Celeste
sintió el calor casi extinto de su cuerpo volver a ella con adormilada rapidez;
la sangre la rodeaba como un halo se contrae dejando atrás las hojas y tierra
que recogió a su paso. Ella siente el líquido viscoso subir por su pecho, su
abdomen, las mortales flores carmesí que brotaron con cada puñalada se encogen
conforme el plasma torna a sus entrañas. Su cuerpo se pone en pie con el empuje
inverso de la gravedad y el cuchillo sale y entra de su torso dos veces más
antes de brillar limpio y reluciente en la mano de Enrique. En dónde, en dónde, qué decisión fue la que
la condenó, qué instante selló su destino.
Celeste
observa el instante en que su asesino esconde el puñal bajo su camisa, los
insultos y la discusión turban el solitario parque, ella se niega a volver con
él. Las palabras vuelan a sus bocas, la ira abandona el rostro de Enrique y la
atmósfera se relaja con historias sobre vacaciones y amigos; la antigua pareja
comparte sonrisas cómplices cuando mencionan el excesivamente alimonado sabor del
guacamole de Carla. Celeste camina al lado de Enrique, su ex, las hojas secas
ceden con susurros bajo el peso de sus pies, el viento hace danzar a las ramas
bajo el sol; Celeste sube al asiento del pasajero y Enrique se sienta tras el
volante.
Conducen
por quince minutos hasta regresar a la reunión, bajan del auto y recogen sus
bebidas. Enrique convence a Celeste de hablar con él en privado, en el parque,
a sólo unos minutos de ahí, por los viejos tiempos, ¿Será este el momento? Los jóvenes se mezclan por separado entre el
grupo de amigos y la carne encrudece sobre el asador, Joaquín le da vuelta para
que quede bien roja y Carla cierra la tapa del tóper del guacamole con una
sonrisa orgullosa. Enrique aparece en la reunión unos minutos antes de que Mario
mienta a Celeste; ella le pregunta por Enrique cuando se quedan solos. El humo
y el fuego del asador retornan al interior de sus semillas de carbón y los
invitados abordan sus autos con la comida y botanas que trajeron para
compartir.
En su
cuarto, envuelta en una toalla, Celeste acepta ir al convite ¿Será esta la decisión? Hace dos semanas
que no sabe de Enrique y tiene ganas de estar con sus amigos; recibe el mensaje
de Carla que la invita a una carne asada en casa de Joaquín. Celeste suelta el
teléfono y se mete en la ducha donde recupera su transpiración antes de hacer
ejercicio. El agua y el jabón le suben por el cuerpo que se seca con cada gota
que es tragada por la regadera. Cansada, la joven sube a la caminadora y deja
de sudar conforme la distancia recorrida retrocede, con cada paso, hasta el
cero; entonces se sienta frente a la televisión y las imágenes del programa se
fugan de su cerebro y regresan a la pantalla.
Celeste
cuelga el teléfono, se esfuerza por no arrojar su celular a la otra esquina del
cuarto, su pecho arde con furia y le explota de frustración; rompe con Enrique
y le explica que ya no soporta sus celos, sus insultos, su control. ¿Quizás si lo hubiese hecho de otro modo?
Responde la llamada, la ansiedad le entumece el pecho y le hormiguea por las
piernas, deja que el teléfono suene en su mano antes de devolverlo a la cama
donde comenzó a timbrar. Hace seis días las lágrimas desandaban el camino por
sus mejillas y le entraban en los ojos mientras tomaba la decisión de terminar
con Enrique. Carla la libera de su abrazo y Celeste muestra sus moretones
soltando pretextos de cristal para excusar a su novio, baja las mangas de su
blusa y esconde los verdugones de la mirada preocupada de su amiga. ¿Debí quedarme callada?
Las
manos de Enrique le aprietan los brazos con fuerza. Celeste se queja y siente
los dedos del joven asirse con más vigor; grita que la suelte y la fuerza
disminuye un poco antes de liberarla por sorpresa. Celeste ve la violencia en
la cara de su novio transformarse en celos; él exige una verdad inexistente.
Ella explica desesperada, que Alan es sólo su amigo. Enrique demanda que ella
acepte su infidelidad. Ella le platica cómo pasó la clase de física solo
gracias a que Alan le ayudó a estudiar. ¿Por
qué se lo dije? El jalón de Enrique
la tumba en al sofá y ambos se sientan, las palomitas de maíz vuelan a su nido
plástico, el recipiente aterriza en el regazo de Celeste, ella se recuesta
sobre el hombro de su novio y la película es de nuevo interesante.
