El viaje Por Daniel Guevara Pineda






Comencé a ordenar mi recámara, hacía tiempo que estaba lejos de ella; había terminado la preparatoria y decidí ir en busca de aventuras al otro lado del mundo, primero pensé en algunos meses, que terminaron por convertirse en años hasta el día de hoy.

Había pensado recorrer parte de Europa y después parte de Asia, y todo fue al revés, inicié en Thailandia para seguir con Europa y darme cuenta que todos los lugares eran históricos, muchas referencias a guerras, un día podía estar en Italia en la avenida principal, por donde los aliados habían trazado su rumbo a Alemania, al siguiente día en España en donde había estallado la guerra Civil; además de esto, estaba el arte, arte por donde fuera, edificios, museos un sinnúmero, conocí los más famosos por su historia más que por su estructura, historias de compositores que habían presentado por primera vez sus obras, la gente había llorado, aplaudido o incluso abucheado por falta de comprensión de esas obras que al día de hoy ya son clásicas.

Encendí la radio, se conservaba en la misma estación, pensé: la misma música que hace años, y yo, tan diferente.

Tenía pensado cuidar a mi mamá, por ella estaba aquí, de vez en vez marcaba a la casa para saber cómo se encontraban y la última vez las noticias fueron alarmantes, mi mamá había tenido un paro respiratorio, mi papá, con su voz temblorosa y sollozando, me dijo lo que pudo como pudo, y entendí que era tiempo de regresar, pero estaba aún hospedado en Viena, quería conocer más lugares.

El tiempo que estaba en una ciudad algunos meses me servía para conocer la cultura, trabajar, ahorrar y después continuar con el viaje; de vez en cuando sacaba mi libreta para hacer algunas anotaciones, era todo.

Sonaba la 5ta. Sinfonía de Beethoven, primer movimiento, me tomó de sorpresa; desde donde me encontraba, cerré mis ojos y disfruté esa explosión de pasión que caracteriza la sinfonía, pocos sabían la historia detrás de esa obertura, pocos sabían que iniciaba en la 3era. Sinfonía, y que había sido interrumpida, pocos sabían que el destino llamaba al hombre, el destino de todos es morir, y nuestro Beethoven, hizo gala de su ingenio al burlarse de esto, lo sabía.

Seguí ordenando mi cuarto, sentí un peso fuerte en mi nuca, decidí sentarme, el dolor continuaba, lo masajeé primero con mi mano derecha, después la izquierda, seguía allí, más punzante, comencé a mover el cuello de un lado a otro, lo giré, y frente a mí estaba yo, sí, en ese espejo que aún conservaba la habitación, miré mi rostro, mi cabello, tan diferente a la última vez en que me había visto en el mismo lugar, y a un lado, la fotografía que mi misma mamá me había tomado a los ocho años de edad; la recuerdo tanto, traía mis botas vaqueras, mis pantalones de mezclilla de esa época, mi camisa a cuadros y mi texana; antes de tomar la fotografía mi mamá me había preguntado qué quería ser de grande, le había contestado que un cowboy o escritor de aventuras, mi dolor se volvió más ligero.

Habían pasado más de veinte años desde esa fotografía, y lo único que había escrito, habían sido cartas de vez en cuando, nada interesante, ningún cuento, mucho menos una novela, y un cowboy, imposible; sonreí, para después cambiar mi mirada y mi gesto. Pasaron varios minutos, estuve mirando la fotografía, y seguía sonando en el radio la de Beethoven, vaya destino tiene el hombre me dije.

¿Te estás recriminando?, alguien dijo. La voz se me hacía conocida, pero estaba solo en la recámara, sólo yo, la música, mis maletas; se escuchó nuevamente la voz ¿Te estás recriminando? Basta, dije, ¿quién está allí? Pregunté, otra vez, sólo la música y yo, había desaparecido esa voz, había sido un niño, pero estaba solo, en la casa metros más estaba la recámara de mi mamá donde descansaba, mi papá lo más probable es que estuviera a un lado en el sofá, nadie más habitaba en la casa.

Había terminado el primer movimiento, continué vaciando mis maletas, llenando esos cajones vacíos, de un lugar a otro todo cambia, ¿sigue siendo lo mismo? Me preguntaba, y la voz apareció diciéndome ¿Me recuerdas? ¿Quién está allí? Ya basta – dije apresurado – y reconocí en esa voz de niño de quién se trataba, estaba soñando, fue mi voz, mi voz de niño, me estaba hablando yo mismo; me sentí más tranquilo, pensé en las bromas que hacía de niño a mis amigos: me escondía para después hablarles con esa misma voz, todos me preguntaban quién había sido, pero al ver que faltaba se asustaban; a veces detrás de las cortinas, otras debajo de la cama, dentro del closet, había suficientes lugares para estar repitiendo la broma cada vez que venían mis amigos; continué vaciando las maletas.

Habían pasado varios minutos, Beethoven seguía en la radio, sus intérpretes, me asomé para saber si había movimiento en la habitación de mi mamá, todo estaba en silencio, regresé al cuarto, y la voz al mismo tiempo que entraban los instrumentos hizo su aparición, preguntándome porqué lo olvidaba; me senté, me fue imposible estar de pie, pregunté quién era, qué sucedía, y a cada una de mis preguntas contestó - soy tú cuando niño ¿me recuerdas? - Claro que te recuerdo, contesté, esta vez me di cuenta que esa voz que pensé estaba dentro de mi cabeza hacía eco en la recámara - ha pasado mucho tiempo desde que me dejaste ese día en el parque, vestido de cowboy – dijo la voz; no entendía nada, bajé la guardia y miré a todos lados, la fotografía estaba en su lugar, pero esta vez en el espejo estaba yo, cuando niño, ¿cómo? me preguntaba – no tengas miedo de ti – dijo la voz, y continuó:

-       Ese día habías dicho querer ser cowboy y escritor, ¿qué ha sucedido?
-       Viví las aventuras de un cowboy de la ciudad – contesté.
-       ¿Y el escritor? – preguntó.
-       Escribí las historias con mis aventuras, seguí de alguna manera cazando recuerdos como lo hacía Hemingway cazando animales.
-       ¿Y tus deseos?
-       ¿Mis deseos? – dije y pensé: vaya imagen tan impertinente, continuaba siendo yo, entrometido como siempre.
-       ¿Dónde quedaron tus deseos?
-       Mis deseos, pues, viví las aventuras que pocos hombres viven en el hoy, viajé, estuve en muchos lugares recónditos, a miles de kilómetros de aquí, vi amaneceres en Thailandia, en Italia, en todos los lugares que me menciones de Europa y la gran mayoría de Asia, conocí en persona  lo que por guerras puede hacer el hombre, al extremo de matar a otros.
-       ¿Y tú, mataste a tu niño interior?

 

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