Habíamos
estado investigando sobre el caso de una mujer que secuestraba personas y las
convertirá en carnitas que vendía a sus próximas víctimas, un caso tan raro,
pero a la vez tan común en estos tiempos. No había ningún lugar seguro, mucho
menos para los policías como nosotros, quienes éramos objetivos clave para los
criminales y anarquistas que se estaban poniendo de moda.
La
tasa de criminalidad había aumentado exponencialmente los últimos años, al
igual que aquella carnicera, habíamos recibido casos de heladeros licuando
niños, hombres siendo operados ilegalmente por una sociópata, e incluso casos
aún más complicados como un avión militar siendo abducido por un presunto
alíen. La ciudad ya estaba cayéndose en pedazos, aunque atrapáramos a los
culpables, otros los tomarían como inspiración para seguir con sus fechorías.
Es por
eso que dejamos de tomárnoslo en serio, “vaciar el mar a base de cubetazos era
imposible”, pensaba, estábamos a punto de tirar la toalla, sin embargo, todo
cambió cuando una especie de culto usó a Don Pedro como sacrificio, fue ahí
cuando se volvió personal.
Don
Pedro era el alma del equipo, siempre nos preparaba sus excelentes tacos
después de un tedioso día de trabajo, sin él, el departamento de policía no
seriamos nada, cuando vimos cómo usaron su viejo cuerpo como intento para traer
a un “no sé qué” del más allá, fue cuando supimos que debíamos hacer algo.
Nuestro
grupo se dividió los casos, unos se encargarían de la caníbal, otro equipo se
encargaría del presunto marciano, mi compañero y yo iríamos por el heladero,
una vez terminado, iríamos por aquel culto en busca de venganza; a la doctora
loca la dejaríamos para después, estábamos motivados, pero tampoco tanto como
para trabajar horas extra.
El
primer equipo volvió a aquellos callejones llenos de mugre en los que vendían
carnitas humanas, ¿Quién tendría tan mal gusto? Yo entendía que los de la
sociedad más fina y extraña llegaban a comer carnes exóticas, pero, ¿comer
pordioseros?, no me parecía muy apetitoso, hasta los tacos de perro a 5 pesos
tenían mejor presentación.
El
equipo 1 no tardó mucho en encontrar a un puesto ambulante, dirigido por una
mujer regordeta con no muy buenas pintas, el plan era que la interrogaran y, en
el mejor de los casos, se sintiera presionada y los atacara, así podían
dispararle en “defensa propia” para evitarnos todo el papeleo. El problema fue
que, a causa de todo el trabajo de investigación, estaban en ayunas, y a los
muy tontos se les ocurrió pedirle comida antes de dispararle. Todo terminó con
la caníbal preparando a nuestros compañeros, y mandándolos por Rappi al
departamento de policía. Debo de admitir, que tenían mejor pinta de lo que
creía, por poco y se me antoja un trozo, a falta de Don Pedro, el hambre estaba
cañona.
El
segundo equipo comenzó a rastrear el avión abducido, interrogaron a muchas
personas, cada una daba un testimonio más loco que el anterior, que si
marcianos, que si ángeles, que si mensajeros del apocalipsis, total, ya nada
nos sorprendía. Los testimonios eran inútiles, así que el equipo tuvo que
trabajar con lo que podía.
Siguieron
por unas semanas hasta que finalmente, por acto de milagro, encontraron el
avión, nos lo reportaron por la radio, emocionados como niños con cachorro
nuevo, pero no duró mucho, nos comunicaron que habían visto a un hombre de
negro transitando por ahí, después no supimos nada de ellos.
A la
semana recibimos los cuerpos de nuestros compañeros, tenían la mirada en
blanco, con un agujero en sus frentes, como si les hubiesen metido un popote,
pero bueno, si el presunto alien buscaba cerebros jugosos, se habrá muerto de
hambre, se podría decir que fue un caso exitoso.
Al
final ya era nuestro turno, seguimos el rastro del heladero, fue bastante fácil
de hecho, ningún otro vendedor de nieves seria lo suficientemente tonto como
para tener un camión todo manchado de un líquido rojizo desconocido.
No lo
meditamos y nos abalanzamos contra él, frente a todos llenamos a ese malnacido
de agujeros, nos lo agradecerían después. O bueno, quizás no, resulta que aquel
heladero al que convertimos en queso gruyer era un hombre normal al que le
habían vendido un camión en mal estado y no había podido limpiarlo, fue un
desastre total. Recibimos demandas de las madres de aquellos niños que quedaron
traumatizados por nuestra culpa.
A
pesar de los fracasos, decidimos terminar con lo que empezamos, antes de que
los juicios por la demanda nos quitaran nuestro trabajo, iríamos por el culto
que inició todo esto. O al menos eso pensábamos, por que resulta que un
psiquiátrico los había acogido, y ahora estaban bajo su protección, totalmente
intocables por las manos de la justicia, maldigo aquel día en que los
criminales consiguieron derechos.
Perdimos
nuestras placas, nuestro trabajo, y eventualmente fuimos cayendo a prisión por
mal uso de nuestras armas, quizás ésta no es la historia policiaca que uno
esperaría leer, pero qué les digo, yo tampoco lo esperaba.