Detrás de la noche me mira el pasado por Esteban Sevastián




Desde niño he tenido trato con los idos. Mi papá fue sepulturero y yo heredé el oficio. Mi condición, dice la imaginería de la gente, es efecto de algún tipo de maldición de vivir con los muertos. Pero no, fue mi inseguridad y desinterés, al menos eso dijo Celia cuando se marchó. Aunque tuve otras oportunidades de agarrar mujer a ninguna le volaba el pelo como a ella. Nomás cuando recuerdo a mi papá me da el susto sea verdad la creencia de la gente; pues de viejo, mi papá ya tenía algo de campo santo. Era igual a los árboles altos y delgados que lo rodean, andaba silencioso y así como el viento sacude los cipreses, padecía de arranques de rabia en la mirada. Tenía un carácter cerrado, donde más uno conocía el nombre y alguna frase ya hecha. Mi papá de tanto ojear difuntos aprendió sus modos, pues al morir, no cambió de rostro. Pero antes, era más alegre, hasta me enseñó una canción que compuso, ya poco lo recuerdo, pero de niño lo cantaba todo de memoria. Comenzaba como: “Era un tecolote feo, feo…”, no, creo era un, feo, nada más.

    Cuando termino el día muy cansado no puedo dormir y me pongo a desenterrar recuerdos, como hoy. Tengo abiertos los ojos mirando la oscuridad y, detrás de la noche me mira el pasado con ojos usados; no dejo me vea mucho porque me enflaca el carácter y me engorda el sentimiento y, en esta época de ranas me vuelvo niño y me voy a cantar y brincar por todo el panteón. Me gusta dormir del lado derecho… Mi madre, el amor más seguro y olvidado. Aquella vez sufrí por culpa de unas rosas. Era yo muchacho y mi papá me enseñaba a congeniar con los espíritus. Era el 21 de marzo y la Celia ajustaba los diecisiete años; y como normalmente vivíamos con apreturas, como pude conseguí unos centavos, compré unas flores y se las llevé amarradas con un lacito blanco, repletas de futuro, pero ella tomó el manojo y rayó el aire y mi cara diciendo que las robé de algún difunto. Me acalambré de coraje y se me tapó el pescuezo; y mejor, porque con enojo las palabras pegan igual a cuero sin aceite de parama. ¿Quién era yo para decirle lo contrario? Y mi silencio la molestó más. ¿Por qué a las mujeres les gusta que los hombres le digamos lo contrario a su pensamiento y a su berrinche se aliñe la verdad? Bueno, al menos, Celia, así fue. ¿Pero quién no juzga todo por la parte que conoce? ¡Ya recordé!, si era un sólo, feo. “Era un tecolote feo que alegraba el cementerio.” Cuando mi papá cantaba movía la cabeza de lado a lado. La muerte, por ejemplo, tampoco es igual. La muerte de don Ogardo era grande y ancha; la de Lucecita, era menuda y tenía un pie más chico; la de Aristeo, llegó sin tres dientes y oliendo harto a mezcal y la de Lucrecia Altamirano llegó fumando una pipa brillosa encandilando al marido que lloraba alegrías. También las flores de cada tumba huelen diferente y no todas las lágrimas son transparentes; hay azules, grises y blancas. Esto por decir algo. ¡Ah, Dios! Olvidé cerrar la capilla de velación, ni modo, a levantarse. Aquí me va hallar el día con este quebradero de huesos que traigo de la rodilla a la espalda. Debo lavar estas cobijas rasposas, se parecen a las cobijas del señor pulgas, el perro de mi amigo. ¿Dónde estará Beto? Nunca pasamos un examen de número, siempre reprobados. La última vez que lo miré era joven, pero con hábitos viejos. Pff ¡Qué olor! ¿Qué mujer querría dormirse en tu cama, Luciano? Estrecha, sucia y en el campo santo. Ojalá como al latín un día quiten esa costumbre de que los sepultureros nos quedemos a dormir en el cementerio. Y este rechinido de puerta seguro incomoda hasta a los muertos, por lo menos yo iré despacio. ¡Qué aire tan frío! Y se anda asomando el agua en el cielo y acá si sabe llover… ojalá no, porque el nuevo entierro aún tiene un boquete abierto donde ponen la cruz. Esto se está llenando de muertos muy rápido, entre más gente muere siento que avanza la fila y yo me acerco. ¡Qué ideas de viejo!, ¡ai te haiga! Ya me cansé de decirles que cambien la chapa de la capilla, siempre paso varios minutos cerrando esta chingadera de puerta. Las ratas, sí, a las ratas si les gusta dormir conmigo. Aquella tumba es de 1850 y es don Agustín Gonzáles Vázquez, está escrita en latín y le tengo cariño, pues aquí mi papá me enseñaba la canción del tecolote feo. “Era un tecolote feo, que alegraba el cementerio y ululaba con misterio, siempre que no hubiera luna”. Ya recordé poco más. Bonitos aquellos días. La noche se está helando, vámonos a las cobijas. Voy a quedarme un rato más mirando la noche. ¡Oh!, cuando mi mamá supo que me abandonó Celia, me dijo: “Hijo, cuando duermas, acuéstate del lado derecho, para que no te lastimes más el corazón”, y desde entonces duermo de lado derecho, soy pues, de la creencia que las heridas se acumulan del lado izquierdo. Quedarse soltero además es de familia. A mi tía le mataron al novio días antes de la boda y, a sus casi cien años, lo sueña caminando en llanos de flores amarillas; a mi primo, se le fue al convento y hay anda solo siguiendo el mololó de la feria; a mi hermano mayor lo dejaron por ser pobre y se quedó en el chacoteo; y mi otro hermano, Jorge, se lo comió la tomadera, canta y toca una guitarra hasta sangrarse los dedos. Y puedo seguir contando, somos pues de un solo querer. “Era un tecolote feo, que alegraba el cementerio y ululaba con misterio, siempre que no hubiera luna, porque la luna…” De niño cantaba todo de memoria.

