Anselmo - Francisco A. Velasco





Acontecía en un amanecer de Agosto; alrededor de un acantilado aledaño a Atotonilco; arriba, aclimatada a esas alturas acechaba un águila asesina, abajo anidaba agazapada una alondra. Allá entre árboles, arbustos y agaves acampaba la asociación "Los Antílopes Albinos" por su asamblea anual: Alfredo, Aristeo, Aniceto, Andrés, Abundio, Arturo, Aldegundo, Alfonso, Agustín y Anselmo, todos absolutos amigos alteños.
Agarraron unas ardillas y las asaron en un anafre; los que apetecían se acercaban y se alimentaban; se abastecieron de arroz con acelgas, y ambigús con antojitos de aguacate, arrayanes, arándanos y aceitunas;  abundaba el  alcohol agavero; amenizaron con arpa y acordeón; se acordaban de las aventuras del año anterior, cuando  atraparon a unas argentinas y alemanas en Acapulco, y algunos atunes en los arrecifes, y de las añoranzas y andanzas de antaño.
Al atardecer, alegres aspiraban el aire, y ya alcoholizados, acordaron asistir a la apertura del Atorón, un antro en un arrabal de Arandas; abastecieron sus ánforas, unos con agua y otros con alcohol; sus autos no arrancaron; allá en una avenida advirtieron a unos arrieros y sus asnos, pero no los auxiliaron; así, amolados y asoleados, anduvieron y anduvieron; agotados y acalorados arribaron al anochecer.
Adentro "Las Alborotadas", una agrupación de atrevidas artistas con apocados atavíos amarillos alegraban el ambiente; abundaba la algarabía y la aglomeración;  Anselmo,  Agustín y Alfonso se aislaron a unos apartados asientos; afectuosamente se les arrimaron Apolonia, Afrodita y Antonela;  Apolonia los apretó: - qué arrinconados y arrumbados, y Antonela añadió: - los acompañamos; ellos asintieron, y ellas los atendieron y les aportaron abundantes apapachos. Afrodita abrazaba a Agustín, aunque alto y guapo era acartonado y aburrido; ella aprovechaba y averiguaba de antemano con sus amigos él  sobre. Avizoró a Anselmo, avejentado, asistía sin afeitar; Afrodita alcanzaba a apreciar, lo que él acarreaba allá abajo, entre su arco, aquel abultado armatroste, el cual a ella le atraía, aclamó: - es artificial; Anselmo, arrogante, aclaró: - es auténtico.  Apolonia aceptó alternar, alcahueteando a Anselmo y ayudando a Afrodita; ésta, lo alcanzó, se acercó, apartó y acaparó.
En el Albergue "Los Arrullos", alcanzaron alojamiento y alquilaron una alcoba. Adentro, un agradable aroma a azucena; él se acostó y Afrodita ya acicalada se le acurrucó;  ella admitió - ¡ya no aguanto más!; ¡arréglame y apacíguame estas ardientes ansias con tu arma!. Anselmo se alzó, se aproximó y le aflojo las ataduras del afelpado abrigo, Afrodita aparecía atractiva y apetecible; acinturada, abultada por adelante y por  atrás. Él la admiró, se acercó, la abrazó y la apretujó amorosamente. Ella lo animaba, -acaríciame más abajito.
 Afuera, Apolonia se asomaba por una abertura, aunque ahora aplaudía, apetecía muy arrepentida lo que adentro acontecía.
Adentro, Afrodita se le abalanzó a Anselmo y lo agasajó; él se acostó abajo y  Afrodita se acomodó arriba como auténtica amazona; se acoplaron armoniosamente; él aspiraba aire y se agitaba; ella ágil, arremetía arriba y abajo, aleteaba como ave y aullaba muy agudo.
Afuera, el agua acudía de arriba hacia abajo, arreciaba y amainaba.

Adentro, acabaron el acto. Anselmo, el apacible anciano, se alegró de su hazaña. Aporreado y agobiado, se apartó de Afrodita, y se arrodilló abajo de ella; el azúcar se le alteró, y abruptamente le arribó un agudo ardor arriba del antebrazo por un aneurisma, y un ataque de asma que lo ahogaba.  Anselmo se abatió y aspiró su último aliento.
 

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