El pequeño Joy por Nidia Caro

 


Esa noche se escuchó un grito en la habitación del pequeño Joy, su madre despertó asustada y corrió a verlo, cuando abrió la puerta se encontró al pequeño sentado en la cama viendo las estrellas a través de la ventana; con su habitual rostro inexpresivo, sin mirarla le preguntó

-¿Te has sentido una extraña en este planeta?

La madre no contestó y abrazó el cuerpecito de Joy contra su pecho, sabía que él no correspondería al abrazo, pero sentirlo cerca le daba tranquilidad y a la vez desesperanza de no poder ayudarlo; ojalá con un simple abrazo pudiera curarlo; pasarle su salud y convertirlo en un niño alegre y normal.

Los diagnósticos habían sido muchos, a los cuatro años no hablaba, revisaron su odio y estaba en perfectas condiciones, sus cuerdas vocales sin problema, las mejores terapias de lenguaje no sirvieron, pero un día mientras caminaban en la calle, Joy se soltó de la mano de su madre y corrió a la calle donde un auto a toda velocidad estaba a punto de atropellar a un perro, milagrosamente el auto se detuvo a tiempo frente a Joy que ya tenía el perro en brazos y estiraba la mano contra el auto con una expresión tranquila, como si pudiera detenerlo, ese día comenzó a hablar con el perro y poco tiempo después ya hablaba con todos con soltura y claridad, era obvio, no hablaba porque no quería y no porque no pudiera.

Pero la preocupación de su madre no terminó, poco después de cumplir los cinco años, las quejas en la escuela no cesaban, ignoraba a las maestras, sólo quería leer, se sentaba en un rincón del aula y se ponía como loco cuando alguien intentaba quitarle alguno de los complicados libros que tomaba de la biblioteca del colegio: algebra, historia mundial, ciencias naturales y hasta algunos libros de medicina que algún despistado debió donar. Luego todas las cosas de plata de la casa desaparecieron, los cubiertos, las joyas, los adornos, su madre estaba a punto de despedir a la criada cuando encontró todos los artículos adentro de un enorme oso de peluche que Joy tenía en su cuarto, cuando le preguntó por qué guardaba esas cosas ahí, contestó sin reservas:

-Ellos los necesitarán después.

¿Quiénes son ellos?, es una pregunta que el pequeño Joy se negó a responder, comenzaron las terapias y las respuestas al problema iban y venían, esquizofrenia, autismo, alguno de los especialistas sugirió hacerle un examen para medir su coeficiente intelectual y resultó de ciento noventa, Albert Einstein tenía ciento sesenta. Pero eso seguía sin explicar su conducta, la alusión continua a “ellos”, los problemas para conciliar el sueño. Luego de los exámenes físicos, detectaron un diminuto bulto en el lóbulo frontal del cerebro, en una zona inoperable, no se podía asegurar que fuera cáncer, pero la opción era tratarlo como tal.

La madre no se dio cuenta que el pequeño Joy estaba detrás de ella mientras lloraba viendo las imágenes de la tomografía en su computadora, hasta que vio su dedito señalando el bultito apenas perceptible que habían encontrado los doctores, ni ella lo podía localizar con facilidad luego que le explicaran.

-No te preocupes mamá, “ellos” lo pusieron para activar mi zona consciente y también para poder localizarme.

Esas palabras la dejaron fría.

Esa noche luego de la pregunta “¿te has sentido extraña en este planeta?” Joy se liberó del abrazo de su madre, se quitó sus calcetines y le mostró las plantas de los pies, tenía un lunar.

-Hoy desapareció otro, duele un poco cada vez, pero a partir de hoy, ya sólo falta un año -dijo con una sonrisa.

Su madre, al principio confundida, recordó que cuando nació tenía varios lunares en las plantas de los pies, luego de dormirlo, regresó a su recámara y buscó en la computadora entre miles de fotos, hasta que encontró una que les había tomado a las plantas de los pies del bebé Joy, contó los lunares, eran siete, cuatro en un pie y tres en otro. Ese día, a las doce, cuando Joy gritó, era su cumpleaños número seis.

 

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