Como una Virgen de Cristina Gutiérrez Mar



                                                                      
                                    

Bajó las escaleras de prisa y se fue directo al cuarto de lavado. Abrió la tapa de la lavadora que continuaba en ciclo de enjuague; vació toda la ropa en la tarja de al lado y buscó en las bolsas apretadas de unos jeans acampanados, un papel arrugado y decolorado.
            Se tranquilizó al percatarse de que ahí permanecían todos los números del teléfono de Dany, sólo uno estaba diluido. Parecía un ocho, tal vez un cinco; lo bueno que máximo tendría que marcar nueve veces.
            Se dirigió a la sala y se sentó junto a la mesita del teléfono, Scooby-Doo se acomodó junto a sus pálidas piernas mientras concentrado, mordía un hueso.

- Sandy necesita que se la cojan.
- No ha tenido sexo desde aquella vez del vocho.
- Seguro acabará otra noche con su coca cola y un par de aspirinas.

            En el primer número marcado le contestó un hombre, era una voz anestésica tipo Brandon Lee. Sandy se quedó muda y sin filtros; colgó el auricular de golpe.  Se puso de pie y se apresuró a la cocina. Tomó unas “Sabritas” de la alacena y se las comió acelerando los segundos por la ansiedad que le brotaba en todo el cuerpo. “Seguro viviré por siempre en este submarino amarillo y moriré sola, sin navidades compartidas y sin semen en mi boca” –se dijo en voz alta.
            Regresó a la sala y se derrumbó en el sofá de terciopelo color vino.  Cerró los ojos y pensó en los dos caminos que tuvo enfrente once años atrás.  Ella había tomado el más tupido pero el menos transitado; fue la gran diferencia.
            “¡Maldito Robert Frost, qué sabio eras! Yo aquí lamentando mi destino que sola me forjé. Pesadilla en la calle del infierno, dejé que me cogiera aquel Tarzán sin escrúpulos y sin sombra. Alcoholizada me dejé llevar por sus manos y su boca; perdí mi virginidad en un vocho descarapelado y, descarapelada quedé yo, vacía, nula de mí misma”.  Se quedó llorando un rato en silencio, enroscada en su propio cuerpo.
            Fue una desgracia lo que le hizo ese hombre a Sandy, pobre ilusa inhabitada de placer. Sólo le robó diez minutos de su humanidad el greñudo que logró su cometido.  La dejó sentada en la banqueta, media desnuda y temblando de impotencia y no de secuelas de orgasmos. Porque ni un pinche orgasmo tuvo, sólo asco y dolor.

- Tan tonta la Sandy, pensó que sería su gran noche de estreno con final feliz.
- Él le aventó su bilirrubina y la dejó unos meses sin su periodo. 
- El pobre angelito de tres meses de gestación está en la gloria del Señor.
- ¡Ni tenía gran liana el Tarzán ese!

            Sandy despertó con ganas de tener sexo a como diera lugar. Era media noche cuando salió de su casa, enfundada en una minifalda rosa fosforescente y top negro que hacían juego con las zapatillas de charol. Cabello revuelto, aroma a manzanilla combinado con una ballerina blanca, percudida, deteniendo su pelo. Llegó al Studio 54, ganosa y sin coherencia alguna. Sandy estaba convencida de que su vida no valía ni un girasol marchito; valía menos que eso y, por eso, dejaría que hicieran lo que quisieran con su cuerpo. 
De repente una mano áspera tocó su hombro descubierto.
            —¿Eres tú, mi sirena?
            Sandy se estremeció al recordar aquella voz que conoció hace un par de días en la tienda de mascotas; esa voz que le fusilaba hasta el nervio ciático.  Una muralla cayó frente a ella; era Dany. Don´t let me down, rogó Sandy a Dios desde sus pensamientos. 
            —No lo sé si sea tu sirena, vivo en una casita amarilla, no en el mar. —Reaccionó Sandy.
            Dany se carcajeó sonriéndole a Sandy con la mejor de sus sonrisas.  ¡Qué hermosa risa!, le hacía juego a las ganas enfrascadas de Sandy. Bajos instintos llovían en el aura morada de Sandy ya mojada en su vagina.
            —Te invito a desayunar junto a Tiffany, dijo Dany de prisa.
            —Pero si es casi la una de la mañana —contestó Sandy sorprendida.
            —Mi departamento de la cinco doce tiene cocina las veinticuatro horas, tengo bisquets y café, y si quieres los podemos llevar a la cama.
            Como dos sombras que se bifurcan en un bosque amarillo, Sandy y Dany se fueron de la mano por el camino menos tupido y más transitado.

 

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