Fue
la primera y última vez que me perdí en una fragancia de mujer, en ese escote y
esa minifalda que reventaba mis venas. Ella era mi oportunidad de sentirme
joven otra vez, de sorprenderme, de verme hombre; participábamos en ese
lenguaje cómplice, que sólo entienden aquellos que pecan en donde otros aman.
Pero yo no la amaba a ella, eso seguro. Lo nuestro fue un deporte que hace años
no practicaba, juego que me enganchó y terminó con mi tranquilidad; y la de mi
esposa. Ahora aquí, la agonía me tiene vuelta y vuelta sobre la cama ¿algún día
me perdonará?...
–Rosalba ¿Me perdonas Rosalba?
–Sí, Manuel, te perdono.
Fue
la primera y última vez que sentí la adrenalina que provoca un beso prohibido,
la inmediata satisfacción del cuerpo, y el remordimiento al alma que viene
después. Te juro Rosalba que sólo fue una vez. No. A estas alturas ya no quiero
mentir a nadie, mucho menos a ti Rosalba. Tú la conocías, era mi secretaria. Al
principio ella y yo nos escondíamos de todos, con el tiempo caminábamos juntos
desafiando al sol, sin importar los comentarios de los otros, sin importar tu
mirada Rosalba. Después, mis pretextos para trabajar hasta tarde, excusas para
ausentarme de casa; y todo para estar con ella Rosalba, con ella perseguía el
placer, y no contigo que eras mi esposa. La medicina sabe amarga. Siento tanta sed, a
pesar de haber tomado agua; tanto calor, a pesar de no tener cobijas; tanto frío,
a pesar de saberte a mi lado Rosalba, mirándome…
–Rosalba ¿Me perdonas?
–Te perdono Manuel, te perdono.
Fue
la primera y última vez que, como hombre, dormí en una cama que no era la tuya
Rosalba. Fue mi culpa, no pensé en ti y el dolor que te causaría después. No
pensé en la intranquilidad que acompañaría el resto de mis noches. Ya son
tantos mis años en vela, sabiendo que arruiné la vida que juntos construimos. Y
aunque te expliqué, Rosalba, y te juré que ella no era nada para mí, tú
escondiste la cara y yo sentí el peso de tus ojos; y tus ojos no emitían rencor
ni veneno, estaban rotos, decepcionados de mí. Te perdí. Levanté un muro entre tú
y yo, dividiendo la cama; misma cama en la que no puedo cerrar los ojos más de
dos segundos. El doctor se fue, la medicina no hizo nada. Los demonios están
aquí, me visitan y bailan cerca de mis pies. Mi cabeza punza, mi garganta se
seca, mi respiración se corta…
– ¿Rosalba me perdonas?
–Sí, te perdono, Manuel.
– ¿De veras me perdonas Rosalba?
–Sí, Manuel, sí te perdono.
Es
la primera vez que siento los ojos secos, y quizá será la última que escucho tu
voz. Rosalba, te miro y no estás ahí. En
el techo hay esa luz que crece igual que mis remordimientos. No hay nada más
por hacer. Perdóname Rosalba, por favor perdóname para dormir tranquilo. Un
fuerte chasquido en mis orejas. Mi cuerpo se aprieta, se aprieta y se aprieta
hasta convertirme en un ovillo. Se acabaron las palabras…
– ¡Papá!
La
voz rota de mi hija mayor me trae de vuelta. Sus hijos la consuelan y le piden
que ya me deje ir. Espero que ellos puedan dormir tranquilos. El insomnio es la
prueba de que la eternidad es espantosa. Quiero descansar Rosalba… mi cuerpo se
tensa nuevamente. Me duele la quijada, me duele mucho. Hay mucha luz…
–No veo ¿Dónde están mis lentes?... mis lentes.
¿Salió
de mí ese último susurro? Rosalba aquí hay mucha luz… todo ya es mucha luz.