas lo habían rechazado en su primera cita, además de dejar un cono de helado de fresa en el piso.



 

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