Esa noche se escuchó un grito
en la habitación del pequeño Joy, su madre despertó asustada y corrió a verlo,
cuando abrió la puerta se encontró al pequeño sentado en la cama viendo las estrellas
a través de la ventana; con su habitual rostro inexpresivo, sin mirarla le
preguntó
-¿Te has sentido una extraña
en este planeta?
La madre no contestó y abrazó
el cuerpecito de Joy contra su pecho, sabía que él no correspondería al abrazo,
pero sentirlo cerca le daba tranquilidad y a la vez desesperanza de no poder
ayudarlo; ojalá con un simple abrazo pudiera curarlo; pasarle su salud y
convertirlo en un niño alegre y normal.
Los diagnósticos habían sido
muchos, a los cuatro años no hablaba, revisaron su odio y estaba en perfectas
condiciones, sus cuerdas vocales sin problema, las mejores terapias de lenguaje
no sirvieron, pero un día mientras caminaban en la calle, Joy se soltó de la
mano de su madre y corrió a la calle donde un auto a toda velocidad estaba a
punto de atropellar a un perro, milagrosamente el auto se detuvo a tiempo
frente a Joy que ya tenía el perro en brazos y estiraba la mano contra el auto
con una expresión tranquila, como si pudiera detenerlo, ese día comenzó a
hablar con el perro y poco tiempo después ya hablaba con todos con soltura y
claridad, era obvio, no hablaba porque no quería y no porque no pudiera.
Pero la preocupación de su
madre no terminó, poco después de cumplir los cinco años, las quejas en la
escuela no cesaban, ignoraba a las maestras, sólo quería leer, se sentaba en un
rincón del aula y se ponía como loco cuando alguien intentaba quitarle alguno
de los complicados libros que tomaba de la biblioteca del colegio: algebra,
historia mundial, ciencias naturales y hasta algunos libros de medicina que
algún despistado debió donar. Luego todas las cosas de plata de la casa desaparecieron,
los cubiertos, las joyas, los adornos, su madre estaba a punto de despedir a la
criada cuando encontró todos los artículos adentro de un enorme oso de peluche
que Joy tenía en su cuarto, cuando le preguntó por qué guardaba esas cosas ahí,
contestó sin reservas:
-Ellos los necesitarán
después.
¿Quiénes son ellos?, es una
pregunta que el pequeño Joy se negó a responder, comenzaron las terapias y las
respuestas al problema iban y venían, esquizofrenia, autismo, alguno de los especialistas
sugirió hacerle un examen para medir su coeficiente intelectual y resultó de
ciento noventa, Albert Einstein tenía ciento sesenta. Pero eso seguía sin
explicar su conducta, la alusión continua a “ellos”, los problemas para
conciliar el sueño. Luego de los exámenes físicos, detectaron un diminuto bulto
en el lóbulo frontal del cerebro, en una zona inoperable, no se podía asegurar
que fuera cáncer, pero la opción era tratarlo como tal.
La madre no se dio cuenta que
el pequeño Joy estaba detrás de ella mientras lloraba viendo las imágenes de la
tomografía en su computadora, hasta que vio su dedito señalando el bultito apenas
perceptible que habían encontrado los doctores, ni ella lo podía localizar con
facilidad luego que le explicaran.
-No te preocupes mamá, “ellos”
lo pusieron para activar mi zona consciente y también para poder localizarme.
Esas palabras la dejaron fría.
Esa noche luego de la pregunta
“¿te has sentido extraña en este planeta?” Joy se liberó del abrazo de su madre,
se quitó sus calcetines y le mostró las plantas de los pies, tenía un lunar.
-Hoy desapareció otro, duele
un poco cada vez, pero a partir de hoy, ya sólo falta un año -dijo con una
sonrisa.
Su madre, al principio
confundida, recordó que cuando nació tenía varios lunares en las plantas de los
pies, luego de dormirlo, regresó a su recámara y buscó en la computadora entre miles
de fotos, hasta que encontró una que les había tomado a las plantas de los pies
del bebé Joy, contó los lunares, eran siete, cuatro en un pie y tres en otro. Ese
día, a las doce, cuando Joy gritó, era su cumpleaños número seis.