Blanc por Arantza Barrientos

 



El chirrido del timbre la despertó, su mente se activó alarmada, pero su cuerpo torpe aún no conectaba todas las funciones, la chicharra sonó de nuevo, esta vez sin tregua, alguien mantenía el dedo presionado, sabrá dios cuánto tiempo llevaban ahí. Levantó el interfono, nadie contestó, bajó a prisa los seis pisos mientras se ponía una bata y se pasaba la mano por el rostro tratando de desamodorrarse. Al abrir el portón del edificio no había nadie, sólo una maceta pequeña con margaritas, la tomó del suelo, era liviana. El reflejo del sol en las margaritas blancas perfectas, la encandiló.

– Eh, Clotilde, vamos a la Malvarrosa. Le gritó Sergi desde su bicicleta deteniéndose a un par de metros.

– No puedo, debo trabajar en la tesis.

– Venga, es tiempo de veraneo. ¡Cuántas maestrías necesitas!

– Trataré de alcanzarlos más tarde. Dijo queriendo escapar y con suerte no la viera el pijama todavía.

– Vale, au

De subida al departamento vio que entre las margaritas se escondía una tarjeta, apenas perceptible.

 

BLANC ÉS EL SUCRE, BLANCA ÉS LA LLET, BLANCA ÉS LA LLUNA, BLANCS LES DENTS

Clotilde no entendía por qué el empeño en seguir hablando su dialecto y además diferenciarlo del catalán, como si no fueran básicamente iguales, tampoco aquel lo pudo aprender años atrás mientras estudiaba la maestría en Barcelona. Se detuvo a pensar en todos los dialectos indígenas y las maravillas de su México que extrañaba tanto. Ahora en cambio estaba ahí, haciéndose pasar por una valencianota.

Colocó la maceta, que no era en particular bonita, en el balcón, no encajaba con el resto de sus flores y plantas tan coloridas. Regresó a su habitación sacudiendo las sábanas para tender su cama y poner orden al caos en que venía viviendo la última semana, ese día se cumplía el cuarto aniversario luctuoso de su ex pareja y directora de tesis y casi dos años que ella se había mudado a Valencia.

Tomó el tren en dirección a la universidad y fue enseguida a la biblioteca, donde Marla con sus anchos lentes, ancha sonrisa y ancho suéter en pleno verano, la recibió para decirle que había llegado esa mañana un paquete para ella. Se llevó la caja a una mesa del rincón, abrió un poco la tapa y vio bastante tela blanca, no se atrevió a sacarla, pero husmeó con la mano y encontró una tarjeta más.

BLANC TAL OS

Su experiencia en el dialecto no era amplia todavía, no pudo interpretarlo, se acercó de nuevo a la bibliotecaria, para que tradujera. “Blanco tal hueso”, le dijo. Se encerró en el baño y sacó el obsequio, era un vestido blanco, suelto. Lo arrojó a la caja y se alejó unos pasos, es el tipo de vestido que ella usaría, pensó.

Dio varias vueltas en círculos mordiéndose las uñas y mirándose al espejo cada tanto, esos regalos eran advertencias, alguien estaba jugando con su cordura, sólo sería cuestión de tiempo. Recordó un año atrás, y otro más, ya había recibido una escultura de un cisne y otros objetos misteriosos antes, siempre blancos, pero no había logrado hilarlos como esta vez, no podía recordar que tuvieran un mensaje. Las manos le sudaban, las sobó con frenesí, se tronó los dedos y sintió que le faltaba el aire, el corazón latía con rapidez, la ansiedad se la comía.

 

¿Quién podría saber la verdad?, ¿por qué no la habrían culpado ya? Llevaba meses sin pensar en ella, sin sentir un atisbo de culpa, pero al llegar la maldita fecha en el calendario todo volvía como un torbellino. Sólo tenía que aguantar un par de días más y todo volvería a la normalidad, así tenía que ser, así habían sido los últimos años y la calma siempre regresaba, estaba a salvo.

Se mojó la cara, respiró hondo por la nariz, aguantó la respiración y exhaló por la boca, mientras se repetía que todo estaba en orden. Quizá estaba dejándose atormentar y aquellos regalos eran de Sergi, nada que ver con conspiraciones, después de todo Sergi estaba ahí justo cuando ella encontró las margaritas. El vestido era casi perfecto para el evento en la playa, tal vez un poco elegante, era eso, era un detalle de conquista misterioso.

Se puso el vestido y, al contemplarse en el espejo, todo temor se disipó, su piel y su rostro se iluminaban espléndidos, parecía feliz, en paz. Se dirigió a la Malvarrosa. A lo largo de la playa se extendían cientos de personas disfrutando, comiendo parrilladas, tomando tinto de verano y birras. Conforme caminaba escuchó la música que emanaba de diferentes grupos, cada quien, en su propia fiesta, la gente gozaba.

Se acercó al mar y se descalzó, cuando el agua tocó sus pies rememoró los paseos en la barceloneta con Blanca, apretó los ojos con fuerza y deseó que su recuerdo se convirtiera sólo en las cosas buenas, que donde quiera que estuviera descansara en paz y la perdonara por aquello que fue un accidente, que nunca nadie la descubriera.

– ¡Eh, Clotilde!, qué bueno que viniste, por fin probarás la verdadera paella y no ese arroz con cosas que venden en la universitat –le dijo Sergi.

El vestido ondeaba en perfecta sintonía con el viento y las olas del mar. El calor era intenso, trepidante y Clotilde sentía que ese calor la vestía. Le brindaba una capa protectora, revitalizante, de los nuevos comienzos, la brisa de la vacación.

– El blanco te va muy bien, es reflejo de inocencia y pureza. Lo llevas a la perfección, mexicana.

– Gracias, es raro, jamás uso blanco, pero este vestido es especial. Clotilde se sonrojó.

– Lo sé cuñada, lo sé. Sintió que Sergi le apretaba la muñeca y vio su rostro endureciendo, por fin le notó el parecido con Blanca.

 

 

Derechos Reservados © Escuela de Escritores Sogem Guadalajara