El acto de escribir lleva implícita una
poderosa carga de responsabilidad; el mal uso de las frases, palabras o
inclusive de un simple signo de puntuación, altera el significado que
originalmente se pretendía dar. En algunos casos los cambios son ligeros, de
forma que un lector promedio los pasa desapercibidos, como en el anuncio de
cremas Goicoechea, donde se redactó: “Línea de cremas para piernas de uso
diario”, es poco común pensar si es conveniente usar las piernas cada día, por
lo cual intuimos lo que se quiso decir, sin embargo, la coma hubiese ayudado a
aclarar que el uso diario es para la crema.
En otros casos más graves, el
significado de un texto puede distorsionarse por completo causando confusiones
y malos entendidos consiguiendo, inclusive, provocar difamaciones que perjudican
la imagen de una persona o empresa. Un ejemplo sería la coma mal empleada en el
encabezado del periódico español El
Diario Montañés: “Pablo Alborán, reina en la música española”. Una coma mal
colocada, convierte al músico Pablo Alborán en la Drag Queen del momento.
El oficio de las letras no es
algo que deba tomarse a la ligera y, hoy en día, con el Internet como medio
masivo de comunicación, cualquiera puede redactar textos y difundirlos, sin
mayor esfuerzo, lo que no necesariamente significa que se realicen de forma
correcta. Esto conlleva a una era de sobre información donde, más que nunca, tenemos
a nuestro alcance datos de cualquier tema, no obstante, es complicado saber de
antemano qué es cierto, qué lleva una parte de cierto y qué es falso por
completo.
Un ejemplo lo encontramos en el
blog de El Mundo, que en la noticia
del 23 de septiembre del 2004 anunciaba en su encabezado: “Cinco ‘ilegales’
huyen de una obra municipal donde trabajaban tras una fuga tóxica”. Sin la
coma, da la impresión de que trabajaban allí a partir de que se produjo la
fuga, cuando lo que se quiere decir es que, tras la fuga tóxica, huyeron.
No obstante, los “errores” o
alteraciones al texto original, no siempre son imprudencias por falta de
preparación o de tiempo para aplicar las correcciones pertinentes, sino que
existen publicaciones que han sido fraguadas de antemano. Un ejemplo lo vivió un
exmiembro del partido político del PRI, quién, siendo parte del grupo
izquierdista del mismo partido, inconformes con las políticas derechistas de
finales de los 80’s, del siglo pasado, redactaron una nota cuyo contenido
pretendían fuese publicado por algún periódico para que llegase a manos del
presidente, sin embargo, el único periódico que aceptó la publicación (el
extinto Ocho columnas), cambió
deliberadamente el sentido del texto:
“Nosotros sabemos que, si el
presidente nos escucha, se dará cuenta que el cambio es inminente y tendrá que
darnos nuestro lugar en este espacio”.
Por este otro:
“Nosotros pensamos que, si el
presidente nos escuchara, se daría cuenta que el cambio es inminente y tendría
que darnos nuestro lugar en este espacio”.
Aquí se puede apreciar cómo la
exigencia de ser escuchados, se altera con cambiar el tiempo verbal, dándole un
sentido de súplica a la sentencia.
Demasiados ejemplos como estos se
presentan a diario, dentro y fuera de la política, en redacciones de toda
índole; razón por la cual las letras le otorgan el poder, a quien las utilice, de
informar o desinformar al público lector.