Tengo los dedos enroscados y con fiebre de tanto palear y ciento un ramalazos de dolor en la espalda. Ya tiene una semana el nuevo muchacho que me mandaron para enseñarle a trabajar. Para su edad es muy lento y se queda pirado a deshoras. Le he dicho lo importante de aprender a sepultar: cuidar, limpiar, desenterrar, reconstruir lozas y hasta consolar personas. Yo hube de aprender latín; antes, todos los sepultureros lo hablaban, pues lo exigía la iglesia por ser el idioma de Dios. El latín suena serio y doloroso, a rezo  no escuchado y podrido. Pero desde que el panteón es municipal las cosas cambiaron mucho. Sí, debo lavar las cobijas, por eso decía mamá que debía conseguir mujer para que me lavara, pero me quedé como dice la gente, de muchacho viejo. “Era un tecolote feo, que alegraba el cementerio y ululaba con misterio, siempre que no hubiera luna, porque la luna grosera…” No me ha ido tan mal, mi mamá estiró tanto su vida por los hijos solteros que pensamos se iba volver murciélago como las ratones viejos. Mi mamá nos auguró puras tristezas. Pero, fíjate nomás los albures del destino, a todos mis hermanos con mujer, ahora, los cuido yo. Los veintitrés de cada mes vienen mis cuñadas a dejar flores y velas, pobres, se ha de sentir feo haber dormido con un muerto por tantos años. Me gusta más este tiempo, en el calor salen alacranes, largos, amarillos y trasijados pero bravos, a Rigoberto uno de esos le mató un niño de tres días.

    Las ranas comenzaron a cantar, dice la gente que llaman al agua, pero me llaman a mí, hay vengo, mira… Otra vez, Lucianito, llegas sudado de venir corriendo y con las babuchas llenas de lodo y, ya agujeraste los pantalones de las rodillas de tanto jugar canicas. Ven para limpiarte los mocos, Lucianito, y aplácate esos pelos con saliva; y todavía te ríes sin los dientes de enfrente, a ver cuándo se les ocurre salirte. Deja de correr y cantar alrededor de mí, no ves que está oscuro y asustas a las ratas y despiertas a los muertos. Mira que eres latoso, Luciano, no cantes te digo. ¿Cambiaste de canción? Tarugo, esa si me la sé. “Era un tecolote feo, que alegraba el cementerio…” Vamos a la lluvia, vente, Lucianito… Y ululaba con misterio, siempre que no hubiera luna…” Brinca conmigo, Luciano… “Porque la luna grosera, le descubría lo feo.

Tecolote feo, feo
ven, ven con tu aleteo
y vamos a tapar la luna.

Ya conseguí una reata y un gabán de pura lana”. Pregúntame, Lucianito, Pregúntame. “¿Para qué quiere, señor, una reata en el cementerio? Pues para lazar la luna. ¿Y el gabán de pura lana, señor? Pues para envolver la luna”. Corre, corre, Lucianito, y subámonos a la tumba de don Agustín Gonzáles, y movamos todo el esqueleto, cantando:

“Tecolote feo, feo,
ven, ven con tu aleteo
y vamos a tapar la luna”.

 

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