El mercado nocturno por Daniel Guevara

 


 

La luna apenas se dejaba mirar en esa noche fría, los tacones plateados se asomaban a su vez en la avenida, pasaban desfilando, mientras algunos autos desaceleraban tratando de admirar esas escenas, pitando, gritando cuanta barbaridad pudieran y ellas, las golfas,  allí estaban, como comadres en la sala, sin importarles nada, con sus ropas cortas, platicando en cada esquina sobre sus hazañas, mirándose sus faldas, oliendo a perfume de segunda y presumiendo desde unos tacones nuevos, hasta un par de senos.

Carmen –como le decían en su casa– Kendra, como la conocían sus comadres, presumía su nuevo corte de cabello, ella era esbelta, alta, poco agraciada con su cuerpo; también platicaba sobre su pareja con Dua Lippa –una joven voluptuosa, morena y alegre–. Le decía que anoche –día en que descansaron– le preparaba a éste –su pareja– la cena, cuando sin ton ni son simplemente le bajó las faldas, luego las bragas y la penetró y, antes que comenzara a disfrutar ese vaivén, todo había terminado; se separó de ella, se subió sus pantalones, se sentó a cenar sin decir palabra alguna y se fue a dormir, había sido todo. Dua Lippa sólo la miraba, sintió tristeza en su plática y le dijo que ojalá viniera hoy su galán, ese de la moto, ya tenía tiempo que todos los jueves estaba por acá, le seguía diciendo, Kendra sólo sonrió.

En otra esquina estaban Thalia y Paulina Rubio, ya habían comenzado a contonearse por la avenida, se escuchaba el claxon de los autos, y llegó el primero, puso las intermitentes y les gritó “¿Cuánto?” Se acercaron las dos, Thalia aventajó y asomó su lindo rostro, no por nada le decían así, delgada, bien formada, con unos senos de $50,000 decía ella y con sus escotes abiertos, se mostraba sexy, preguntó ¿Por las dos? Sólo contigo. Thalia volteó a ver a su amiga, en su mirada estaba un consuelo hasta hiriente, miró de reojo su escote y con voz autoritaria le dijo, llega a los $50,000 y ponte unas como yo de campeonato, se subió al auto y se retiró, allí se quedó Paulina mirando cómo desaparecía su amiga.

Comenzando la plaza se contoneaba Alondra, de piel blanca, callada, ropa ajustada, prefería estar sola, tenía tiempo ya en esto, todas la conocían, la respetaban, había sobrevivido a una golpiza días atrás, no le quisieron pagar, había confiado a su regreso a quienes le preguntaban cómo le había ido  y les decía que la policía seguía valiendo madre, era sorprendente que le dijeran “Pues es tu culpa mamacita, para que corres riesgos”, tantos trabajitos que había repartido entre tanto policía, para su protección y ahora esto. Decía que habían llegado al motel y otro ya los esperaba, al verla un poco desconfiada le dijeron que le pagarían el triple, después de eso la ultrajaron, la golpearon, la asaltaron, por eso había regresado, tenía que comer y allí nació su frase que ahora todas usaban “Soy golfa más que por gusto, porque trago”, todas la miraban con mucho aprecio.

Carolina había llegado esa noche, a su primera noche, acompañada de su prima Judith, que conocía a Greta – una golfa de la zona –. Carolina necesitaba dinero para medicinas, su padre, con quien vivía, había sido diagnosticado con una rara enfermedad que terminaría por inmovilizarlo. Él había dedicado su vida a ser albañil, su mamá los había abandonado hace tiempo y su único sustento había sido el trabajo que salía de las manos de Don Juan, padre de Carolina. Ella era flaca, enjuta, reservada, mestiza, eso sí, con unos atributos envidiables y naturales, su prima Judith la había animado desde que supieron la noticia de Don Juan, con las palabras de “Pendeja, aquí está el dinero”, la había convencido, además de decirle que, a veces, una hasta las da de a gratis a cualquier idiota, qué mejor que te paguen. Carolina sólo pensaba en el dinero. Greta, al ver a Carolina, le preguntó su nombre, apenas iba a decirlo cuando la interrumpió y le dijo que debía de escoger un nombre de golfa, Carolina volteó a ver a su prima dudando, y ella se contoneó como mostrando un paso de baile, y de su boca salió el nombre de “Selena”. Greta la miró de cabo a rabo, le tocó sus senos, sus sentaderas, sus cabellos, le dijo que necesitaba ropa diferente, que así se veía miserable, se trata de encantarlos, no de entristecerlos, decía, ten este dinero, confío en tu prima Judith, sé por lo que estás pasando, todas estamos aquí porque necesitamos el dinero, no te preocupes, le seguía diciendo, cómprate un poco de ropa y mañana te espero, volteó a ver a Judith: te la traes, podemos ponerla a trabajar.

Se escuchó el claxon, Paulina Rubio volteó, vio el auto, después su reloj, y se sorprendió, hacía menos de una hora y ya estaba de regreso Thalia. Ésta se bajó del auto, se despidió y se escuchó el claxon ahora de alguien más, Thalia, mirando de reojo a Paulina, le concedió el cliente, éste le dijo que sólo quería con ella, señalando a Thalia; otra vez, la mirada de consuelo hiriente se apareció, se subió al auto murmurándole a Paulina “Son las de campeonato”.

Al siguiente día, Carolina, junto con Judith, habían estado de compras, tenía ya sus tacones del 15 decían, se sentía tonta al caminar, pero confiaba en que aprendería rápido, necesitaba el dinero. También había alcanzado para unos cambios de faldas, ropa ajustada, incluso perfume, Judith la había ayudado a cambiarse y allí iban camino a la plaza, sentadas en el camión; la gente murmuraba “allí va una golfa”, Carolina se sobrecogía, a diferencia de Judith que se mostraba más para que dejaran de verlas, hasta que se enfadó y les preguntó a todos en el camión si nunca habían visto una golfa; nadie volteó después de eso, el murmuro calló, en el rostro de Carolina se veía una alegría triste, se entregaría a cualquiera que le ofreciera dinero, le dolía pensarlo, en su mente se reflejaba su padre Don Juan, recordaba por qué lo hacía.

Greta las divisó cuando se acercaba, los cláxones de los carros sonaban, una nueva desfilaba…

Habían pasado dos años desde que Selena se había unido a las filas de la noche, conocida por todas por ser una mujer sensible, que había pasado por todo, desde el abandono de su madre y la muerte de padre; allí estaba, contoneándose, y a cualquiera que le preguntara porque se había hecho una golfa, simplemente contestaba: soy golfa más que por gusto, por que trago.

 

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