Celeste
abre la puerta y agradece de nuevo a Alan por su ayuda, juntos entran a la casa
y él coloca de vuelta sus libros a la mesa del comedor donde están los
cuadernos llenos de notas de Celeste, un par de platos vacíos de botanas y unos
vasos abandonados con un poco de refresco dentro. Los dos se sientan a la mesa
y ella pasa el lápiz sobre sus apuntes, dejándolos en blanco. Él le explica
cómo ignorar los métodos y olvidar las fórmulas; las frituras saltan de sus
dedos a los platos y los vasos se llenan y se vacían hasta que la botella de
dos litros de refresco suelta un “ptzzz” cuando cierran su tapa rosca. ¿Y si hubiera estudiado sola? El sol
retrocede en el cielo hasta que es hora de que Alan llegue, ambos se levantan
de la mesa y caminan hasta la puerta donde ella le agradece por primera vez por
su ayuda.
El
grupo de amigos murmura decepcionado mientras Celeste se acerca de espaldas a
ellos. Ella declina la nueva invitación alegando, otra vez, que tiene planes
con Enrique para ese día, los tres la miran esperanzados y esperando una
respuesta. Joaquín le pregunta si quiere ir con ellos al cine y después a las
alitas para ver el partido; Carla la guía por el corredor hacía Joaquín y Alan.
¿Debería haberles contado? Su amiga la espera fuera de su aula de física
y Celeste la deja en el pasillo, para adentrarse en el salón. Cierra la puerta
y se sienta en su banca, la profesora le explica que necesita mínimo un nueve
en su siguiente examen o reprobará el curso; los compañeros regresan al recinto
como un bullicioso río de juventud y retornan a sus lugares cuando la maestra
dice que es hora de irse.
Enrique
le hace comentarios avinagrados sobre su ropa, Celeste abre la puerta del auto
y sale con una sonrisa carmesí, corre hacia su casa mientras presurosa se quita
el suéter negro. Celeste abre la puerta y entra corriendo, cuelga de un tirón
el jersey en el respaldo de la silla, deja su bolso y regresa al baño donde el
labial despinta su boca a su paso. El claxon del auto de Enrique penetra a la
casa y ella vuelve a sentarse a la mesa; las respuestas de su inacabada tarea
de física desaparecen tras media hora de esfuerzo. Desprende el celular de su
oreja y confirma a Enrique que estará lista, protesta vanamente sobre los
planes espontáneos hechos por su novio sin consultarle, él le cuenta que sus
amigos los han invitado a cenar, ella lo saluda y contesta el teléfono que
suena interrumpiendo sus estudios. ¿Si lo
hubiera terminado antes?
El
rubor baja de sus mejillas, el corazón se le desacelera, el calor disminuye
mientras la sorpresa se desvanece, los labios de Enrique se tragan el “te amo”
y Celeste lo observa sin parpadear, jugueteando con su cabello. El sol sale
desde el oriente, regresan la cena a la hielera, levantan la cobija y vuelven
al auto, Enrique conduce haciendo platica agradable, alabando su peinado, ambos
ríen de las locuras de Mario. La pareja se estaciona fuera del hogar de
Celeste, él, galantemente, le abre la puerta del auto; juntos caminan hasta la
casa y su puerta se cierra entre ambos. Enrique toca el timbre. ¿Y si nunca hubiéramos salido?
Enrique
y Celeste están frente a frente por primera vez, ambos asisten a una reunión en
la casa de Joaquín, una carne asada. Mario, primo del anfitrión, jala a Celeste
de regreso a su grupo de amigos, le dice que quiere presentarle a alguien antes
de interrumpirlos; se aleja entre las personas y Alan continúa prometiendo a
Celeste su ayuda en la clase de física antes de que ella manifieste su
preocupación por la materia. Ella retrocede a la mesa con las botanas y
devuelve las papas fritas de su platito a la bolsa, levanta la cabeza y dirige
su mirada hacia la puerta en donde Joaquín saluda a Mario y a un apuesto
desconocido que van saliendo por la entrada. ¿Y si nunca nos hubiéramos conocido?