Caos Policíaco por José Luis Nieves

 



Habíamos estado investigando sobre el caso de una mujer que secuestraba personas y las convertirá en carnitas que vendía a sus próximas víctimas, un caso tan raro, pero a la vez tan común en estos tiempos. No había ningún lugar seguro, mucho menos para los policías como nosotros, quienes éramos objetivos clave para los criminales y anarquistas que se estaban poniendo de moda.

La tasa de criminalidad había aumentado exponencialmente los últimos años, al igual que aquella carnicera, habíamos recibido casos de heladeros licuando niños, hombres siendo operados ilegalmente por una sociópata, e incluso casos aún más complicados como un avión militar siendo abducido por un presunto alíen. La ciudad ya estaba cayéndose en pedazos, aunque atrapáramos a los culpables, otros los tomarían como inspiración para seguir con sus fechorías.

Es por eso que dejamos de tomárnoslo en serio, “vaciar el mar a base de cubetazos era imposible”, pensaba, estábamos a punto de tirar la toalla, sin embargo, todo cambió cuando una especie de culto usó a Don Pedro como sacrificio, fue ahí cuando se volvió personal.

Don Pedro era el alma del equipo, siempre nos preparaba sus excelentes tacos después de un tedioso día de trabajo, sin él, el departamento de policía no seriamos nada, cuando vimos cómo usaron su viejo cuerpo como intento para traer a un “no sé qué” del más allá, fue cuando supimos que debíamos hacer algo.

Nuestro grupo se dividió los casos, unos se encargarían de la caníbal, otro equipo se encargaría del presunto marciano, mi compañero y yo iríamos por el heladero, una vez terminado, iríamos por aquel culto en busca de venganza; a la doctora loca la dejaríamos para después, estábamos motivados, pero tampoco tanto como para trabajar horas extra.

El primer equipo volvió a aquellos callejones llenos de mugre en los que vendían carnitas humanas, ¿Quién tendría tan mal gusto? Yo entendía que los de la sociedad más fina y extraña llegaban a comer carnes exóticas, pero, ¿comer pordioseros?, no me parecía muy apetitoso, hasta los tacos de perro a 5 pesos tenían mejor presentación.

El equipo 1 no tardó mucho en encontrar a un puesto ambulante, dirigido por una mujer regordeta con no muy buenas pintas, el plan era que la interrogaran y, en el mejor de los casos, se sintiera presionada y los atacara, así podían dispararle en “defensa propia” para evitarnos todo el papeleo. El problema fue que, a causa de todo el trabajo de investigación, estaban en ayunas, y a los muy tontos se les ocurrió pedirle comida antes de dispararle. Todo terminó con la caníbal preparando a nuestros compañeros, y mandándolos por Rappi al departamento de policía. Debo de admitir, que tenían mejor pinta de lo que creía, por poco y se me antoja un trozo, a falta de Don Pedro, el hambre estaba cañona.

El segundo equipo comenzó a rastrear el avión abducido, interrogaron a muchas personas, cada una daba un testimonio más loco que el anterior, que si marcianos, que si ángeles, que si mensajeros del apocalipsis, total, ya nada nos sorprendía. Los testimonios eran inútiles, así que el equipo tuvo que trabajar con lo que podía.

Siguieron por unas semanas hasta que finalmente, por acto de milagro, encontraron el avión, nos lo reportaron por la radio, emocionados como niños con cachorro nuevo, pero no duró mucho, nos comunicaron que habían visto a un hombre de negro transitando por ahí, después no supimos nada de ellos.

A la semana recibimos los cuerpos de nuestros compañeros, tenían la mirada en blanco, con un agujero en sus frentes, como si les hubiesen metido un popote, pero bueno, si el presunto alien buscaba cerebros jugosos, se habrá muerto de hambre, se podría decir que fue un caso exitoso.

Al final ya era nuestro turno, seguimos el rastro del heladero, fue bastante fácil de hecho, ningún otro vendedor de nieves seria lo suficientemente tonto como para tener un camión todo manchado de un líquido rojizo desconocido.

No lo meditamos y nos abalanzamos contra él, frente a todos llenamos a ese malnacido de agujeros, nos lo agradecerían después. O bueno, quizás no, resulta que aquel heladero al que convertimos en queso gruyer era un hombre normal al que le habían vendido un camión en mal estado y no había podido limpiarlo, fue un desastre total. Recibimos demandas de las madres de aquellos niños que quedaron traumatizados por nuestra culpa.

A pesar de los fracasos, decidimos terminar con lo que empezamos, antes de que los juicios por la demanda nos quitaran nuestro trabajo, iríamos por el culto que inició todo esto. O al menos eso pensábamos, por que resulta que un psiquiátrico los había acogido, y ahora estaban bajo su protección, totalmente intocables por las manos de la justicia, maldigo aquel día en que los criminales consiguieron derechos.

Perdimos nuestras placas, nuestro trabajo, y eventualmente fuimos cayendo a prisión por mal uso de nuestras armas, quizás ésta no es la historia policiaca que uno esperaría leer, pero qué les digo, yo tampoco lo esperaba.

 

 

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