Habían pasado meses sin que hubiera
pensado en el disco, años sin que lo hubiera escuchado; pero aquella mañana,
mientras empacaba las cosas de su estudio para la mudanza, se asomó entre su
colección de revistas viejas como un cangrejo entre las piedras. Se quedó
observando la carátula un momento, entre tratando de recordar qué contenía
aquel viejo compact, y tratando de
creer que no se hubiera vuelto polvo después de tantos años. La carátula virgen
del disco le miraba misteriosamente, con una sola palabra escrita con marcador
indeleble. Maripaz.
Recordaba a
Maripaz, aunque a su prometida no le hiciera gracia, él nunca había podido
olvidarla. Dejó la caja a medio llenar de viejos tomos de la National Geographic y se abalanzó sobre
su estéreo Kenwood. Insertó el disco
y esperó a que el aparato lo reconociera, rogó porque lo reconociera, rogó
porque el olvido no hubiera rasguñado con sus manecillas la superficie del
disco, volviéndolo imposible de leer para el gastado aparato.
De pronto,
sus rezos se interrumpieron por un dulce bolero.
Una por una,
notas de guitarra empezaron a brotar de las bocinas del estéreo. Le sabían a
cerveza clara, a recuerdo y a agua de mar. La melodía empezó a fluir por el
estudio, mojándole los zapatos y llevándolo atrás, muy atrás. Recordaba la
playa, recordaba la cerveza clara y recordaba a Maripaz.
Absorto en
su nostalgia, no notó cómo las olas de aquella canción, compuesta por él mismo
hace muchos veranos, se empezaban a picar. Las corcheas empezaban a alzarse
hasta su cadera, mientras que notas blancas y negras golpeaban contra las
paredes del pequeño cuarto. Los muebles, viejos de por sí, sin barniz para el
agua ni la música, caían bajo la fuerza de los acordes. Las cajas de cartón
fueron deshechas por la humedad melódica, mientras que un banco de semifusas
chocaba repetidamente contra las ventanas, astillando el cristal.
Él, parado
frente a la máquina, apenas sintió cómo una garra en do menor le arrancó las
ropas y lo tiró de rodillas, dejándole una dulce cicatriz de pentagrama musical
sobre el lomo. Estaba demasiado absorto en su propio mar del pasado como para
notar que el océano arrasaba con su estudio. Navegaba demasiado profundo en los
cabellos de Maripaz para notar cómo todas sus pertenencias se encontraban
destruidas y regadas por el cuarto, y cómo el llanto de la guitarra era
interrumpido por el sonido de besos y risas de joven mientras el disco llegaba
su final.
Desnudo y
náufrago, se puso de pie y volteó hacia el caos de hojas húmedas y arena que
cubrían por completo el estudio. En silencio tomó la escoba de su pequeño
armario y empezó a barrer los recuerdos del piso. Siempre es más fácil limpiar
cuando todo está ya en el suelo.