Apodyopsis por Iñigo Glez. Menéndez




El día que caí de la azotea mientras espiaba a mi vecina tomando un baño, desperté en la sala de urgencias. Mi vida cambió por completo porque adquirí un poder que cualquier chico de mi edad envidiaría.

Al llegar el médico, la enfermera y mis padres a la cama, me sorprendí.

– ¿Por qué están desnudos? –pregunté
–Has de estar alucinando por el golpe –contestó el doctor.

Confundido, creí en sus palabras. Camino a casa observé centenares de personas sin ropa caminando por la calle; sin embargo no comenté nada.

Conforme los días fueron pasando, me percaté de que tenía el don, la maravillosa habilidad de ver a la gente en cueros; tal y como habían llegado al mundo.

Al principio fue complicado acostumbrarme. Mis erecciones en la universidad, algunos vómitos en la calle y los ataques de risa al ver las pequeñas virilidades de los fortachones en el gimnasio; se hicieron frecuentes.

Después de un tiempo me acostumbré. Hoy en día, a pesar de que no cambiaría este poder por nada, he aprendido a enamorarme al ver la riqueza que habita en los ojos de las personas.


 

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