Mes de la Patria, huele a pozole, rico pozole rojo que
preparaba mi madre, acompañado de tostadas de pata y de cueritos, lechuga orejona
bien picada, rábanos en forma de flor y chile tatemado en molcajete, para tomar,
tepache, y de postre jericallas; todo para la noche del Grito de Independencia.
Cuando estuve en secundaria, solía escuchar en los
altavoces del patio central La Marcha de
Zacatecas, con lo que daba por terminado el recreo. Los honores a la
bandera eran los lunes, aunque lloviera. Y la escolta de mi escuela no sólo era
la mejor de la región sino una de las mejores del país, había ganado el tercer lugar
del concurso de escoltas a nivel nacional.
Recuerdo bien aquel año en que estudié el tercer
grado, la maestra de Civismo nos comentó que con motivo de la festividad del 16
de Septiembre, debíamos dramatizar las biografías de los héroes que nos dieron
Patria y Libertad. La profesora se acercó a mí y me dijo: como tú eres mujer, te
corresponde una protagonista, y me entregó un papelito que decía con letras
rojas, Leona Vicario.
Al salir de la escuela fui a la papelería más cercana
de mi casa para conseguir estampitas donde en una cara aparecía la foto del
personaje y, al reverso, venía descrito una breve biografía. El encargado de la
tienda tardó en encontrar a Leona Vicario y cuando por fin me dio la estampita,
di un gran suspiro. Al terminar de leer la pequeña semblanza me percaté de que,
en pocas palabras, decía que Leona Vicario había sido heroína nacional, fundadora
de México y esposa de Andrés Quintana Roo. Me dije: ¡Maldita sea! Eso es todo.
No puede ser. ¿Acaso no hay más de lo que ella hizo por la Nación? Ser esposa de
ese tal Quintana Roo no me dice nada.
Los días siguientes me apresuré a visitar algunas bibliotecas,
conocía un par: la Biblioteca Central que estaba por el Santuario y, la del
estado que se localizaba frente al parque Agua Azul. Luego de algunas visitas pude
reunir lo que consideraba necesario para dramatizar, como era debido, a esa
señora que parecía una desconocida.
Llegó el día y la hora de la clase, uno a uno, mis
compañeros fueron presentado a cada uno de sus personajes ilustres, primero tocó
el turno a Hidalgo, el más grande, el también llamado Ángel de la
Independencia, después Morelos, Allende, Aldama, Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero,
López Rayón… Vaya, todos varones, hasta que escuché su nombre: Leona Vicario, era
el momento, mi oportunidad. Pasé al frente, miré a mis compañeros como se mira
al batallón antes de empuñar las armas, esperé a que guardasen silencio, y entonces,
sólo entonces, dije:
Me conocen como Leona
Vicario, Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria, esposa de Andrés Quintana
Roo, pero… no es suficiente. Y con el puño golpeé con fuerza el escritorio de
la maestra y alzando la voz continué:
Yo soy María de
la Soledad, hija única de Gaspar Martín Vicario, comerciante español
proveniente de Castilla la Vieja, y de Camila
Fernández de San Salvador, descendiente directa de Ixtlixochitl II, último
tlatoani de Texcoco. Soy yo
María de la Soledad Leona,
integrante de la sociedad secreta de Los Guadalupes, gracias al acceso privilegiado
que tuve al pertenecer a la sociedad virreinal, me convertí en la informante de
la insurgencia. Yo, María de la Soledad
Leona Camila, di cobijo a fugitivos, colaboré con los rebeldes y financié
la fabricación de armas y cañones con la venta de mis bienes. Yo soy María de la Soledad
Leona Camila Vicario, criticada y perseguida por mis actividades de espionaje
y periodísticas, fui detenida, juzgada y declarada culpable de insurrección y
rebeldía, condenada a prisión y a la incautación de mis pertenencias, pero nunca
delaté a mis colegas. Soy yo María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández, prófuga,
tras constantes huidas, di luz a mi primera hija en una cueva en Tierra
Caliente, estuve casada con el magistrado Andrés Quintana Roo, con quien siempre
apoyé la causa insurgente y las ideas de libertad y justicia. Yo, María de la Soledad Leona Camila Vicario
Fernández de San Salvador, administradora de la correspondencia de Morelos,
escribí en el Ilustrador Americano,
el Semanario Patriótico Americano y El Federalista, publiqué varios poemas,
entre ellos el que se titula “Libertad y tiranía”, nunca dejé de opinar, tanto
en las páginas de periódicos como en las tertulias políticas y literarias que fomenté
y a las que asistí con otros miembros de la sociedad liberal.
Al
terminar, mis compañeros se pusieron de pie y me aplaudieron, la maestra tras dar
algunos carraspeos dijo que había estado muy bien mi presentación aunque era,
por mucho, más extensa que la de mi compañero que presentó a Hidalgo.
Hoy en día las escuelas ya casi no celebran honores a
la bandera. Los altavoces de los patios centrales de las secundarias han pasado
a ser un canal de anuncios. ¿Y el pozole? Ese humeante y sabroso pozole para la
cena del Grito, ya no es el mismo sin la receta secreta de mi madre.