El autómata por Manuel Sandoval

 




Antes que mi último engrane se detenga, quiero contarles mi historia o el tiempo que creo lo es o se pueda considerar como tal.  No, no es porque quiera dejar un legado o un consejo, mucho menos servir de guía, quiero hacerlo usando la letra como expiación de mi pecado.

Mi padre es el único relojero del pueblo, un oficio familiar.

Soy relojero por herencia de mi padre, el trabajo que lo formó y guio, si bien por un justo sendero; bueno, esa fue la imagen que alimenté de él por años, hasta que encontré en su habitación un viejo baúl de metal verde, que estaba debajo de la cama matrimonial, donde solo él dormía, nunca conocí a mi madre y nunca me habló de ella.

Tengo prohibido entrar a esta habitación.

Todos los días, he acompañado a mi padre en sus labores, un pequeño taller que acondicionó en la cochera de la casa.

El pueblo es pequeño, bueno solo conozco algunas calles, cuando papá me saca a caminar o me lleva en brazo, pero él dice que no es grande, cuando me carga puedo ver algunas calles más abajo, aunque solo llegamos al jardín y regresamos a casa.

En el taller, me platica de cuando fue niño y cómo jugaba con sus amiguitos, cuando se portaba mal en la escuela y lo castigaban, de cómo observaba a sus vecinos e imaginaba todas las cosas que hacían en sus casas; me gustan mucho las historias de papá, espero algún día también tener amigos, ir a la escuela y observar vecinos, pero él dice que aún no es el día correcto.

Mi papá dice que él no es como los demás, que no huele a miedo, que las demás personas viven en el miedo, con el miedo, por el miedo. Dice, que le temen al tiempo, mi papá no le tiene miedo, porque trabaja con él.

Como lo mencioné, el pueblo es pequeño y según mi padre, aquí el tiempo es muy largo, las personas piensan y hablan de lo mismo una y otra vez, para rellenar el tiempo que les sobra.

Soy relojero, de esos que tejen los espacios y recovecos de las casas y las llenan de recuerdos; que adorna paredes, habitaciones, oficinas, talleres y brazos, con manecillas, minuteros y segunderos dando diferentes tipos de horas y formas: de bolsillo, de pulsera, de torre, de campanario, de péndulo, de cuarzo, atómico, de cuerda, digital, de cucú, hasta de sol. 

Por las tardes, después de cerrar el taller, papá gusta de leerme, usa un gran reloj de arena y en forma de juego y al término de migrar el último grano del cielo al infierno, debo recitar todo lo que me ha leído, usando letras y palabras viejas y nuevas, números romanos y arábigos, ordinales y cardinales.

Él dice, que es mi educación, que gusta de escucharme recitar lo que aprendo y como mi conducta verbal, día a día se perfecciona, yo veo cómo aprecia el uso de palabras y pensamientos nuevos en mí actuar.

Soy relojero, pero de esos que no crean, arreglan o perfeccionan relojes, sino de los que cuentan los segundos, minutos y horas, de los que alargan o acortan el tiempo, este es mi juego favorito.

Hoy, papá no ha salido de su habitación, vecinos han venido a tocar la puerta del taller, por la ventana y detrás de la cortina, veo cómo llegan, en espera de que mi padre salga, pero después se van. Le he llamado, pero él no contesta. Tocan en la puerta principal y como me ha dicho que nunca me acerque a ella y mucho menos la abra, me he escondido tras el sofá, veo cómo una persona juntando sus manos en su cara, se acerca para mirar tras el vidrio, espero no me haya visto.

En un recoveco de oscuridad que se forma entre el sofá y el rincón de la pared, permanezco sentado hasta que, fuertes golpes y gritos llamando a mi padre se hacen presentes, no me atrevo a mirar, permanezco escondido, golpearon tan fuerte que la puerta se abrió, sin moverme para que no me vean, percibo pasos y voces de varias personas, hasta que llegan a su habitación y la abren, veo cómo en una pequeña camita, llevan a mi padre. Él va dormido.

-Pobre pequeño se te terminó la cuerda, pero ya estoy aquí, tendré que usar nuevos “chips”-.  A lo lejos escuche la voz de papá.

En la tarde, al cerrar el taller, me comentó que estuvo en el hospital, que su corazón está fallando, pero que yo estaré bien. Me pondrá nuevos engranes y nuevos “chips”, los pone sobre la mesa, nunca los había visto, no sé dónde va a colocarlos, me dice que con estos no dormiré durante mucho tiempo. Primera vez que me quita el overol y pude mirarme; láminas de metal, ruedas, engranes, cables, tornillos, todos de diferentes tamaños y colores, según el orden que él iba señalándolos. Me señala unas diminutas cajitas, dijo que se llaman chips, que gracias a ellas puedo guardar palabras y hablar, oír y entender, así como muchas cosas más. Jugando metí el dedo entre los dientes de un engrane y éste se detuvo y papá tuvo que componerme, rápidamente.  Con severidad me indicó que no lo vuelva hacer que, si no está él, nadie podrá ayudarme.

Hoy, Papá no está en casa, lo busco en su recámara pero no responde, sé que no debo entrar pero aun así lo hago, reviso poco a poco este espacio nuevo, hasta que veo el baúl de metal verde, ése que antes les comenté; siempre me gusta revisar qué tienen las cajas, estas guardan, protegen y resguardan tesoros, mi papá tiene muchas y disfruto mucho de descubrir lo que contienen, como su caja de tornillos y clavos, me gusta sacarlos y después organizarlos,  este enorme cajón tendrá muchos que organizar, pero no es así, solo papeles, los tomo y veo que son dibujos de mi cuerpo, ahí pude ver cómo estoy hecho, desde los engranes más pequeños a los más grandes, dicen cómo deben de embonar y trabajar.

Papá llegó a casa, estuvo con el médico, no sé qué es el médico, pero me dijo que dormirá un rato y después platicará conmigo.

Tengo un libro favorito que mi padre me enseñó a leer y es donde aprendo cosas nuevas, se llama diccionario, después de que papá se fue a la cama a descansar, lo tomé para saber que es un médico y señala que es la persona que cuida y atiende la salud, para evitar la enfermedad y la muerte.

La palabra muerte, esa ya la conozco, mi padre me ha hablado de ella, la entiendo bien, es cuando las personas o seres vivos dejan de serlo y se van, yo no quiero que papá se vaya. Y sé que puedo ayudarlo, entré a su habitación, lo hice despacio para que el sonido de mis piernas no lo despierte como en otras ocasiones, con cuidado tomé el baúl y cogí los papeles, esos que tienen los dibujos.

Bajo al taller y busco lo que más se parece a los diseños.

Le introduje un engranaje en el pecho, el que tenía para el reloj de la iglesia, cuando éste dejara de funcionar, es el más grande que encontré; similar como el que llevo en el centro y según los papeles, es el más importante, porque hace mover a los demás, pequeños y medianos. Pero creo que no le sirvió como me sirve a mí, estiró los brazos, gritó y volvió a dormir, del roto de piel salió agua roja, mucha agua roja, pero yo le dije que seriamos igual y así no morirá y siempre estaremos juntos.

Ahora estoy parado junto a él, esperando despierte y me ayude a seguir poniendo los demás engranes.

No, no soy relojero, solamente estoy hecho de partes de varios relojes, anatómicos y digitales.

 

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