CD por Juan Pablo Villaseñor Méndez


                                       





Habían pasado meses sin que hubiera pensado en el disco, años sin que lo hubiera escuchado; pero aquella mañana, mientras empacaba las cosas de su estudio para la mudanza, se asomó entre su colección de revistas viejas como un cangrejo entre las piedras. Se quedó observando la carátula un momento, entre tratando de recordar qué contenía aquel viejo compact, y tratando de creer que no se hubiera vuelto polvo después de tantos años. La carátula virgen del disco le miraba misteriosamente, con una sola palabra escrita con marcador indeleble. Maripaz.
Recordaba a Maripaz, aunque a su prometida no le hiciera gracia, él nunca había podido olvidarla. Dejó la caja a medio llenar de viejos tomos de la National Geographic y se abalanzó sobre su estéreo Kenwood. Insertó el disco y esperó a que el aparato lo reconociera, rogó porque lo reconociera, rogó porque el olvido no hubiera rasguñado con sus manecillas la superficie del disco, volviéndolo imposible de leer para el gastado aparato.
De pronto, sus rezos se interrumpieron por un dulce bolero.
Una por una, notas de guitarra empezaron a brotar de las bocinas del estéreo. Le sabían a cerveza clara, a recuerdo y a agua de mar. La melodía empezó a fluir por el estudio, mojándole los zapatos y llevándolo atrás, muy atrás. Recordaba la playa, recordaba la cerveza clara y recordaba a Maripaz.
Absorto en su nostalgia, no notó cómo las olas de aquella canción, compuesta por él mismo hace muchos veranos, se empezaban a picar. Las corcheas empezaban a alzarse hasta su cadera, mientras que notas blancas y negras golpeaban contra las paredes del pequeño cuarto. Los muebles, viejos de por sí, sin barniz para el agua ni la música, caían bajo la fuerza de los acordes. Las cajas de cartón fueron deshechas por la humedad melódica, mientras que un banco de semifusas chocaba repetidamente contra las ventanas, astillando el cristal.
Él, parado frente a la máquina, apenas sintió cómo una garra en do menor le arrancó las ropas y lo tiró de rodillas, dejándole una dulce cicatriz de pentagrama musical sobre el lomo. Estaba demasiado absorto en su propio mar del pasado como para notar que el océano arrasaba con su estudio. Navegaba demasiado profundo en los cabellos de Maripaz para notar cómo todas sus pertenencias se encontraban destruidas y regadas por el cuarto, y cómo el llanto de la guitarra era interrumpido por el sonido de besos y risas de joven mientras el disco llegaba su final.
Desnudo y náufrago, se puso de pie y volteó hacia el caos de hojas húmedas y arena que cubrían por completo el estudio. En silencio tomó la escoba de su pequeño armario y empezó a barrer los recuerdos del piso. Siempre es más fácil limpiar cuando todo está ya en el suelo.

 

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