Daniel
1949
–Daniel levántate ya, cuantas veces tengo que decir:
¡no puedes llegar tarde a la escuela!
Amelia, se acercó a Daniel y con voz baja, pero
áspera le dijo eso al oído. Daniel la
escuchaba tapado hasta las orejas con las cobijas, sólo asomaba la mollera, no
quería levantarse mientras ella estuviera allí porque otra vez había mojado la
cama, sin embargo, Amelia no se movía y Daniel, con su respiración agitada,
podía sentir la mirada de su madre atravesando su refugio.
–Te doy 3 segundos, para que te pares de esa
cama, te pongas el uniforme y bajes a desayunar.
Amelia se levantó y abandonó el cuarto de Daniel
dando un portazo.
Me apresuré a vestirme y a tender la cama así orinada
como estaba; no quería que mi mamá se diera cuenta y se enojara más conmigo.
1943
Amelia llegó a su
casa, pálida, no pronunció palabra, su padre un militar retirado le puso la
sopa caliente sobre la mesa.
Amelia, con la
mirada clavada en el plato tomó la cuchara, la sumergió y sacó apenas un sorbo.
–¿Qué te pasa
muchacha? ¿Por qué tanto silencio?
Amelia siguió
callada, levantó la mirada, observó los tapices de las paredes llenos de flores
de colores que su mamá, antes de morir, había mandado poner y que otorgaban un
aire bucólico y acogedor a la casa. Amelia deseó que ella aún estuviera
allí.
No respondió a su
padre, dio un giro en la silla, se puso en pie y subió corriendo las empinadas
escaleras de madera, entró a su cuarto y del portazo casi sella la puerta. Eso
hubiera querido ella.
1949
Escuché los tacones
de mamá chocando con los escalones de madera, abrió la puerta de mi cuarto
haciendo que un aire helado me azotara la cara.
Venía por mí, como
de costumbre. Ella siempre estaba enojada, me agarraba de una oreja y me levantaba
tan alto que solo podía sentir mis pies que a veces rozaban los escalones y otras,
se enredaban y me tropezaba, entonces mi mamá me apretaba más fuerte la oreja
haciéndome flotar otra vez, yo ponía las piernas flojitas hasta que llegábamos
abajo.
1943
Cada día era más
difícil para Amelia ocultarle a su padre el vientre que se abultaba más y más.
Cada vez más
callada, cada vez más reservada, temía la reacción de su padre. Seguramente la
correría de la casa. Adelgazaba en vez de engordar, lo único que crecía era ese
ser que se había incrustando en su cuerpo cuatro meses antes, cuando
pretendiendo guarecerse de una intensa lluvia de verano, ella y ese joven de
cabello castaño y rizado que, frecuentemente le quitaba el sueño, se quedaron
solos en el pórtico del granero vecino.
Amelia quiso varias
veces que esa criatura saliera de su cuerpo, arrojarlo fuera, pero no sucedió y
ahora era demasiado tarde, si algo le pasaba a esa protuberancia, igual todos
se darían cuenta de lo que ocurría.
2012
–Andrea, chiquitina,
¿dónde está mi princesa?
–¡Papi! –gritó
Andrea desde su cuarto –¡Aquí!
La familia
Hernández había llegado a esa casa 4 años antes, justo en los días en que
Andrea cumplía un año.
A “la Güera” no le
importó que la casa fuera antiquísima, una ruina, a decir verdad, se empeñó en
que Ricardo la comprara, le encantaba el aire bucólico, las paredes forradas de
madera acanalada, el papel tapiz antiguo lleno de flores de colores y su vasto
jardín frontal.
Ricardo encontró a
Andrea sentada en su mesita de trabajo atareada dibujando.
–¡Oh!, ¡qué hermoso
dibujo Andrea!, ¿quiénes son?
–Ésta soy yo papi,
y éste de aquí es mi amigo.
–¡Ah!, qué lugar
tan bonito Andrea, ¿dónde están jugando?
–En el jardín, papi.
1943
–Hija de la Ch….gada
El día que el papá
de Amelia se dio cuenta del embarazo la tundió a golpes, algo más grande que él
lo hizo detenerse, cuando reaccionó dejó de golpearla, Amelia estaba sentada en
el suelo, asustada, abrazándose las piernas contra el pecho, cubriéndose lo más
posible la cabeza para esquivar los golpes que aquél hombre fuera de sí le
propinaba.
–Largo de mi vista.
Amelia subió
corriendo las escaleras de madera.
Su padre le
prohibió regresar a la escuela, mal podía salir de la casa, desde ese día ella
tuvo que cocinar, lavar la loza, asear la casa. Nunca volvió a ver al joven de
los ojos grandes y los cabellos rizados. Todas sus aspiraciones habían sido
truncadas por aquél crío al que culpó mientras vivió.
1949
–Arriba criatura
impertinente, todos estos años soportándote.
Me levanté rápido
no quería hacer enojar a mamá, me vestí corriendito; como todos los días,
escuché sus tacones subiendo la escalera, ya sabía que venía por mí para tomarme
de la oreja derecha -como era su costumbre-, jalonearme por las escaleras para
bajarme a desayunar, así que puse las piernas flojitas para no tropezarme.
Ese día Amelia no
atinó a la oreja de Daniel, así que en vez de jalonearlo le dio un fuerte empujón
en la espalda a la altura del hombro, Daniel, frágil como era y con las piernas
flojas para no tropezar, esta vez no flotó, más bien, rodó por la angosta
escalera de madera hasta llegar al suelo, nunca más abrió los ojos.
2012
–Andrea preciosa,
¿dónde estás?
Andrea no contestó.
–Preciosa dónde
andas, ya llegué.
Andrea seguía sin
contestar.
Ricardo, algo intranquilo,
subió al cuarto de la niña, Andrea no estaba allí, pero había en su mesita un
dibujo en el que estaban ella, su amiguito y una mujer vestida de negro a la
que le había dibujado la boca en forma de u invertida, Ricardo se preocupó más.
–Güera, ¿la niña
está contigo?
–No, estaba en su
recámara dibujando.
–No está.
Los dos comenzaron
a buscarla por toda la casa gritándole, de repente vieron a Andrea asomándose por
la puerta del closet de visitas haciéndoles un gesto de silencio llevándose el
dedito a la boca.
–Andrea qué pasa ¿por
qué quieres que nos callemos?
–Es que nos estamos
escondiendo.
–¿Por qué se están
escondiendo?
–Porque la mamá de
Daniel lo anda buscando, quiere aventarlo por las escaleras.