A un
lado de la carretera vieja, casi llegando al precipicio de la barranca, existe
un pequeño restaurante, en el cual se come muy sabroso; es La Fonda de Doña
Chayo, y habitualmente se encuentra abarrotada de clientes; pero esa tarde, sólo
dos mesas estaban ocupadas; una por una familia, y la otra por un anciano; el
cual, inmóvil como estatua, sostenía la barbilla de su cara sobre la empuñadura
de su bastón; sólo lo acompañaban una taza de café frío y un trozo de pan duro;
él miraba fijo a través del cristal de la ventana, hacía la carretera; que como
serpiente zigzagueante, bajaba y subía por la empinada barranca; sobre ella
fluía a todas horas, del día y de la noche un río de autos, autobuses y
camiones de carga.
–Pásenle
muchachos, buenos días, siéntese donde ustedes quieran; ¿les agrada esta mesa junto a la rockola o les
gusta aquella que está más privadita? –Les dijo una mesera a los dos jóvenes que llegaban.
Uno de ellos señaló una mesa del fondo y
contestó: –está haciendo mucho calor; yo prefiero esa, para que nos llegue el
aire del ventilador. Por favor, antes de traernos la carta, le encargamos dos
cervezas, pero que estén bien frías.
El otro joven detuvo a Lupita, la mesera
que los recibió y le preguntó: –dispense seño, ¿qué tan lejos de aquí fue el
accidente dónde la semana pasada se desbarrancó un autobús?
–Como
a ocho kilómetros más adelante, dicen que fue en la curva que le llaman “el
chirrión”, fíjense que se mataron todos los que iban en el camión; no quedó ni
uno vivo.
–¿Y cómo pasó eso?
–Pues
la verda nadie sabe bien a bien; algunas gentes dicen que el autobús traiba
sobrecupo; platican que eran 43 los pasajeros; y según eso, el chófer
acostumbraba subir más gentes en el camino; y se “cuaneaba” los pasajes extras,
porque no les daba boleto; y a los que no alcanzaban asiento, se los llevaba
parados en el pasillo. Pero, espérenme, ahorita les traigo sus cervezas; y ya
que les tome su orden les sigo platicando; no puedo quedarme mucho rato “estacionada”
en una mesa porque luego me regañan. ¿Sus cervezas las quieren oscuras o
claras?
–A mí
siempre me gustan las morenas, –contestó uno de los recién llegados, –a mí también, –agregó el otro.
–Lupita,
ya que te desocupes atiendes a la familia de la mesa cinco. –Le gritó doña
Chayo desde la caja, quien era la dueña del restaurante.
Lupita le respondió: –enseguida voy. –Y girando la cabeza hacia los dos jóvenes les dijo
en voz más queda: –¿Ya ven? A la patrona
no le gusta vernos sin que nos estemos moviendo todo el tiempo; ahorita regreso
con ustedes.
Lupita se fue y volvió corriendo;
trastabilló al bajar un escalón y por poco se le tiraba la chaola con las
cervezas. Su patrona le volvió a gritar: –no
seas pendeja, Lupita; fíjate donde pones los pies. –la mesera, apenada, no
contestó nada, les dejó las dos botellas sobre la mesa y les entregó las cartas del menú a los clientes
que atendía.
Los comensales de la mesa cinco ya eran
atendidos por otra de las meseras; y como en la fonda ya no había más clientes,
doña Chayo se retiró a la habitación contigua para tomar su acostumbrada siesta
vespertina, encargándole la responsabilidad de la caja y los dineros a su
sobrina Martina. Pero antes de ingresar al cuarto les advirtió a sus empleadas,
–recuerden; sin excusas ni pretextos,
nadie debe de acercarse a don Genaro, –y señaló al solitario anciano que
seguía impávido, –y cuando digo nadie es
nadie; a él sólo lo atiendo yo. ¿Entendido? Habiendo dicho esto, doña Chayo
se enclaustró en sus aposentos.
Lupita regresó con dos platos de carne con
chile y un canasto con tortillas, y se los sirvió a los jóvenes viajeros, después
se sentó junto a ellos y continuó: –déjenme
seguirles platicando lo del accidente; otras personas aseguran que el chofer
iba bien borracho; pero yo les juro que eso no es cierto, porque yo lo vi con
mis propios ojos; el chofer paró aquí, para que los pasajeros descansaran un
poco y cenaran; venían desde Morelia e iban hasta Tijuana. Al chofer lo atendí
en la cocina, yo lo vi muy tranquilo, y lo único que quiso fue un caldo de pollo
con arroz y dos vasos de agua de Jamaica. Pero mi patrona, la vieja corajuda y mal
modienta, que estaba sentada allá, ella le echa la culpa al viejito ese que
está junto a la ventana, y que apenas se puede mover; ella dice que él ocasionó
el accidente, y por eso no quiere que
nadie se le acerque; dizque ella negocia con él cada vez que viene, dice que
para que no haga más perjuicios; lo mantiene apartado, y solo le ofrece una méndiga
taza de café y un bísquet; y así como lo ven, así se la pasa él casi todo el día;
a mí, el viejito me da harta lástima. Y eso que platica mi patrona es pura mala
voluntad.
Lupita, la mesera, continuó hablando, y los
dos muchachos la escuchaban e ingerían más cervezas. Por fin ella terminó su
charla y les llevó la cuenta; antes de retirarse del establecimiento, ambos
muchachos se dirigieron a los sanitarios, pero al pasar junto a don Genaro,
éste les pidió un cigarrillo, ellos le obsequiaron la cajetilla y le encendieron
uno; el anciano dio una fuerte aspirada a su cigarro y exhaló una bocanada como
una gran nube, la cual irritó los ojos de los jóvenes que ya se marchaban.
Quince minutos después, Don Genaro le habló
a Lupita pidiéndole que se acercara: –disculpa
que te moleste mi niña, ¿me regalas un palillo de dientes? La mesera con
gusto le acercó al solitario anciano uno de los frascos que servían de
palilleros, él tomó uno y se lo guardó entre su oreja izquierda y su cabeza.
Al día siguiente aparecía en los diarios de
Tepic, que la curva del “chirrión” había cobrado otras dos vidas; en esa
ocasión eran dos jóvenes los que habían fallecido; las autoridades suponían que
la neblina les impidió ver la cinta asfáltica y a causa de ello se
desbarrancaron. Esa misma noche en la población de Magdalena, velaban el cuerpo
de Lupita en casa de sus papás; un alacrán que cayó de las tejas, le había picado
cerca de la nuca; mientras ella pelaba unos tomates verdes, en la cocina de la
fonda de doña Chayo.