Acontecía
en un amanecer de Agosto; alrededor de un acantilado aledaño a Atotonilco;
arriba, aclimatada a esas alturas acechaba un águila asesina, abajo anidaba
agazapada una alondra. Allá entre árboles, arbustos y agaves acampaba la
asociación "Los Antílopes Albinos" por su asamblea anual: Alfredo,
Aristeo, Aniceto, Andrés, Abundio, Arturo, Aldegundo, Alfonso, Agustín y
Anselmo, todos absolutos amigos alteños.
Agarraron
unas ardillas y las asaron en un anafre; los que apetecían se acercaban y se
alimentaban; se abastecieron de arroz con acelgas, y ambigús con antojitos de
aguacate, arrayanes, arándanos y aceitunas;
abundaba el alcohol agavero;
amenizaron con arpa y acordeón; se acordaban de las aventuras del año anterior,
cuando atraparon a unas argentinas y
alemanas en Acapulco, y algunos atunes en los arrecifes, y de las añoranzas y
andanzas de antaño.
Al
atardecer, alegres aspiraban el aire, y ya alcoholizados, acordaron asistir a
la apertura del Atorón, un antro en un arrabal de Arandas; abastecieron sus
ánforas, unos con agua y otros con alcohol; sus autos no arrancaron; allá en
una avenida advirtieron a unos arrieros y sus asnos, pero no los auxiliaron;
así, amolados y asoleados, anduvieron y anduvieron; agotados y acalorados
arribaron al anochecer.
Adentro
"Las Alborotadas", una agrupación de atrevidas artistas con apocados
atavíos amarillos alegraban el ambiente; abundaba la algarabía y la
aglomeración; Anselmo, Agustín y Alfonso se
aislaron a unos apartados asientos; afectuosamente se les arrimaron Apolonia,
Afrodita y Antonela; Apolonia los
apretó: - qué arrinconados y arrumbados,
y Antonela añadió: - los acompañamos;
ellos asintieron, y ellas los atendieron y les aportaron abundantes apapachos.
Afrodita abrazaba a Agustín, aunque alto y guapo era acartonado y aburrido;
ella aprovechaba y averiguaba de antemano con sus amigos él sobre. Avizoró a Anselmo, avejentado, asistía
sin afeitar; Afrodita alcanzaba a apreciar, lo que él acarreaba allá abajo,
entre su arco, aquel abultado armatroste, el cual a ella le atraía, aclamó: - es artificial; Anselmo, arrogante,
aclaró: - es auténtico. Apolonia aceptó alternar, alcahueteando a
Anselmo y ayudando a Afrodita; ésta, lo alcanzó, se acercó, apartó y acaparó.
En el
Albergue "Los Arrullos", alcanzaron alojamiento y alquilaron una
alcoba. Adentro, un agradable aroma a azucena; él se acostó y Afrodita ya
acicalada se le acurrucó; ella admitió - ¡ya no aguanto más!; ¡arréglame y
apacíguame estas ardientes ansias con tu arma!. Anselmo se alzó, se
aproximó y le aflojo las ataduras del afelpado abrigo, Afrodita aparecía
atractiva y apetecible; acinturada, abultada por adelante y por atrás. Él la admiró, se acercó, la abrazó y
la apretujó amorosamente. Ella lo animaba, -acaríciame
más abajito.
Afuera, Apolonia se asomaba por una abertura,
aunque ahora aplaudía, apetecía muy arrepentida lo que adentro acontecía.
Adentro,
Afrodita se le abalanzó a Anselmo y lo agasajó; él se acostó abajo y Afrodita se acomodó arriba como auténtica
amazona; se acoplaron armoniosamente; él aspiraba aire y se agitaba; ella ágil,
arremetía arriba y abajo, aleteaba como ave y aullaba muy agudo.
Afuera,
el agua acudía de arriba hacia abajo, arreciaba y amainaba.
Adentro,
acabaron el acto. Anselmo, el apacible anciano, se alegró de su hazaña.
Aporreado y agobiado, se apartó de Afrodita, y se arrodilló abajo de ella; el
azúcar se le alteró, y abruptamente le arribó un agudo ardor arriba del
antebrazo por un aneurisma, y un ataque de asma que lo ahogaba. Anselmo se abatió y aspiró su último aliento.